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Estado cuidador. Por Roque Farrán

Rita Segato dijo en una entrevista reciente por C5N[1] que le parecía crucial disputar las narrativas que se construyan a la salida de la situación pandémica que nos plantea el coronavirus (si es que “salimos”); incluso habló de un “Estado materno”. En una breve intervención, que escribimos junto a Jacinta Gorriti, preferimos hablar de “Estado de los cuidados”[2] antes que de “Estado maternal”, porque el cuidado excede las funciones de reproducción y maternaje; el cuidado incluso puede ser concebido de modo ascético y firme, como lo muestran las “prácticas de sí” estoicas que estudiaba Foucault. En todo caso, lo distintivo de la cultura del “cuidado de sí” es una reflexividad crítica y una puesta a prueba de lo sensible que son constantes. Consideramos que una orientación materialista del Estado, que vincule todas las instancias y prácticas posibles (salud, educación, trabajo, policía, etc.) desde la óptica rigurosa del cuidado, resulta indispensable para afrontar este delicado momento y lo que de aquí se siga.

Hemos pivoteado una y otra vez, últimamente, sobre la frase: “Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Incluso yo mismo he propuesto, paradójicamente, que es más fácil imaginar el fin del mundo y el capitalismo juntos que el fin de uno mismo. Sin dudas todos los términos y fines conducen a otro que permanece velado en su misma aparición recurrente: la imaginación. Entonces, quizás lo que tengamos que plantear es el fin radical de la imaginación, junto a todos sus “fines”, para que aparezca otra cosa. Sabemos, no obstante, que la imaginación es irreductible porque está ligada al cuerpo y las afecciones que recibimos; el límite de la imaginación no depende de su supresión sino de la activación de los afectos en un punto singular: aquel en el cual todos los fines convergen, se anudan o disuelven. Spinoza le llamó beatitud.

Me llama la atención que en la actualidad se hable de la necesidad de un “Estado fuerte”, por un lado, y de asumir o sostener las necesarias “fragilidades” o “vulnerabilidades”, por otro. Sea para conjurar, prevenir o rechazar ese supuesto estado, nuevamente se ponen en juego las tramposas dicotomías del pensamiento de izquierda. También he estado considerando un concepto clave de Spinoza: la fortaleza [fortitudo]. Un afecto que combina firmeza y generosidad; la estrategia del deseo [conatus], digamos, es afirmativa y compositiva a la vez. Me llama la atención porque, visto a la distancia, sin dudas Spinoza podría ser considerado una persona absolutamente frágil: excomulgado de su comunidad siendo muy joven, casi sin familia y habiendo rechazado tanto la herencia paterna como un cargo en la Universidad, finalmente muere a los 44 años por una afección respiratoria (quizás neumonía). Spinoza insistía en la necesidad de un Estado que proteja, no tanto por temor a las vulnerabilidades o fragilidades de la vida (con otros y/o con virus que no se conocían), sino por las posibilidades inauditas que genera una organización humana capaz de componer y potenciar el deseo de perseverar en el ser. Un Estado fuerte es así un modo de organización que se nutre de singularidades irreductibles en sus perseverancias (“El hombre que se guía por la razón es más libre en el Estado, donde vive según leyes que obligan a todos, que en la soledad, donde sólo se obedece a sí mismo”). Confieso que me produce cierto temor fallecer por una afección respiratoria, lejos de quienes amo y en absoluta soledad, pero no considero que el Estado pueda protegerme rigurosamente de ello (siendo paciente de riesgo); el Estado sí puede potenciar lo que siempre he pensado: composiciones singulares. Todavía no sabemos lo que puede un cuerpo social organizado en función de singularidades irreductibles. Algo de ese saber larvado porta, sospechamos, el virus reactivado del peronismo.

Para un materialista consecuente el Estado, el Mercado, la Sociedad o la Comunidad, formulados así en mayúsculas, también son entelequias abstractas, generalidades vacuas. Por eso, piensa más bien en aparatos de Estado, dispositivos y prácticas concretas en las cuales se trazan distintas orientaciones: reproductivas, transformadoras o destructivas. Se trata entonces de saber hacer en cada caso: cómo operar en recombinaciones singulares de esas tendencias. No hay fines ni principios absolutos, pero en el medio material nos podemos encontrar si asumimos que no todos podemos con todo; que no tenemos la capacidad, en cualquier caso, para activar un vacío localizado que induce el deseo. Entonces, mejor saber escuchar, registrar, tomar nota, hacer ejercicios de memoria; hasta que nos toque intervenir de manera oportuna. Si hoy en Argentina podemos hablar de un Estado cuidador es porque antes hubo un Estado reparador que supo, además, escuchar y dar lugar a un sujeto político de los derechos humanos que anudó -y reanuda una y otra vez- Memoria, Verdad y Justicia, en respuesta al traumático terrorismo de Estado (y también, no olvidemos, porque hubo en 2001 un desfondamiento radical del Estado que obligó su refundación anudada a ese sujeto). No son meros significantes vacíos ni significa que cualquier gobierno pueda dar ese uso singular al Estado (aunque sí pueda orientar a otros). Son marcas que constituyen el tejido de nuestra dolorosa historia y lo que habilita también una activación de la potencia colectiva[3].

Apostemos entonces a profundizar un cambio materialista en la organización del Estado, ligado ahora a la primacía de los cuidados y los aparatos ideológicos que lo encarnan: salud, familia, educación, etc. En lugar de un paradigma “securitario” del Estado, como el que ha prevalecido, un paradigma “cuidaritario”. Para que la tendencia materialista se profundice, atravesando el Estado, hay que entender que la lógica de transferencia y contaminación que ejerce un aparato sobre los otros no puede ser homogénea; tiene que haber traducciones y transformaciones inventivas que inspiren las prácticas desarrolladas en distintas instancias, atendiendo siempre al lugar del más débil en cada relación de poder –para invertirla. El primer obstáculo epistemológico para captar estas transformaciones y profundizarlas, pues son tendencias y no fines, proviene de la espontaneidad ideológica homogeneizante con que los practicantes se suelen representar otras prácticas y niveles. Un político materialista entiende las diferencias y desfasajes de tiempos y lugares: su conexión inmanente. Tenemos que alcanzar ese entendimiento espacial, esta inteligencia material del tiempo, dentro de nuestras limitaciones actuales.

 

Roque Farrán, Córdoba, 12 de abril de 2020.


[1] https://www.youtube.com/watch?v=L5JjUAW82is

[2] https://www.ieccs.es/2020/04/06/estado-de-los-cuidados-ante-el-coronavirus-el-ejemplar-caso-del-gobierno-argentino/

[3] Véase la breve y hermosa entrevista a Fabiana Rousseaux que hizo Alejandra Dandan en El cohete a la luna: https://www.elcohetealaluna.com/los-espejos/

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