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La corrupción te enferma y a veces te mata. Por Lucio Cañete Arratia

Se suele señalar a la corrupción como uno de los grandes males que afectan a nuestro país por el amplio daño que ella provoca en diversos quehaceres y en distintos niveles. Los principales efectos en Chile se pueden resumir en una atrofia de las actividades productivas debido a que tanto los recursos humanos como materiales no están en el momento, lugar y magnitud pactados entre la ciudadanía que entrega el poder para gestionarlos y el traidor que no cumple su cometido.

Sin embargo, cuando la corrupción es un fenómeno casi omnipresente que ha inundado transversalmente la diversidad de instituciones que alguna vez fueron depositarias de la fe pública, muchas personas que son testigos de tan escandaloso e innegable espectáculo, comienzan a experimentar un notable deterioro en la salud. Aunque este efecto de la corrupción en Chile no está listado en el reporte de daños, varias investigaciones en diferentes partes del mundo así lo confirman.

La primera alarma general de este impacto, mayoritariamente críptico pero grave, la emitieron los investigadores chinos Qiang Li y Lian An el 2019, quienes a través de un estudio transnacional en 126 países, determinaron cuantitativamente algo que se sospechaba: la gente que vive en ecosistemas más corruptos es menos feliz.

Tres años antes, otro estudio más puntual desarrollado en el África Sub-sahárica por Robert Gillanders de la Escuela Hanken de Economía de Finlandia, mostró estadísticamente cómo los niveles de ansiedad se incrementan en la población que es empujada hacia la corrupción. Tener que pagar un soborno para obtener documentos y permisos, evitar problemas con la policía o acceder a atención médica; son los escenarios en que la ansiedad fue en estos casos más fuerte.

En Vietnam, una investigación europea del año 2021 encabezada por Smriti Sharma, Saurabh Singhal y Finn Tarpla, evidenció que la corrupción aumenta el riesgo de angustia. Este efecto, dicho malestar es más fuerte para las mujeres, mostrando tal grupo humano una mayor sensibilidad ante la carga sicológica que genera la corrupción.

El ya citado Robert Gillander junto a su colega Lisa van der Werff de la Universidad de Dublin mostraron el 2021 que la corrupción es un facilitador de la violencia. Esto se observa especialmente a nivel intradomiciliario pues quienes se han enredado con la corrupción expresan cierta tendencia y justificación hacia la agresión física.

La percepción de corrupción propicia caer en depresión debido principalmente a la sensación de injusticia que se percibe en el medio social. Así lo estableció Yujie Zhang de la Universidad Tong de Shangay el 2022, mostrando como causas específicas lo informado a través de noticias online respecto al arraigado comportamiento corrupto de instituciones estatales.

El golpe final parece haberlo dado el año 2020 Lorenzo Ferrari y Francesco Salustri de la Universidad de Roma y Oxford respectivamente, quienes establecieron de manera hasta ahora irrefutable que los habitantes de países más corruptos padecen un mayor número de enfermedades crónicas. La muestra a europeos de edad superior a los cincuenta años indica que la situación empeora para los pobres y para las mujeres, mostrando correlaciones en patologías cardiovasculares y úlceras.

Con todos estos resultados de diversas partes del planeta se echa de menos investigaciones que reporten cómo afecta la corrupción chilena en la salud física y mental de su población. Y aunque no existan estudios específicos para nuestro país, algo se puede percibir por lo que manifiesta la gente en medios informativos independientes: un enorme malestar ante la alta frecuencia e intensidad de actos corruptos.

Dicho malestar es de difícil denominación, pero por sus características parece ser aquel que en el idioma alemán se conoce con una palabra que no tiene un equivalente directo en el nuestro: “Weltschmerz”. Este “pesar del mundo”, como podría traducirse de manera más filosófica que médica, puede interpretarse como el agotamiento y la decepción que se experimenta cuando el estado del ambiente habitado está excesivamente distante de la situación deseada y que cualquier intento por reducir esa brecha será estéril.

Tal desánimo es el sentimiento más probable que emerge al constatar las injusticias cercanas que pese a ser develadas, quienes las cometen no solo gozan de protección sino además a ellos se les da luz verde para seguir con sus atropellos. Y frente a la imposibilidad de lograr algún cambio, por más empeño que se ponga, tan solo queda resistir los embates de un medio que agiganta su hostilidad dejando a una fracción del país con la melancolía y la desesperanza como únicas compañeras.

Pero esto es mucho más que una profunda tristeza y desaliento. En efecto, tal como lo catastró este 2023 desde distintas fuentes la sicóloga estadounidense Michele DeMarco, el Weltschmerz trae consigo un deterioro del sistema endocrino-nervioso que termina dañando la salud física. Dolores crónicos en diferentes partes del cuerpo y problemas digestivos son algunos de los síntomas. ¿ Cuántas de estas patologías en Chile son atribuibles a la galopante e irrefrenable corrupción ?

Mientras no se tenga una respuesta cuantitativa a esta pregunta, la ciudadanía no tendrá robustos argumentos para culpar a los corruptos por la morbilidad y mortalidad que ellos con su actuar causan. Por el contrario, si se cuenta con sólidos datos tal como ocurre en otros países de cuánto enferma y cuánto mata la corrupción, aquí la población informada podrá alzarse de manera permanente en contra de quienes han venido causando por décadas ese daño.

Dr. Lucio Cañete Arratia
Facultad Tecnológica
Universidad de Santiago de Chile

El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la posición de la Facultad Tecnológica de la Universidad de Santiago de Chile

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