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La Araucanía llora y enmudece la partida de dos de sus mejores hijos. Por Marco Silva Cornejo

A Guido Eytel y Luis Marín

El bosque enmudecido por la partida de poetas y escritores no encuentra consuelo en las praderas silenciadas de espanto, ni en el universo de microscopia prosa que se extiende por el rio que llora el silencio que nos embarga a todos. En el tablón del patio del fondo de la escuela de artes y oficios, quedaron las copas de Guido y de Luis a medio servir, sus bufandas escolásticas, sus risas disonantes y el musitar de sus libros extraviados por el abandono indiscreto de la partida helada.

Dos generaciones escriturales que montan de la mano, cabalgando sobre el mar, navegando en las praderas, incinerando las certezas prodigiosas de los cotidianos, subvirtiendo el tiempo en el laberinto de los todos. Así, con la fuerza de Luis Marín, el viento enloquece de Borgianas melodías para que los niños de Santa Rosa o Pedro de Valdivia puedan elevar sus cometas más allá de la última metáfora que el sol confabulara en nuestro cielo. Todo el iris de su pulso mirando con recelo siempre la hoja que marca la sinopsis de nuestro devenir, irritando con malicia y pícara sonrisa la comodidad complaciente del credo.

Todo el amor y la militancia de Guido para que los desaparecidos florezcan tiernos en nuestros jardines de maleza depurada, con palabras en los ojos los andantes y brillo de saber figuras tiernas que habitan en el hualle y el helecho.

Hemos despedido a dos de nuestros más notables, figuran sus arquitecturas de palabras en sintaxis de otro vuelo, la materia de su sombra se diluye en cada sorbo amargo que degusta nuestro aliento, vamos a buscarles en la mañana, seguro coronarán nuestros amaneceres con su verso tierno y fresco. Desde el laberinto los otros nos miran sin perforar ni un milímetro nuestro dolor, que sigue desafiando al desconcierto.

Marco Silva Cornejo
Mg. Ciencias Sociales Aplicadas UFRO

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