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Lenguaje, existencias y salvedad. Por Francisco Javier Villegas

El país pasa por horas bajas. De hecho, el pulso del territorio es un envés del mapa de país que tenemos. Los políticos siguen repitiendo el mantra de una absoluta desconexión. Y las comunicaciones se han convertido en la mala conciencia de la confusión. Aunque, excepcionalidades siempre habrán. Y si a eso le vinculamos el resorte del poder, con su maraña monopólica y burocrática del “aquí no ha pasado nada”, entonces, los grandes conflictos, que todos observamos, se transforman en el mismo problema que nos agrava. El reverso del idealismo es que esta situación permite el nulo contacto de los gobernantes con el espíritu y realidad de lo que dicen proteger.

Miremos a nuestro alrededor. El senador Naranjo habló durante 15 horas para generar la espera de un convaleciente de su gremio, en el contexto de la acusación constitucional a Piñera. Algo que debió haber sido realizado hace meses. En el intertanto, los otros, por mezquindad, aunque hubiese estado el senador extenuado, en el suelo, no le habrían autorizado ningún descanso o suspensión de la sesión. Lo que lograron, de modo histórico, en la madrugada, y en la mañana del martes 9 de noviembre, se trastocó, por la tarde con otra votación para autorizar más represión en las zonas del Wallmapu. No existe, por lo tanto, una relación unívoca o comprometida entre el realismo de la vida y la repercusión de las voluntades. O es una burla a la inteligencia de la población o bien es el sabotaje de las ideas.

Lo pasmoso de los pensamientos es que aquí no hay misticidades ni heroísmos, tampoco despliegue, precisión o ritmo en el lenguaje, porque solo conocemos profundas diferencias y culturas de impunidades. Es, a mi juicio, el miedo a la dignidad lo que rompe las lógicas de los cómodos políticos. Es el miedo a mirar al ser humano lo que explica tantas ambivalencias “¿Qué habrá más allá de los días en que no hay nombres de pájaros, ni apariencias entrelazadas, cuando cae la oscuridad completa…?” Algo que escribió muy bien un poeta del sur de Chile, hace poco tiempo atrás, caracterizando metafóricamente el ardor de este tiempo. Pero, no sabemos, siquiera, hacia dónde nos llevarán los vaivenes de las elecciones. Porque no se ve bien la realidad y menos las encuestas. Y porque no sabemos, tampoco, si hay voluntad para sacar del encierro, a los presos rehenes de la revuelta, a aquellos que dieron su cuerpo y su esencia amando el territorio. Porque en el enredo de país que tenemos, los poderosos solo buscan el silencio, repitiendo de manera insistente lo que desemboca en el único afán de sus conciencias: hacer la cacería y jugar con la especulación ya que no hay nadie que los contradiga ni tribuna que exija lo indecible.

Si hay una imagen que diga, a buenas y a primeras, el corazón de la realidad política, será la de las personas que llevan la “palabra en el torbellino de sus ojos” exponiendo la necesidad de tener algo, sin monotonías, de manera concreta, sin que exista la amenaza a perder la vida o a caer en la sombra profunda de las injusticias. Pero, el resultado de todo es la política totalitaria la misma que se critica en otros abusando de las afirmaciones sin argumentos y confirmando el silencio o el simplemente no decir nada porque así se gana tiempo.

El ardor de las palabras en medio de la indignidad

El género de las palabras, en medio de este tiempo, nos ayuda a examinar de manera pormenorizada los filtros de la realidad y las amenazas de todas las pasiones. Pero como muchos minimizan las expresiones no encontramos enseñanzas, modelos o maneras de comunicar en el deber profundo y significativo del buen lenguaje. El país se llenó de formas de expresión y de habla como mirándonos en un orden inferior. Aunque, al parecer, no hay un argumento notable que disponga a la población de un breve o parcial anhelo de libertad. Sin embargo, da la impresión de que nunca se hacen las cosas para exigir los cambios o todo es ocasional, bufonesco o grosero ¿Hacia dónde podemos ir, o pensar en ir, cuando los ciclos se comienzan a descubrir como resultado de nuestras acciones? Dicen que hay gente que no puede realizar sus cosas o bien que no pueden dormir, siquiera. Lo que generamos en nuestro cuerpo viviente podría ser lo que nos regule o nos complique en otro estado de vivencias. Pero, no lo sabemos con certeza. Solo digo que, en esta ferocidad de cosas e impulsos, que ocurren en estos días, sería provechoso afirmar que algo tenemos contra todo eso que aparece brumoso o nebuloso: saltar sobre los límites. Esa única vocación humana que nos afirma en la sensibilidad y en el conocimiento, también, de las utopías.

La palabra, dicen, transforma el alma. Ya sea por distintas vicisitudes o reflejos, por la rueda del destino o de los sentidos, o como se le llame, o bien por ese ejercicio que nos puede aumentar como personas. Cuánto quisiéramos, a pesar de la inseguridad de los días, adherir a un mejor pasar o a un deseable tiempo para nuestro pobre cuerpo que se desgasta con prisa. Son las existencias, en este debate humano, a pesar de las indignidades. Merecer un supremo estar aquí conservando la invención de los bellos momentos. Florecer en el diálogo a través de una copa abrazando el don de los buenos sentimientos. Merecer el aprecio como un regalo en este estatuto por ser persona.

De esta manera, si sirve de algo, puede ser distintivo preocuparse por la convivencia, por evocar viejas luces de buen trato e inventar algunas cosas que se nos han olvidado: la magia alegre de la infancia, el respeto a los mayores, el reconocimiento de los errores, el don maravilloso de la amistad, el escuchar los consejos, para que nos vaya bien, o el abrazar ideales de manera irreductible dando en ello, inclusive, la vida. Mientras camino por espacios de cemento, como un exiliado, pienso que, como dijo el poeta de Mello, solo vale la vida. La vida con sus días y sus calendarios. La vida que debiera purificarse a pesar de toda duda o desconfianza.

Si el principio activo siempre es el alma y corazón ¿se puede hacer más de las cosas, de manera lúcida y transparente, y más por el ser humano? Buscar la verdadera identidad, el mismo trato a todos y un mejor entendimiento de nuestras creencias o experiencias pudiera ser algo de la iniciación por una deseable vida, sonora y multiplicada vida, que en la habitación de país que tenemos pudiera abrir manos y ecos ante tantas ausencias que remueven la memoria. Alguien ya dijo que la morada del ser humano siempre es la libertad y su corazón. Aunque, ya sabemos, un poeta o un filósofo, también se equivocan.

Mientras tanto, en una atareada ciudad capital, un grupo de personas, denominados constituyentes, preparan también un estatuto. Un libro para poner al alcance del país las visiones de cómo acceder a ser mejor nación sin arriesgarnos a malas interpretaciones. Sin embargo, no se debiera olvidar la infinidad de planetas que somos los seres humanos y la autenticidad de quien confía en el otro para liberarnos del yugo de las oprobiosidades. En ese estatuto se debiera considerar la vida y la alegría, aunque sea volátil, y el deseo por ver las mañanas de cada uno de nosotros y nosotras en un espacio más fértil y más confiados en la ineludible esperanza de la libertad por crear y transformar nuestro tiempo.

Francisco Javier Villegas. Escritor

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