El 17 de mayo se cumplen 33 años desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) elimina la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales. Producto de este hito, se determina este día como el Día Internacional contra la Homofobia, Lesbofobia, Bifobia y Transfobia. Como toda efeméride, nos convoca a reflexionar y visibilizar una problemática particular, en este caso, la violencia y discriminación que viven las personas LGBTIQ+ en el mundo.
Si bien, en Chile desde las tres últimas décadas la población LGBTIQ+ ha sido más visible, y legislativamente se ha avanzado en materias de no discriminación, matrimonio igualitario y reconocimiento a la identidad de género, por dar algunos ejemplos, estos avances carecen de acompañamiento socioeducativo, preventivo y que genere conciencia en la población. Ha costado instalar acciones afirmativas, como la construcción de espacios que nos permitan hablar, aprender y reflexionar sobre nuestras propias diferencias, más allá de los sistemas formales.
Comprendo que para algunas personas puede ser algo abrumante y/o engorroso entender la diversificación que los últimos años las diversidades de género y sexuales han planteado para poder dar nombre a sus sentires y experiencias, no obstante, más allá de entender teóricamente a la población, relevo la importancia de algo más básico, el respeto. Y si bien, un concepto tan manoseado puede tener muchos significados, éste nos da una base para no negarse entre sí.
Para ser más claro, creo que se necesita dialogar sin ánimos separatistas, conocerse dejando de lado los prejuicios, validarse y reconocerse por lo que somos: Personas. No creo estar pensando en una utopía, más bien estoy pensando en mis experiencias que el trabajo con y para las personas me ha dejado. Dejar de lado la idea de “los otros” y avanzar hacia un “nosotros” se hace fundamental.
Ahora bien, no quisiera desconocer y borrar de la historia que como sociedades hemos creado a grupos privilegiados, por sobre otros excluidos y, por lo tanto, la mediación del poder se hace compleja para crear discursos comunitarios inclusivos y no totalitarios. Me pregunto entonces
¿Cómo dialogar reconociendo la violencia sistemática que la población LGBTIQ+ ha vivido? No creo tener una única respuesta, pero mi intuición va hacia la posibilidad de generar justicia y reparación como una acción inicial para la construcción de una adecuada convivencia, libre de discursos de odio. Podemos dejarle eso al Estado, pero también podemos, con autonomía, mirarnos a la cara sin soberbia, rescatar la ternura como una ética, empatizar con el dolor de quienes sufren por la violencia en su barrio, en sus casas, en sus colegios...
Se observa con preocupación lo desagregada que está nuestra sociedad y creo con mucha firmeza (y no rigidez) que la clave está en construir comunidades democráticas que se cuidan y colaboran para gozar, igualmente, de una vida libre de violencia.
Alejandro Bustos Doussang
Trabajador social del Programa de Género y Equidad UTEM