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El desafío espiritual frente a la falta de lo necesario. por Paquita Rivera y Alex Ibarra

“La vida trae consigo un desorden que el espíritu,
luego, extrema: la posibilidad de lo ilimitado.
Con ella, llega a ser posible lo imposible.
Aún puede sólo entonces darse la visión de una
naturaleza dotada también de espíritu, pues este puede revelarse
a sí mismo hasta en ese universo extraño que lo ignoraba”.
(Luis Oyarzún)

Lo espiritual no es exclusivo de lo religioso, aunque la conversión religiosa auténtica suele ser una vía de acceso que cubre esta necesidad o deseo latente en el ser humano. Sin embargo, lo espiritual excede lo religioso sobre todo cuando se encuentra institucionalizado. Podríamos decir que lo espiritual es parte de la condición humana, a pesar que a veces se toma la opción consciente de negarlo, por ejemplo, es el caso que exigiría un materialismo radical a veces reclamado por los filósofos o por los científicos. Entre los llamados filósofos románticos o idealistas de la modernidad, que bastante sabían de teologías confesionales, la apertura a la dimensión espiritual era parte del arrojo a lo incondicionado, como bien lo representa la pintura de “El caminante sobre el mar de nubes” de Caspar David Friedrich.

Más recientemente, en las últimas décadas del siglo XX, el sicólogo Howard Gardner irrumpía con su teoría de las inteligencias múltiples, dando un duro golpe a los clásicos test de inteligencia. En una ampliación posterior de su primera formulación teórica incluía a lo espiritual como una de las capacidades de nuestra inteligencia, que al igual que en las otras, habría sujetos que la desarrollan excesiva o escasamente.

Si bien es probable que conozcamos más de alguna tragedia suicida proveniente de estos movimientos “iluminados “ que surgen cada cierto tiempo, generalmente encabezados por personajes que categorizaríamos dentro de aquellos con “exceso" de inteligencia espiritual o que espiritualizan o más bien “espiritizan" prácticamente todo ámbito del cotidiano; el surgimiento de estas “luces" de amor y altruismo, se vuelven necesarias en la medida en que el materialismo propio de la economía capitalista que reina en el entorno más tangible, nos acecha como un monstruo hambriento de consumir hasta nuestro último vestigio de sensibilidad.

Es sabido que los tiempos de crisis, junto con sus reconstrucciones materiales exigen también una alta dedicación a la reconstrucción espiritual. El arte, es sin duda una de las principales herramientas creativas que colaboran en esta tarea imperativa socialmente. El artista sostiene la demanda por la posibilidad transformadora, haciéndose parte de algún modo de una historia de salvación, es útil aquí mencionar la figura del filósofo judío Walter Benjamín en su concepción de la estética y en su concepción de la historia.

De una manera aún más evidente los relatos utópicos asumen un programa de transformación del orden presente apostando a un fortalecimiento hacia un buen vivir. Esto está en la utopía de Moro, pero también en la revolución indigenista boliviana entendida desde el mito del pachakuti. En el contexto de lo religioso también surgen relatos cargados de utopía, no sólo en la constante predicación cristiana “oficial” sino también en manifestaciones alternativas a veces consideradas heréticas, como es el emblemático caso del filósofo colonial chileno Manuel Lacunza, que tuvo que soportar la censura y el exilio, desde su certeza milenarista: “No selles las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca” (Ap, 22.10).

No sería descartable el creer que este tipo de disidencias “religiosas “ provenientes de una hiper-espiritualización de la vida ya sea por un auto aislamiento (como fue el caso de Lacunza) o por un exceso de inteligencia espiritual, son un aporte positivo para contrarrestar la inmediatez y el consumismo que invade (“El consumo nos consume”) a nuestra sociedad, siendo los mayores dañados la generación nacida bajo la hiper conectividad, generación que en el actual confinamiento obligado, continúa prácticamente sin variaciones su “virtual” vida social y actividades cotidianas, dado que han perdido el sentido del goce del encuentro humano, de hojear el libro, de la sobremesa. En una sociedad que desde el ahogo del “neuroliberalismo” en un grito de socorro, se ha atrevido a rasgar el velo del catolicismo hermético hasta hace poco; estas disidencias a la tradición religiosa, traducidas en “estilos de vida" espirituales sin encasillamiento ni excesivo ritualismo, nos regalan la oportunidad de reencontrar el sentido de la trascendencia o de “lo ilimitado” (Oyarzún) como estación de descanso en medio del naufragio colectivo en el cual hoy la humanidad navega, sin aún vislumbrar un puerto seguro en donde atracar.

A lo espiritual le viene bien su dosis de utopismo, es ahí donde alcanza un actuar desde la praxis que le permite superar el riesgo pesimista apuntando hacia un horizonte constitutivo de una nueva realidad. No sólo tenemos el derecho a lamentarnos, sino que también tenemos el derecho humano a ser parte del nuevo orden transhumano que fisure el antropocentrismo exagerado. Recurriendo a cierta dosis de existencialismo-humanismo podemos tener a la vista la neonatalidad kierkegaardeana-arendteana como fermento de la constitución del sujeto que asume con rigor la regulación ética.

La condición espiritual puede convertirse en la posibilidad que sostenga la crisis material de un sistema-mundo colapsado por la corrupción que permite la concentración de la riqueza y la renuncia a la honesta repartición entre aquellos que la producen. El tiempo de la transformación requiere de un programa utópico que coloque en el centro a “los condenados de la tierra” que comienzan un proceso de liberación. Las crisis sólo se superan en los resultados que aportan los procesos revolucionarios, es nuestra condición humana la que se encuentra desafiada. Estamos enfrentados a nuestra necesidad de ser, tal vez más originaria o “esencial” visualizada por el filósofo boliviano Fausto Reinaga, que con clara conciencia afirmaba: “Gracias al pensamiento amáutico, no desaparecerá el hombre ni se convertirá en ceniza el Planeta Tierra”. ¿Quién puede haber padecido mayor precariedad impuesta de lo necesario que el indio y su descendencia?

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Paquita Rivera.
Alex Ibarra Peña.
Colectivo de Música y Filosofía:
“Desde la reflexión al sonido que palpita”.

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