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La mayoría silenciosa. Por Francisco Mena Larraín y José Pérez de Arce Antoncich

Cada vez somos más quienes reconocemos estar divididos entre la comodidad consumista y la convicción de que necesitamos cuidar más nuestro planeta y nuestra armonía con la sociedad y el entorno. Somos parte de una mayoría silenciosa que quiere electricidad para el computador y cargar el celular, pero no quiere obras gigantescas y destructivas de la naturaleza para conseguirla. Una mayoría silenciosa que disfruta la independencia que le da tener un auto, pero que le preocupa la contaminación y la explotación desesperada de los combustibles fósiles. Somos una mayoría cada vez más numerosa que desea detener la vorágine de destrucción del ecosistema planetario, pero que estamos atrapados en un sistema de vida moderno, en que dependemos absolutamente de externalidades. Nos gusta habitar ciudades que nos proveen de energía, alimento, bienes de consumo, ideas y necesidades básicas que provienen de lejos, pero cada vez más a menudo pensamos en huir al campo y a una vida autosustentable, sintiendo que la ciudad ha crecido a tal punto que ofrece hoy más desventajas que ventajas. Hemos construido un sistema tan complejo e imbricado que es difícil desmantelar: ocho mil millones de personas viviendo en enormes ciudades, en que se cruzan enormes intereses económicos, redes globales, apoyados por la publicidad, el consumismo, y el derroche concebido como normalidad.

Lo que comenzó como un movimiento “alternativo” de unos pocos ha ido agarrando fuerza y hoy somos una mayoría los conscientes de que el mundo va al despeñadero. Ya no es un tema exclusivo de los activistas ambientales, de los pueblos originarios o de los “hippies”, sino que implica a la gran mayoría de los científicos y a un grupo creciente de políticos, economistas y empresarios que se dan cuenta que hay que cambiar el rumbo. Somos una mayoría silenciosa, cada vez más numerosa, pero sin una guia clara de cómo ayudar a producir ese cambio. Las soluciones son múltiples y muy divergentes.

El proceso de cambio es tan complejo que no hay posibilidad de visualizar su totalidad. Hay muchas iniciativas que se centran en solucionar problemas puntuales, ya sea recurriendo a más tecnología, ya sea encontrando alternativas políticas, legales, científicas. Las grandes empresas multinacionales insisten en que su papel es solucionar nuestros problemas, amparándose en una visión parcial y sesgada de la realidad, para asi asegurar sus procesos extractivos. Pueden ser minoritarios, pero siguen gobernando la economía y la política, amparándose en leyes, normas, alianzas y relaciones que cuidan sus intereses.

Por otro lado, encontramos quienes promueven un cambio de actitud ante el ecosistema global, el cual nos incluye a nosotros, nuestra tecnología, conocimientos, y alternativas. Esta mayoría incluye a quienes, desde las prácticas tradicionales del mundo occidental (la ciencia, la economía, las leyes, la política, etc.) están buscando enmendar rumbo hacia nuevas líneas de acción, y a quienes siempre han mantenido un estilo de vida relacionado con el ecosistema como unidad holística, en que los humanos y sus acciones forman parte del medio ambiente, sus relaciones y procesos, como son los pueblos originarios, quienes están buscando el modo de aplicar esa mirada al mundo moderno. Estamos en un momento de convergencia, pero a la vez de divergencia.

En su conjunto, somos una gran mayoría que deseamos detener una destrucción acelerada del ecosistema global, frente a una poderosa minoría empresarial extractivista que no desea perder el control. Pero, mientras esa poderosa minoría sabe exactamente qué hacer, cómo hacerlo y cómo protegerse para lograrlo, nosotros la inmensa mayoría, no sabemos cómo detener el sistema sin destruir nuestra “comodidad”. Al ser mayoría, sabemos que tenemos la fuerza suficiente. Pero aún no sabemos cómo unir nuestras fuerzas para detener el proceso destructivo de los ecosistemas sin modificar nuestro sistema de vida, pero necesariamente deberemos cambiar nuestro sistema de vida actual por otro más conectado con la realidad ecosistémica.

Quizá la forma de unir fuerzas más sabia sea buscar alternativas que quiten poder a las partes más destructivas del proceso, aquellas que nos atan a agentes más externos, más lejanos, más ajenos, y volver a enfocarla en los agentes cercanos que siempre, en la historia, nos proveyeron. Esto no es nada nuevo, lo vienen diciendo ecologistas, ambientalistas, pueblos originarios y gente sensata de todo el mundo. Pero no está de más volverlo a decir, esta vez como lo que creemos, que se va transformando en una convicción de la gran mayoría silenciosa. Lo que, en definitiva, necesitamos, es saber cuál será el modo de vida que nuestros nietos tendrán, para orientar nuestros esfuerzos hacia su mejor obtención. Como eso no es posible, porque el futuro aún no existe, debemos cuidar su germen, atendiendo a ese legado.

Está claro que ya no es una minoría la que quiere cambios radicales. Dejemos la lógica de la guerra y la oposición atrincherada entre los buenos y los malos. Necesitamos trabajar unidos para enfrentar la mayor crisis que ha vivido nunca la humanidad.

Francisco Mena Larraín
José Pérez de Arce Antoncich

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