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Las palabras empiezan en todas partes. Por Francisco Villegas

Alguna vez alguien escribió “Para cambiar cualquier cosa, empieza en todas partes”. Si tuviéramos esa opción, aunque muchos le tienen temor a la libertad, podríamos comenzar por la pregunta “¿qué harías ahora mismo para cambiar?” pensando bien las ideas e incluyendo todas las esferas de la propia vida. Pero, usted “¿se imagina algo?”, “¿dejaría el laburo para ir de vacaciones, por ejemplo?” “¿pediría luchar por los cambios repensando todas las lógicas de esos mismos cambios?” O “¿se preguntaría por lo que nos limita para la autodeterminación?” Un secreto a voces es que, para cambiar la realidad, endosamos al gobierno o al presidente de turno el vértigo de nuestra existencia. Algunos estudiosos señalan que, a lo largo de la historia, se ha hecho más daño por obediencia de corderos que por malicia. Entonces, si queremos aportar o queremos plantear la idea del cambio, el primer paso es reflexionar acerca de las medidas y las órdenes, así como de la información. Ya lo dijo Byung-Chul Han: la información no tiene capacidad orientativa. Si fuéramos responsables de nuestras creencias y decisiones, tendríamos que comprometernos con los criterios de la existencia y de lo que sucede alrededor de nosotros. En el fondo, asumir que tenemos un poder y que debiéramos actuar en eso para realizar de lleno el potencial que tenemos, casi como un don. ¿Cómo desarrollar capacidades, entonces, que aumenten el sentido de la reflexión y de la libertad? Por esa razón, me pregunto si la sociedad ciudadana comprendió el mensaje de la cuenta pública realizada por el presidente de la república entendiendo que el discurso no es solo texto, sino una forma de interacción social. En términos sintéticos, fue una exposición de los principales ejes de un proyecto de cambios que relevó el significado de un desafío de largo aliento que no acepta promesas fáciles ni respuestas simples. Palabras como “país fracturado”, “colaboración”, “responsabilidad”, “crisis”, “verdad”, “justicia”, “chilenos y chilenas”; preguntas variadas como “¿qué es lo que nos hace avanzar?” y abundantes expresiones conjugadas en el modo Indicativo de futuro simple, con la persona del plural, como “desarrollaremos”, “estableceremos” “deberemos ser capaces”, “trabajaremos”, entre otras, cruzaron aquel discurso. La “explosión de los malestares” derivadas del estallido social, que aún existen, se transformó en una forma de hacer gobierno y de hacer política. Lo que dio pie a llenarnos de asuntos institucionales y a un eventual cambio de constitución; pero, con voto obligado. También hay que decirlo. Porque más allá de las ciento dos medidas anunciadas a través del discurso, más allá del abordaje en temas como derechos sociales, mejor democracia, justicia y seguridad, crecimiento inclusivo y medio ambiente, se extrañó la necesidad de responder a las urgencias. Con prontitud y concreción. Todos sabemos, en realidad, que las democracias comparten el mismo principio que las autocracias: la centralidad del poder y legitimidad en una estructura da como resultado que a mayor expansión de la democracia hay coincidencia con el aumento de la desigualdad. ¿Qué le podríamos decir al escritor o escritora del discurso del presidente? Al speechwriter de turno, aunque él o ella, según lo que se estila, debe mantener su propio negocio que, paradójicamente, no es el de escribir; sino, mantener el mutismo que es igual a la discreción obligada. ¿La cuenta pública siempre es un discurso de transformación para reformar o simplemente es una compilación de temas, normatividades, anuncios y promesas que año a año van en la boca del presidente? Los entendidos en escritura dirán que el texto presentado tuvo una perspectiva más bien funcional asumida de manera pragmática con ciertos silogismos hipotéticos. ¿La productividad crecerá en un 1,5% anual? Es difícil saberlo. “Si lo logramos…”, expresión muy utilizada por el presidente en sus discursos, es un término, por cierto, hipotético porque así son los discursos. Seguramente, el propio Boric Font ha leído la mente de su escritor fantasma y le ha puesto las ideas en un papel blanco. Seguramente, por eso, el lenguaje de ese tipo de discursos no es de un publicista, sino de alguien humanista, pero uno, generalista. Abundó la intención hacia las medidas y las cosas. Tal vez, hubo un sentido consciente por la realidad, también observó un reconocimiento bien inspirado en las palabras, pero muchas veces, la postura ideológica se engulle a las esperanzas y desde esa postura, se puede descubrir que estamos distanciados de nuestra propia representación como personas. En la era de la transformación digital cada uno de nosotros es nuestra propia frontera y, a la vez, es el vuelo hacia otras aperturas. En cada aspecto de nuestra sociedad tendríamos que crear el nosotros; pero, al parecer, como dice Byung-Chul Han la democracia nos lleva a estar en una comunidad de oyentes, sin ámbitos discursivos o bien, de índole escasa, porque ya no nos escuchamos y en el contexto de lo digital, es probable que el escuchar sea anulado. Entonces, usted ¿se ha imaginado algo? ¿dejaría su trabajo para ir de vacaciones, por ejemplo? ¿pediría luchar por los cambios repensando todas las lógicas de esos mismos cambios? O se ¿preguntaría por lo que nos limita para la autodeterminación como personas…?

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