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La posibilidad de una izquierda realista. Por Francisco Suárez

La crisis multidimensional en la que nos encontramos sumergidos hace inviable el progresismo y “la política de los acuerdos” como un proyecto sostenible en el tiempo. Estas tesis que lograron conformar mayorías en su momento tenían sentido en un mundo con otra temporalidad, donde el futuro albergaba una anhelada prosperidad. Hoy ya no es el caso: crisis climática, económica, de seguridad, pandemias, guerras, crisis de la democracia representativa sostienen esta idea. El futuro se presenta como algo oscuro, amenazante y lleno de incertidumbres.

El presente omnipresente y la vorágine característicos de la era digital, exigen soluciones inmediatas para las diferentes crisis que atraviesan nuestra sociedad. Pero a pesar de contar con características propias, la situación en Chile dista de ser un fenómeno ajeno a otras sociedades. Los orígenes de esta pandemia, caldo de cultivo de la extrema derecha, es la obra de un agente que al igual que un virus, muta, se adapta y no se distingue a simple vista; más allá de que sus consecuencias sean bien visibles. A este fenómeno se le conoce en Chile como “el modelo”. Mundialmente conocido como neoliberalismo. Pero ¿Qué es el neoliberalismo? Ideología, sociedad y doctrina económica: las tres dimensiones del neoliberalismo.

El neoliberalismo comienza a gestarse a finales del siglo XIX ante el declive del pensamiento liberal. Se compone de varias corrientes (el Ordoliberalismo, la Escuela austriaca, la Escuela de Chicago...) diversas entre sí, que si bien comparten sus postulados de base, divergen y se contraponen en otros. Sus orígenes tienden a asociarse al coloquio Walter Lippmann (1938) y la Sociedad Mont Pelerin (1947). Sus figuras intelectuales más conocidas son Milton Friedman y Friedrich Hayek. En el ámbito político, su victoria se consagra en los 80 con la elección de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. En lo que respecta a sus inicios, sus equivalentes chilenos serían los Chicago boys y Augusto Pinochet. El neoliberalismo es una ideología, que tiene una alta sintonía con algunos postulados de la economía neoclásica, lo que la ha llevado a transformarse en el pensamiento económico dominante, tanto en el ámbito político como académico. Sus ideólogos buscaban proponer una tercera vía entre el socialismo y el “laissez-faire”. Para Lippmann el dejar todo en las manos del mercado era un error de interpretación del proyecto original del liberalismo. El error consistía en llevar al extremo el razonamiento de la no intervención del Estado en la economía, ya que la implementación de una sociedad liberal pasaba por un reordenamiento que requería un acompañamiento y vigilancia constante, sobre todo en el ámbito jurídico.

Se trata de adaptar la ley y la política a un modo de producción. Desarrollar los principios necesarios que le permitan a la sociedad y sus instituciones adaptarse a los cambios introducidos por la economía. En definitiva, reducir el rol del Estado principalmente a un ámbito jurídico y reglamentario, cuyo principal objetivo sea defender el libre mercado y la libre competencia. Considerado el mejor camino para alcanzar la armonía social y la prosperidad material.

Por estos motivos, los neoliberales (particularmente su versión ordoliberal) promovieron un Estado fuerte. Algunos consideran que la democracia le concede demasiada influencia a los partidos y a las masas sobre la política económica, por lo que idealmente, deberían consagrarse en la constitución los mecanismos necesarios para resguardar el libre mercado de los conflictos sociales y los grupos de interés.

La visión de la “democracia social de mercado” es una proyección de la lógica del equilibrio general al conjunto de la sociedad. Sus defensores destacan las virtudes de la competencia. Consideran que responsabilizar a los individuos de su propia fortuna es la mejor forma de educar a las masas, ya que el rigor del mercado impulsa a alcanzar su mejor versión. El mercado incentivaría al desarrollo de sus cualidades y talentos a través de la competencia, motivados por la permanente búsqueda de una maximización de sus ganancias. De esta forma se alcanzaría el equilibrio óptimo de la sociedad. Así, el neoliberalismo plantea como deber ético del individuo adaptarse a los cambios producidos por la economía. Por lo tanto repudia la idea de que la economía se adapte a los valores y necesidades de la sociedad. Considera que las desigualdades que resultan de la competencia son justas, puesto que ganan los mejores. Promueve la igualdad de oportunidades pero no comulga con la igualdad de condiciones. Exalta al individuo, pero desconfía de la sociedad. Por esta razón el neoliberalismo prefiere los organismos técnicos por sobre las instituciones democráticas, ya que estas protegen la política económica de la voluntad de las masas, de los intereses políticos y los grupos de intereses. En defensa de esta visión de la sociedad, lucha contra la consagración de derechos sociales por ser considerados un traba al libre mercado y un desincentivo al trabajo.

Pero el neoliberalismo no es solo un conjunto de ideas en intereses. Estas se han materializado alrededor del mundo a través de la aplicación de políticas económicas según la doctrina. La receta es bastante conocida (reducción de los impuestos, austeridad, privatización de las empresas públicas, flexibilización del mercado laboral, desarticulación de los sindicato, financiarización de la economía, libertad de circulación del capital, etc...) y es promovida por organizaciones internacionales claves en el orden económico mundial, tales como el FMI, la OMC, el Banco Mundial o la OCDE.

La aplicación de estas medidas fueron traumáticas para la sociedad pero poco a poco fueron ganando legitimidad. Asociaron el confort material, el desarrollo de nuevas tecnologías y la innovación como obras exclusivas del modelo. Por otra parte, el discurso centrado en la defensa de los consumidores conectó con la simpatía de la clase trabajadora, sintonizando el discurso de unos pocos con el sentido común de las mayorías. “Yo no soy pro-industria, soy pro-consumidor” decía Milton Friedman. La idea es tan seductora que la defensa de los consumidores puede ser considerada una política de izquierda. Pero tácitamente sostiene que los derechos deben regirse por el mercado, contrariamente al ciudadano que se rige por la declaración de los derechos humanos. Así logra desplazar la sociedad de derechos por la sociedad de consumo.

Cabe destacar que esta empresa comenzó siendo minoría frente al paradigma keynesiano en la edad de oro del capitalismo (1945-1975). Pasaron del mundo de las ideas a la disputa por el sentido común. Los premios del Banco de Suecia ciertamente contribuyeron a darle credibilidad a sus referentes, quienes durante la guerra fría se presentaban como fervientes defensores de la libertad. Esto sumado a la crisis del petróleo y la falta de resultados de las políticas keynesianas para resolver la inflación, fue pavimentando el camino de la hegemonía neoliberal. Sin dudas, la mediatización de sus ideas y la voluntad de ir por la disputa del sentido común, fueron claves en el proceso. Un gran ejemplo de esto es el programa “free to choose”. Aunque nadie se declare abiertamente neoliberal, sus ideas cuentan con la simpatía del poder económico y se encuentran muy impregnadas en el espectro mediático, contando con varios defensores y divulgadores a nivel nacional e internacional: revistas como The Economist, Think tanks como Libertad y Desarrollo, la CEP o la FPP. Pero, probablemente lo que resulta más interesante es ver hasta qué punto sus principios penetraron en los sectores de izquierda.

Una izquierda realista frente a las contradicciones del modelo Además de conectar con las personas y constituir hoy en día parte importante del sentido común, el neoliberalismo fue capaz de materializar su proyecto. La gente accedió al consumo a través del crédito, lo que le otorgó sentido de realidad mientras se ponía en marcha el modelo. Pero el tiempo fue revelando su naturaleza expoliadora: el sueldo no alcanza y la gente necesita endeudarse para vivir.

Cuando no ataca al neoliberalismo, la izquierda con vocación de poder se vuelve tributaria de este ya que construye su credenciales en base a la administración del modelo, legitimando implícitamente la visión de la sociedad de mercado. De esta forma se robustece la idea de que no hay alternativa, y que solo se puede aspirar a reformar el sistema.

Uno de los problemas de la tesis reformista es que es irrealista, en el sentido de que se desentiende de la época y de la crisis del modelo. Esta última no está asociada a un sector, a un escándalo o a una mala administración: es estructural, producto de los efectos sociales de más de 40 años de neoliberalismo, sumadas al agotamiento del modelo extractivista. El neoliberalismo colapsa bajo el peso de sus propias contradicciones, puesto que genera crisis que: o es incapaz de resolver; o no quiere resolver. Ya sea porque quemó las naves o porque considera que el mercado proveerá una solución. Frente a este escenario, uno podría plantear dos tesis para una izquierda con vocación transformadora; la pragmática (i) y la realista (ii) : i) relegar la batalla ideológica a un segundo plano en búsqueda de una alianza con la centro izquierda que le permita crear mayorías para gobernar; ii) disputar la batalla ideológica de manera seria y mover el cerco hacia la izquierda.

Los riesgos son: (i) diluirse en el modelo, facilitar el desplazamiento del sentido común hacia la extrema derecha que promete soluciones inmediatas; (ii) volverse irrelevante en términos de representación en las instituciones, perder poder. Las potenciales ganancias son: (i) transformarse en un partido de gobierno para las próximas décadas; (ii) consolidar el desplazamiento de la coalición hacia la izquierda con una posición dominante de cara al centro, sentar las bases para la elaboración de un nuevo modelo de sociedad ganando apoyo popular a través de soluciones coherentes y concretas.

La plasticidad del neoliberalismo le permite acomodarse a todo el espectro político, incluso a gobiernos e ideas de izquierda (léase pink y green washing), sabiendo anteponer sus intereses por delante. Pero la historia muestra que cuando el capitalismo entra en crisis, el fascismo seduce.

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