En kioscos: Mayo 2024
Suscripción Comprar
es | fr | en | +
Accéder au menu

La caída del neoliberalismo en Chile. El principio del fin. Por Pamela Pezoa Matus

La preocupación de Donald Trump por el levantamiento popular en Chile y sus acusaciones de intervención extranjera en contra de Rusia, Cuba y Venezuela, como en los tiempos de la guerra fría, dan cuenta de la importancia de nuestro país en la geopolítica del capitalismo global.

Recordemos que Chile fue el laboratorio donde se estableció el neoliberalismo, bajo la doctrina del shock, a través de una sanguinaria Dictadura Cívico Militar que rompió no solo las estructuras económicas y políticas tradicionales, sino que, además, con todo el tejido social y valórico de nuestra sociedad en vías de transformación.

Los treinta años posteriores a la Dictadura, llámese transición o democracia tutelada, no fue más que la consolidación de dicho modelo, del que todos quienes gobernaron sacaron su mejor tajada, entregando Chile y el Wallmapu a las transnacionales, a través, del desmantelamiento de las empresas nacionales, privatización de las carreteras, de la educación, de la salud, de la cultura; así como el despojo de territorios, ríos, bosques y mar.

Pero no fue solo eso, lamentablemente, el sistema neoliberal invadió todas las esferas de nuestra vida, descomponiendo nuestros valores y redes de solidaridad, lo que hizo mucho más difícil recuperarnos del shock. Tuvieron que pasar varias generaciones para poder despertar.

Hasta hace 15 días atrás éramos unos desconocidos y, al menos, dos países; el de los relativamente privilegiados y el de los marginados pues, durante 30 años, el mercado creo una distancia abismante entre unos y otros; construyó guetos poblacionales alejados de la “gente bien”, escuelas para pobres y colegios para ricos; hospitales para unos y clínicas para otros... Criminalizó la pobreza, para los más marginados, a través del SENAME y la cárcel. La ley antiterrorista y la represión para el enemigo interno, el Pueblo Mapuche.

Pero desde hace 15 días, la calle ha vuelto a ser de todos y todas, distintas generaciones han convergido, cada una con su parte de esta historia que, nuevamente, es de todos y todas. Que mejor ejemplo, de la profundidad de este cambio es que se hubiesen botado, en distintas plazas, las estatuas que simbolizaban el colonialismo, es decir, es el inicio de la restitución de nuestra verdadera historia.

No obstante, la lectura de que hay tres perfiles de manifestantes ha sido, prácticamente, transversal de derecha a “izquierda”; el de las marchas pacíficas, el de los grupos radicalizados y el del lumpen saqueador o “huachos saqueadores” según el arzobispo de Concepción. Porque todos ellos y ellas siguen pensando en clave colonial-neoliberal, con su lógica de alteridad, del otro invisibilizado por décadas, que hoy día también se manifiestan desde la marginalidad que el sistema les ha impuesto.

La calle dice otra cosa, desde las marchas en contra de la Dictadura que no se veía tanta diversidad, a la calle han llegado no solo los trabajadores públicos, industriales, pesqueros, pescadores, profesionales, pobladores, mujeres, jóvenes estudiantes secundarios, universitarios y sin estudios, niños y niñas, con sus familias y del SENAME, adultos mayores, migrantes, mapuche, monjas y curas, los marginados y los que “no lo estaban tanto”.

Quienes han estado enfrentando a militares y a carabineros, lo han hecho con la cobertura de los que marchan “pacíficamente”, porque quienes están más atrás llevan el bicarbonato y los limones para contrarrestar las bombas lacrimógenas y las “brigadas de sanidad”, en la primera línea de fuego, socorriendo a los heridos por perdigones y balines. Porque sí, el pueblo está organizado. Porque Chile despertó gracias a la “violencia” de los estudiantes, pues no es un asunto de violencia si no de dignidad.

Ninguno de quienes gobernaron durante estos 30 años tiene derecho a criticar. Ninguno y ninguna que aprovechó o mendigó alguna cuota de poder, dentro de este sistema corrupto, tiene derecho a criticar la violencia del pueblo, después de que fueron cómplices de la violencia del sistema y de su Estado.

Porque el derecho a la rebelión también es un derecho humano, porque tenemos derecho a la rabia, a la resistencia y a la rebelión.

Tampoco tienen derecho a opinar de los saqueos a las cadenas de farmacia, supermercados y retail, si callaron por décadas los saqueos, a manos llenas, de empresarios, políticos, militares y carabineros corruptos. Tampoco tienen derecho de salir a marchar a la calle, porque la calle es de quienes tienen las manos limpias. Hoy solo el pueblo puede controlar al pueblo, sólo el pueblo tiene voz y la responsabilidad histórica de no dar ni un paso atrás.

Ha comenzado el principio del fin y, aunque todos y todas quienes participaron de este largo montaje no lo puedan entender, el imperialismo si lo entiende y le asusta.

El neoliberalismo se fundó en Chile y fuimos el ejemplo para Latinoamérica y el mundo por más de 30 años, por eso hoy todos los pueblos miran a Chile. Si cae en Chile, en ningún otro país se podrá volver a implementar.

El pueblo chileno también lo entendió, sabe que no se trata solo de cambiar a un presidente o de un gobierno u otro, sabe desde Arica a Punta Arenas, que el problema son las transnacionales y su modelo extractivista, que la sequía es por la privatización del agua y la contaminación por las termoeléctricas y refinerías, el saqueo en el sur por las forestales e hidroeléctricas y el impacto en el mar austral por las salmoneras. Que no son 30 pesos, que es el despojo del derecho a la salud, a la educación y a una jubilación justa.

El 18 de octubre comenzó el principio del fin del neoliberalismo, el modelo económico más brutal, inhumano y depredador que ha conocido la historia de la humanidad. El pueblo chileno ya lo entendió, el pueblo despertó, el pueblo está unido y es uno sólo les guste o no les guste.

Pamela Pezoa Matus
Activista Social
Trabajadora Social y Diplomada en Derechos Humanos

Compartir este artículo