Hemos recibido la noticia que el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales reside, este año, en el profesor Gastón Soublette. Pero algo resulta extraño: su vida estuvo vinculada al partido nacional socialista chileno y su trabajo exhibe una concepción esotérica y espiritualista muy propia de lo que Furio Jesi denominaba el “neofascismo esotérico” tan presente en Julius Evola en Italia o en Miguel Serrano en el caso chileno. No quisiera entrar a deslindar si el profesor Soublette tiene o no méritos –algo siempre discutible y, sobre todo, discutible que tendría el jurado para ello. Tampoco en si es legítimo o no que un nazi –sea exotérico u esotérico; fuerte o light- reciba el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales. Me interesa, más bien, problematizar cómo la designación de este Premio se inscribe al interior de una escena muy particular que es la de la Restauración Conservadora en curso que se explicita desde el triunfo del Rechazo en septiembre de 2022 con la visibilización, sino normalización, de la máquina mitológica neofascista. En este marco me interesa plantear cinco puntos o preguntas a formular a propósito de esta designación: 1) cómo en la designación de este premio se sintomatiza la crisis de las humanidades gatillada por su problemática inscripción al interior del despliegue de la razón neoliberal 2) El síntoma de fondo ha sido el que parece que las únicas humanidades que se pudieran reconocer fueran aquellas que han renunciado a la crítica articulando una operación de estetización espiritualista de la racionalidad neoliberal. Operación estetizante que definiría al trabajo de Soublette. 3) Cómo fue elegido Soublette entre los otros dos candidatos: José Bengoa y Grínor Rojo. Y porqué habría sido elegido por la mayoría de un jurado designado (rectoras y rectores de universidades públicas y tradicionales, Premios Nacionales de Humanidades, entre otros), cuestión que expresaría la crisis de las humanidades en la decisión misma del jurado. 4) Cómo es que dicho Premio fue entregado bajo un paradójico gobierno “progresista”. 5) Cómo los problemas de los cuatro puntos anteriores implicaron un silencio brutal de parte de la academia chilena. Silencio que va de la mano con la Restauración en curso y su necesaria estetización bajo la forma del “sabio de la tribu”. Silencio de las propias humanidades a propósito de su crisis. Silencio que ha sido la constante de una academia que parece no tener ni crítica ni opinión acerca de estos asuntos (asuntos públicos, precisamente) y que parece vivir en la cobardía institucionalizada de un régimen de capitalismo académico incuestionado e incuestionable. Es aquí donde reside, precisamente, el escándalo: el escándalo de no hacer de esto un escándalo, del silencio como escándalo.