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La memoria por los muertos y la condena a la violencia. Por Alex Ibarra Peña

La memoria colectiva permite no olvidar aquello que somos resistiendo en la historia lo que el poder quiere invisibilizar. Memoria y resistencia son actos políticos propios de la militancia que se sitúa desde la responsabilidad ética que defiende la vida y la justicia. Se decía hace un tiempo atrás “ni perdón ni olvido” como clamor por la justicia y no necesariamente desde el resentimiento como pregonaban los apologetas del genocidio encabezado por la Junta Militar y por esa clase política que estuvo dispuesta a disparar a un pueblo indefenso.

La represión planificada contra el pueblo que hacía suyo el sueño democrático fue una nueva oportunidad en que la oligarquía volvía a empuñar sus armas junto a sus siervos, esta vez con mayor fuerza dado el acontecimiento que significaba para el mundo una democracia liderada por la “Unidad Popular”, fuerza multipartidista que desafiaba al poder tradicional a favor de los sujetos sociales excluidos de la participación política y de los beneficios de los bienes productivos. La opción democrática por el socialismo que suele ser llamado a la chilena representaba una posibilidad utópica, en el sentido de constituir un programa de transformación político y social jamás visto, era demasiado real, precisamente por esto se “justificaba” la violencia del Estado ilegítimo socavando la fuerza política popular organizada.

Las Fuerzas Armadas volvieron a las matanzas sofistificando la crueldad, generando el terror colectivo necesario que disolviera las esperanzas de un colectivo que se había permitido soñar y creer en un país justo con condiciones de vida digna para la clase social explotada. La clase popular fue vencida por la violencia, esos torturados, desaparecidos y muertos no pueden ser olvidados, son parte de nuestra historia reciente. Ni siquiera son parte de un pasado cronológico lejano, aún viven sus padres, esposas, hermanos, hijos, nietos, bisnietos, tíos, primos, sobrinos, vecinos, amigos, compañeros, etc. El dolor del Genocidio permanece en el corazón de muchos ciudadanos que siguen siendo miembros activos en nuestra sociedad. Para ellos son estas palabras que también se escuchaban en manifestaciones públicas hace algunos años atrás “no los olvidamos”.

Más allá de todos los discursos oficiales, la memoria colectiva nos pertenece y estos cincuenta años son una posibilidad significativa para el duelo. El dolor es parte de la experiencia humana, quienes poseemos sistemas nerviosos desarrollados estamos condenados a él. La escritura ayuda a la memoria sobre todo cuando la violencia impuesta propagó la amnesia política, por eso es que el relato sobre el Golpe traidor de las Fuerzas Armadas y la clase política corrupta aún está abierto como esa herida que sangra. Parte del duelo es reconstruir el relato, ese relato también violentado durante estos años en que la corrupción y las traiciones se han fortalecido instalando su reiteración. Este hecho de repetición corrupta y traidora se constituye en ese dedo en la herida causa de la prolongación del dolor, estrategia usada por los “vencedores” hacia los “vencidos”.

Nuestra derrotas políticas pueden explicarse, a veces, por nuestra pobreza cultural, de ahí la necesidad de seguir escribiendo como acto de memoria, esa historia que se teje desde los relatos invisibilizados, pero que siguen estando en esa memoria de aquellos sujetos que son parte del subsuelo, es decir los que no alcanzamos a ver en la superficie. Esos relatos de nuestra memoria colectiva son los que nos permitirán seguir en el rito del duelo por las víctimas de la dictadura. Quien sufrió el poder genocida es una víctima y no podemos olvidar el peligro que representan esas fuerzas políticas corruptas siempre dispuestas a la violencia que asegura sus privilegios. La memoria en torno al Golpe de Estado no es sólo un acto conmemorativo, sino que es un relato que sigue vivo en quienes padecieron la violencia directa y en quienes han tomado conciencia sobre el peligro ciudadano que representan algunas de nuestras instituciones que son cómplices de la barbarie. Sigue abierta la herida como sigue abierto el relato que por justicia no abandona la condena moral a aquellos que siguen instalados en el poder robándoselo todo.

El Genocidio, las traiciones, la corrupción, los engaños y el saqueo, no pueden ser justificados desde ningún punto de vista democrático, este es un consenso necesario que serviría para el fortalecimiento de nuestra democracia tan debilitada como consecuencia del peor hito político de nuestra historia. La memoria puede ayudar a una construcción política capaz de transformar el orden moral nefasto que aún tiene sus defensores beneficiados sin escrúpulos como protagonistas en las decisiones de la política.

Este tipo de política traidora al pueblo no es un corrupción natural, tiene causas históricas, tomar conciencia sobre aquello colabora a un deseo por recuperar la participación política popular identitaria con ánimos por la liberación desde una utopía que sea capaz de transformar el orden político hacia el establecimiento de la igualdad como un derecho. El desafío ciudadano en esta posibilidad de recuperar la memoria es una nueva posibilidad política que no traiciona el ideal de mayor justicia para la clase popular explotada, dominada y traicionada tantas veces.

Alex Ibarra Peña.
Dr. En Estudios Americanos.
@apatrimoniovivo_alexibarra

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