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Falleció Mariano Puga, el cura obrero que luchó contra la dictadura

A los 88 años y rodeado de sus más cercanos de la comunidad La Minga, en Villa Francia, Mariano Puga falleció producto de un cáncer linfático. El compromiso con la defensa de los Derechos Humanos y su lucha incansable por mayor igualdad se mantuvo hasta sus últimos días.

Nació el 25 de abril de 1931 en Santiago, hijo de Mariano Puga Vega y Elena Concha Subercaseux, estudió Arquitectura y fue justamente esa carrera la que lo puso en contacto con la extrema pobreza cuando conoció el campamento San Manuel ubicado en la ribera del Zanjón de la Aguada. Ello lo llevó a abandonar los estudios universitarios y optar por el sacerdocio en el Seminario Diocesano, donde fue ordenado sacerdote en 1959.

En 1972 se enroló en el movimiento Cristianos por el Socialismo, cuyo objetivo era la disminución de la desigualdad social y la injusticia económica, inspirado en la teología de la liberación. Fue también parte del conjunto de religiosos conocido como Grupo de los 80, que adhirieron públicamente a la construcción del socialismo presentados por el entonces presidente Salvador Allende.

Luego del Golpe de Estado, en junio de 1974, fue capturado y conducido a Villa Grimaldi y a Tres Álamos, episodios que él mismo sindicaría como las peores detenciones que sufrió durante su lucha contra la dictadura de Augusto Pinochet.

Pese a sufrir un cáncer linfático que incluso lo hizo dejar Chile por unos meses, Mariano Puga no se mantuvo al margen del movimiento social iniciado el 18 de octubre en nuestro país y solo cinco días después y en medio del estado de Emergencia decretado por el Gobierno, el también conocido como “cura guerrillero”, difundió una carta pública en la que interpeló a las autoridades a actuar ejerciendo liderazgos y a la sociedad misma a no bajar los brazos y exigir mayor igualdad. “¡El despertar no tiene que morir nunca más! Hasta que volvamos a ser seres humanos“.

A continuación el texto completo de la carta:

Aburrido hasta el tuétano. Despierto en la mañana y lo primero que me encuentro es con la parálisis política que da cuenta de falta de liderazgo. Discursos fomes, repetitivos, sin creatividad y estúpidos. Somos dictadura y prisioneros de Pinochet, prisioneros de nosotros mismos, de nuestras propias prisiones, de nuestros propios odios (…) Ni los pacos ni los milicos son nuestros enemigos. Los que mandan a la calle son, en su gran mayoría, gallos que han nacido en el seno del mundo popular que muchas veces no encontraron alternativa alguna para sobrevivir (…) Este pueblo tiene el derecho a destruirlo todo porque todo le han destruido. Habrá que preguntarse: ¿¡Qué cariño le hemos tenido, qué hogar les hemos brindado!?

¿Qué amor les hemos dado? ¿Qué he hecho yo por afectar para mejor sus vidas? “Y la Iglesia apenas musita declaraciones, la iglesia ha sido cómplice del sistema de mercado. ¿Qué les pasa a los pastores de Chile? Han perdido la capacidad de estar con el pueblo, hacer suyo sus gritos y gemidos, han perdido credibilidad porque hemos escandalizado a nuestro pueblo” Dándole vuelta a estas cosas y escuchando el horrible discurso de Piñera, asumo que no entiende nada, ¡pobre hombre! me acordé de Luis XVI cuando le van a decir en la noche del 14 de julio que el pueblo se ha parapetado en La Bastilla y que no saldrá de ahí sino con la fuerza de las armas y él dice “Ah, ¿no se quieren ir? que se queden entonces”. Piñera no entiende lo que está detrás del clamor de la gente, él y muchos como él, no pueden entender el despertar del pueblo, no entiende que las leyes que sostienen el sistema social, de salud, de trabajo, de previsión es excluyente, egoísta, inhumano. Y él no lo entiende porque él es uno de la tribu privilegiada del sistema. Nunca lo entenderá, hasta que no se convierta a Jesucristo. La revolución no se hace con los poderosos, sino con aquellos que hacen suya la causa de los sin poder y ésos nos faltan hoy. No veo cómo este sistema los va a producir, más bien al revés, el sistema toma a los sin poder y los transforma en los adoradores del modelo de consumo.

Y la Iglesia apenas musita declaraciones, la iglesia ha sido cómplice del sistema de mercado. ¿Qué les pasa a los pastores de Chile? Han perdido la capacidad de estar con el pueblo, hacer suyo sus gritos y gemidos, han perdido credibilidad porque hemos escandalizado a nuestro pueblo, le hemos dañado y mentido y ahora estamos en exilio en nuestra propia tierra, encerrados y exiliados en nuestra propia iglesia. Como decía Violeta ¿Qué dirá el Santo Padre? El proyecto no era de los hombres, era de Dios. La iglesia no es capaz de estar en sintonía con las demandas del pueblo porque dejó de ser pueblo, no entendemos a la gente ni a Jesús, más bien lo sacrificamos, lo destruimos, lo deshumanizamos, lo pisoteamos y lo transformamos en un rito de muertos, de misas convencionales, de ritos justificadores.

Qué soledad más increíble me embarga. Esta soledad no se soluciona ni con ansiolíticos, es la soledad de Jesús que grita “padre porqué me has abandonado” es la soledad de los discípulos que también lo van a abandonar. Hoy leí “el llamado de Jesús” ese que dice comparte lo que tienes y parte a la misión. Qué miedo más grande, perderlo todo, perderme yo para que otros vivan. Nos cuesta tanto compartir (…) Y me vuelvo a mí y me pregunto qué significa darme por entero. Anda Mariano, me dice Jesús, véndete, entrégate a los demás, sé mi colaborador, aunque nadie te entienda, aunque ni Dios sienta que está contigo, no me atrevo si quiera pedirte algo Señor, pero yo sé que todos vamos a pasar por ahí. En esto, empecé a ponerme creativo y entonces si pudiera estar ahí entre la gente que está levantando su voz y poniendo el cuerpo, levantaría una tarima en plaza Italia, agarraría a todos los acordeonistas y guitarristas e invitaría a bailar a la gente, a hacer de esa plaza un gran centro de baile en donde cada una y uno pueda mirar pal lado e invitar a otros que nunca han cantado, que nunca ha reído.

¿A quién invitarías a bailar tú? A mí me gustaría sacar a los paralíticos, a los ciegos, a los cabros volaos o alcoholizados, a los esquizofrénicos, a los negados en su condición u opción de vida, a los postergados y olvidados, a los que deben taparse la cara para contribuir con su cuota de violencia. Me gustaría invitarles a ellas y a ellos. Están tan cerca de nosotros y los despreciamos y nunca nadie les ha preguntado porqué de su vida o quiénes son. Transformaríamos la plaza en una fiesta donde nos tomaríamos de la mano con los que son pisoteados y haríamos de Chile, al menos por un rato, un baile chilote.

Quiero olvidarme de mí, de mi comida y de mis prioridades, de mis gustos y pertenencias, quiero olvidarme de mi yo. Solo para que el otro pueda tener lo que le hace feliz, tener lo que no tiene. Olvidarme de la imagen, de la falsa imagen de Jesús y poder producir lo que él dice “el que come y bebe conmigo es un hombre y mujer nuevo”. Estoy seguro de que la vida en Jesús sana, renueva, libera y que él no quiere ni necesita beatas ni beatos.

Eso es posible porque Dios nos hizo para ser felices. Desde la casucha en que vivió, desde el lado de los que sufren gritó: felices lo pobres porque de ellos es la tierra nueva, felices lo que lloran porque serán consolados, felices los hambrientos de justicia porque van a ser saciados, los que son perseguidos por causa del bien, los que luchan renunciando al triunfo, felices los limpios de corazón, los que nunca se dejan comprar, lo que no se apitutan, los que no tienen vergüenza de sus acciones porque no buscan figurar, sino que buscan la risa de los que no ríen. Me pregunto: ¿Qué puedo dar yo? La única felicidad que puedo dar, después de haber sido odiado y amado, es servir hasta dar la vida por los demás, dar mi felicidad de ser calumniado, malinterpretado, perder la imagen, ser torturado y negado, pero a esta altura puedo decir que he ganado la posibilidad de amar, de sentirme hermano de los humillados, de los que no son amados, ni escuchados.

Estoy seguro de que ante esta pregunta de qué puedo dar yo, la respuesta de las personas sería lindísima, mucho más fuerte que todas las estupideces que nuestra máxima autoridad y su sequito está dando porque somos seres humanos, porque nos han quitado todo, menos la humanidad, que es un don de Dios y nadie puede quitar lo que Dios nos dio, ni el peor de los dictadores puede quitar esa condición. Ese Dios es más fuerte que el ídolo que nos transforma en explotadores, en homofóbicos, en consumistas. Ese Dios es más fuerte que todas nuestras resistencias.

“¿Qué está pasando con los líderes nuestros? ¿Dónde están? ¿Dónde está el arte? (…) ¿Quién se hace voz de las esperanzas de la calle, qué cresta pasa con los artistas de lo nuevo? Cántennos, grítennos, enséñennos a soñar, sin ustedes no somos capaces, sin los otros y otras de este mundo, no somos capaces.”

Ese Dios lo entienden los simples. Yo te alabo Padre porque te revelas a los pequeños, a los considerados como nada. Sí Padre, yo te alabo porque te diste a la maravilla de tu hermano, tú que dijiste: haz con tu hermano lo que te gustaría que hicieran contigo, y lo haces porque crees que el Dios de los cristianos y el Dios de todas las religiones es pobre, un Dios sin poder, no milagroso, que se hizo último entre los últimos, asesinado, martirizado, como un inocente abandonado, como un “ejecutado político”. Ése es nuestro Dios, el que resucitó y proyectó un modelo de una humanidad nueva, para todas y todos. Ese espíritu que lo animó a él es el que también anima a cada ser humano, ese espíritu es el que habla a través del profeta y es el que está diciendo que organizándonos nosotros, ayudándonos nosotros, podremos ayudarnos de él para salir de nuestras frustraciones, miedos, odios, decepciones, afanes de poder, ídolos. Voy a poner ese espíritu en ustedes y ustedes vivirán, y volverán a su tierra y la cultivarán para germinar en una sociedad nueva más linda que la de Allende, porque pasearan por las grandes alamedas de la humanidad entera y ahí nos daremos cuenta de que en el fondo, cada una y uno de estos seres humanos, los que tocan las ollas, los que rompen el Metro, los que silenciosamente buscan, arriesgan, dan la vida por un mundo distinto, todas y todos tenemos algo de Dios; de soñadores, constructores de equívocos y sueños, capaces de bailar, cantar, crear, construir belleza, colocando canto–teatro–vida, amor. ¿Qué está pasando con los líderes nuestros? ¿Dónde están? ¿Dónde está el arte? (…) ¿Quién se hace voz de las esperanzas de la calle, qué cresta pasa con los artistas de lo nuevo? Cántennos, grítennos, enséñennos a soñar, sin ustedes no somos capaces, sin los otros y otras de este mundo, no somos capaces.

Es el grito que recorre desde Yemen, el pueblo kurdo hasta La Araucanía, metiéndose hasta las entrañas amazónicas indígenas. Ellos que nos enseñan que todos somos responsables de la casa común, hijos de la tierra, del agua y del sol, que protegen su entorno y que se deben a su gracia. Danos la sabiduría de Salomón, Señor, para escuchar a los últimos de nuestra sociedad, a las víctimas de la sociedad de mercado, responsables también de la destrucción de la casa común. Los hermanos indígenas nos enseñan el cuidado delicado de la creación. Nosotros que nos decimos cristianos no sabemos escuchar el gemido de Jesús que viene de la naturaleza, del agua y de la tierra.

Quiero pedir a María, a María de Nazaret: tú que pariste al Dios de los sin poder, que descubriste al Dios de los débiles y no de los ricos, sé tú la madre de esta nueva humanidad (…)

¡El despertar no tiene que morir nunca más! hasta que volvamos a ser seres humanos. “Yo te voy a sacar de sus sepulcros, pueblo mío, y te voy a llevar a la tierra que te pertenece”, dice Exequiel (…) Recordemos la memoria subversiva de Jesús de Nazaret y no olvidemos que lo que le llevó a ser rechazado fueron sus gestos de amor y ternura, de opción radical entre y para los pobres de la tierra, el anuncio de la buena nueva, del Evangelio, pagado con su propia vida.

“Algo nuevo está naciendo, con los pobres va creciendo, nuestro Dios se hizo pueblo”, cantábamos en nuestros Vía Crucis. REINVENTEMOSLA HOY, ARRIESGÁNDONOS HASTA EL PELLEJO.

Esta columna se publicó originalmente en el sitio del Comité de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos de La Legua.

Mariano Puga 26 de octubre de 2019


MARIANO PUGA, ORA PRO NOBIS. Por Manuel Cabieses

El cura-obrero Mariano Puga, que falleció hace una semana, tenía una fe de acero en el derecho del pueblo a construir una sociedad de iguales. En la historia de la iglesia católica –sumida hoy en la vergüenza de los horribles delitos de centenares de crápulas con sotanas-, hay nombres respetables y queridos. En Chile, por ejemplo, el cura Fernando Vives Solar, precursor de la doctrina social de la iglesia en los años 30; el obispo Manuel Larraín, que impulsó la reforma agraria en los 60; Alberto Hurtado, creador de la Acción Sindical Chilena (Asich), que se preguntó si Chile era realmente un país católico; Enrique Alvear, el “obispo de los pobres”, que apoyó la resistencia contra la dictadura; el obispo Fernando Ariztía y su valiente rol en el Comité Pro Paz; los curas-obreros Mariano Puga, José Aldunate y Roberto Bolton, activistas del Movimiento contra la Tortura “Sebastián Acevedo”; el español Antonio Llidó, el chileno-británico Miguel Woodward, y el francés André Jarlan, víctimas del terrorismo de estado; el irlandés Liam Holohan, cuyo nombre lleva hoy una calle de la población Sara Gajardo de Cerro Navia; Pierre Dubois, valiente defensor de los pobladores de La Victoria; Rafael Maroto, miembro del comité central y vocero público del MIR, detenido y relegado por la tiranía; Alfonso Baeza Donoso, Vicario de la Pastoral Obrera, que planteó establecer un “salario máximo” en Chile; Eugenio Pizarro Poblete, candidato presidencial de la Izquierda en 1993, que prosigue su labor pastoral; Pablo Fontaine, relegado en La Unión, y que a los 89 años no descansa en su clamor por una iglesia de los pobres; Leo Wetli, teólogo que enriquece la doctrina en su trabajo entre pescadores y aymaras. También las mujeres: religiosas como Blanca Rengifo, fundadora con la abogada Fabiola Letelier del Comité de Defensa de los Derechos del Pueblo -Codepu-; la norteamericana Roberta Rioux y la francesa Andree Devaux, militantes de la prensa clandestina; la francesa Marie-Aimee Viannais (“Teresa”), en el Comité Pro Paz y con las mujeres encarnadoras de la pesca artesanal de San Antonio y la comunidad aymara en Arica, donde falleció.

La lista es mucho más larga. La mayoría de esos héroes son hombres y mujeres anónimos. Es una tarea pendiente rescatar sus nombres y rendirles el homenaje que merecen.

Algunos curas-obreros provenían de familias encopetadas, como la de Mariano Puga Concha. Sus ramas genealógicas alcanzaban hasta Mateo de Toro y Zambrano, presidente de la primera Junta de Gobierno de la titubeante independencia de Chile. El padre de Mariano hizo estudios primarios y secundarios en Zúrich y París –como acostumbraba la burguesía de la época-, fue destacado político liberal y embajador en Estados Unidos. Acorde a esa tradición, Mariano estudió primaria y parte de la secundaria en Londres. Un compañero de ideales, el cura-obrero José Aldunate Lyon, tuvo institutriz inglesa y cursó los primeros estudios en Londres.

No estaba escrito que hijos de la burguesía se convirtieran en estandartes morales de los trabajadores. Pero la historia la escriben los hechos y la protagonizan quienes se atreven a romper con la tradición. Algunos fueron atraídos al sacerdocio en la universidad. Mariano Puga estudiaba arquitectura -que inspiró más tarde su trabajo como pintor de brocha gorda-; Roberto Bolton, casi fue dentista; Alfonso Baeza Donoso, mi primo, era ingeniero civil e hijo de un prestigioso médico pediatra, Arturo Baeza Goñi; Rafael Maroto, mi camarada, estudió derecho y fue obrero en la construcción del Metro de Santiago.

La acción de estos curas y religiosas creó puentes sólidos entre explotados creyentes y no creyentes. Sus pilares se enclavaron en una práctica social común. Esto permitió descubrir las identidades ideológicas que existen entre cristianismo y marxismo. Esa hermandad de ideales es fundamental para levantar la alternativa al modelo de sociedad que hoy se hunde en el fracaso, la desigualdad y la corrupción.

Los testimonios de vida de los curas-obreros Puga, Bolton, Aldunate, Maroto, Baeza, y de las religiosas Rengifo, Rioux, Devaux y Viannais, merece el reconocimiento de la generación actual de los hombres y mujeres de iglesia. La iglesia católica -en tanto institución- sigue un camino de gradual extinción. Pero la fe de millones de creyentes es una fuerza enorme a participar en el cambio social que se avecina. El papa Francisco hace esfuerzos por resucitar el espíritu evangélico. Pero sus palabras se las lleva el viento y sus propias contradicciones. Una burocracia petrificada gobierna la iglesia cuya concupiscencia abofetea a la pobreza que día a día aumenta en el mundo. Creyentes y no creyentes necesitamos que el espíritu rebelde de los curas-obreros renazca de sus cenizas. Es el ingrediente indispensable para la gran alianza que permitirá construir la mayoría por la igualdad y la justicia social. Creyentes y no creyentes necesitamos las oraciones de hombres como Mariano Puga para afrontar las luchas que se avecinan.

Mariano, ruega por nosotros.

MANUEL CABIESES DONOSO 21 de marzo 2020

https://www.puntofinalblog.cl/post/mariano-puga-ora-pro-nobis

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Ver texto Mariano y el comunista. Por Jaime Álvarez

http://www.lemondediplomatique.cl/mariano-y-el-comunista-por-jaime-alvarez.html

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