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Los chilenos de los billetes. Por Álvaro Vogel Vallespir

El papel moneda, salvo excepciones como en algunas culturas de Asia, es más bien reciente en su uso masivo. Para la sociedad moderna, ha sido sustancial, ya que permite la materialización de transacciones que hacemos a diario cuando compramos, pagamos o recibimos dinero por algún bien o servicio. Sin embargo, la moneda plástica y el pago automático podrían acelerar el fin de esta tradicional forma de retribución y quizás de paso reflotar momentáneamente las alicaídas filatelias para atesorar los últimos billetes entre los ávidos coleccionistas.

Cuando no existían los bancos, era la moneda en metálico con su valor intrínseco la gran protagonista en la economía. Por ejemplo, en los Balcanes y sus territorios adyacentes, los talentos debían ser llevados en carretas, pues, al no tener valor nominal respaldado por una institución bancaria, eran pesadísimos y grandes. Los griegos, más prácticos de cómo lo pintan en los libros, solucionaron el tema de los talentos con las dracmas, aunque también tenían su chaucha llamada el Ovoi (Obélos). Con todo, el comercio en esa zona bullía sin parar, pues es aún la puerta de entrada eterna a Oriente.

Luego de la independencia y hasta la creación del banco central, los billetes que circulaban en Chile eran administrados por la banca extranjera. Por su puesto, existió una balanza de pagos sobre la base del peso del ORO que fue y es el metal favorito por su duración y estabilidad en las equivalencias. Si bien la casa de la moneda se edificó pensando en la acuñación y fabricación de dinero, esta hermosa obra arquitectónica que Joaquín Toesca no alcanzó a ver en vida, terminó siendo la residencia de los presidentes y el emblema del poder ejecutivo. En la práctica, la circulación de billetes nacionales con un respaldo no será posible sin la inauguración del Banco Central de Chile, fundado en agosto de 1925 bajo la administración del León de Tarapacá.

Este artículo no pretende ser ni una crónica del banco ni de los billetes a lo largo de la historia, se centrará en los méritos de las figuras presentes en el papel moneda que actualmente están en circulación en el escenario nacional.

La Luca, humilde pero necesaria. Si aparecer en los billetes fuera sinónimo de nepotismo, Ignacio Carrera las tiene todas: Nieto del prócer de la Independencia – fusilado en Mendoza — sobrino y sobrino nieto de dos presidentes de Chile (Aníbal Pinto y Fernando Pinto). La comuna de la Pintana les debe su nombre a los magistrados ya mencionados, o más bien a sus vacas… “Ya están las vacas de Pinto pastando por ahí” (eso significa la Pintana o donde pastan las vacas de Pinto). El billete verde es tan popular que es una referencia obligada para todo, “Sacar a mil”, “Dos por Luca”, ¿Cuántas Lucas ganas? La Luca, era una unidad de medida en el siglo XVIII, la pelucona, de ahí viene el diminutivo “la Luca”. Además, en el billete de mil tiene a Ignacio Carrera Pinto estilizado con pelo, aunque en su vida real era calvo. Esto no es nuevo. Diego de Almagro siempre fue retratado de perfil, pues “Era tuerto”. La vida de Ignacio no fue sencilla, aunque estudió en el colegio fundado por su famoso abuelo, quedó huérfano a temprana edad y tentará la suerte en varios empleos: bombero, ayudante de arriero, empleado público, campesino, hasta que estalló la guerra del salitre y se metió a ser militar, siendo su última ocupación, ¿Por qué ingresó? ¿Su sangre Carrerina habrá influido para no ser menos que el prócer? Así y todo, no se enroló directamente al pelotón; en los documentos se puede leer qué pasó al regimiento de los pijes o acomodados. Pero si de ideales se trata, pidió ser transferido del batallón 1 al 6, donde estaba la acción. En ese sentido tenía fama de gloria y en el regimiento “Chacabuco” se inmortalizó eternamente, por eso a diario lo vemos en nuestras billeteras.

Tenía la edad de Cristo cuando murió en la batalla de Concepción. Junto a 77 compañeros que cargaron contra más de 300 soldados en la sierra peruana. Por espacio y tiempo no podré alargar el relato, pero aún hay sendos debates del comportamiento de este grupo de soldados. En la historiografía peruana se habla de violaciones a civiles inocentes y, por lo tanto, no lo quieren apreciar ni en las tiras cómicas, menos en un billete. La versión chilena es distinta y sus corazones están en la catedral a la entrada derecha. También tiene un monumento en la Alameda.

Manuel Rodríguez y sus dos mil rostros. En el billete de dos mil sale una de las leyendas nacionales más potentes de la historia. Si Manolito Rodríguez estuviera vivo y apreciara su cara en el papel moneda, pediría que fuera sacado sin miramientos, pues no creía en los procesos, menos aún si eran largos. Antes de ser asesinado, como un día cualquiera se comió una cazuela de ave, al final nuestros héroes y referentes son de carne y hueso. Su vida está cubierta con un halo de misterio, aún hoy podríamos debatir largamente sobre sus restos. ¿Dónde están? ¿Dónde estuvieron por tanto tiempo? las respuestas pueden ser motivo de controversias. Su existencia alimentó el mito: se escondía, cruzaba la cordillera, podía cambiar el rostro, el vestuario, la voz y, en definitiva, siempre tendremos más dudas que certezas en sus muchas acciones. Indisciplinado y tozudo, los húsares son una muestra de ello. Fue militar, abogado, y secretario de José Miguel. También fue diputado y ostentó otros muchos cargos. El dinero no fue problema para él, aunque aun así estudió becado en el exclusivo convictorio carolino. Con todo, la clandestinidad fue lo que mejor le sentó en conjunto con su personalidad impetuosa. Con Carrera, fue amigo de idas y vueltas, tanto así que José Miguel lo metió preso varias veces, aunque al final siempre lo perdonaba, ya que al fin y al cabo jugaban a la guerra cuando niños con fisiles de palo. Su carácter no fue sencillo, no es de extrañar que fuera el hombre más buscado, sabiendo que el pueblo nunca lo delataría. Se ganó la admiración y el respeto de San Martín, quien lo defendió contra la enemistad de O´Higgins; no obstante, en el momento de mayor fragilidad de su vida no fue respaldado por nadie y recibió un tiro por la espalda. Manuel tiene sangre para rato, ya que su hijo Juan Esteban le dio 14 nietos que nunca conoció. El guerrillero murió a los 33 años, al igual que Ignacio Carrera, el del billete de mil. Su legado sigue intacto en el cine, la historia, el teatro, en relatos, musicales y en el dinero. Por cierto, se ganó un lugar en la memoria colectiva y puede descansar tranquilo en Til Til o en el cementerio general ya que como en su vida su descanso es también motivo de misterio.

Simplemente Mistral Quince días de trabajo en 1970 le bastaron a Fernando Daza para inmortalizar a la poetisa. El mural es hoy la puerta de entrada al centro de Santiago y un homenaje muy merecido a la primera mujer de Chile y de Iberoamérica en recibir de mandos del rey de Suecia el premio Nobel de Literatura. Lucila fue una escritora muy inteligente y revolucionaria. En México, en plena efervescencia social, fue la pionera en los cambios más importantes en la educación del país azteca. Tanto es el fervor, que hoy la siguen recordando de una forma casi religiosa. La única chilena en un billete es más que eso. Fue defensora de los derechos humanos en la guerra civil española y usó toda su influencia para rescatar con vida a los escritores españoles de la barbarie de Franco. Si de educación se trata, Mistral no se quedó en los discursos para la galería. Partió educando al pueblo, al mundo rural, a la mujer, al obrero. Visionaria y amada más en el exterior que en Chile, su premio nacional fue muy tardío, no se merecía ese trato.

La imagen del billete dista con la realidad, sale dura, seria y con labios cerrados con un corte marcial. Cuando en la vida normal fue generosa, amante, cariñosa y risueña. Si Yin Yin fue su hijo o sobrino, no importa en absoluto, lo que sí queda es el amor. Las fotos de Yin Yin riendo lo dicen todo sobre la poetisa. Nació en una era y en un país conservador, donde sus logros causaron toneladas de envidia y pocos kilos de admiración en la elite. Claro, fue la primera en muchas cosas, pero más que eso, es la intelectual y diplomática más notable del siglo XX. Su figura en el papel moneda es un honor. Más Mistral, por favor, “Salud”.

Prat, del mar a la gloria eterna. ¿Qué duda cabe de que a Arturo Prat lo mandaron a la boca del lobo en pleno océano? La leyenda de Prat será siempre recordada, pues fue un arrojo sin claudicaciones, un salto a la gloria. Arturo no era de la aristocracia ni cargaba medallas en el pecho, fue un chileno común antes de su martirio, era un abogado un hombre de oficina, pero no dudó en saltar. Hay muchas conjeturas. ¿Saltó o no? ¿Es verdad lo que dijo? Lo cierto es que tomó el timón de un humilde barco de madera hacia Iquique sin miedo a la muerte y no lo pensó dos veces al ver la mole enorme de metal que estaba al frente.

Hay cientos de libros y mucha historia sobre Prat. Su conmemoración anual es televisada, en los negocios de cumpleaños venden gorros de marinero, en los actos cívicos los niños se pintan la barba que no tienen, hay calles, colegios. Es un héroe popular que no tiene apellido vinoso, y eso lo hizo muy atractivo. Alguien común que escribió con letras doradas las páginas más notables del ideario nacional.

Este héroe naval no saltó solo, pero estaba a cargo y tuvo la valentía de hacerlo. Se habla incluso del marinero desconocido que es el ente moral que representa a la armada completa. Su figura en el billete está asegurada y lo merece con creces. Aunque varios conocemos la Carta de Miguel Grau a la viuda de Prat, no deja de ser valioso recordar unas líneas memorables: “fue víctima de su temerario arrojo en defensa y gloria de la bandera de su patria”. En tiempos difíciles, que nunca nos falte un Prat en la billetera.

La casa de Bello.

En pleno dilema por la cantidad de inmigrantes (aunque no quiero generalizar ni cuestionar nada), el billete de mayor valor se lo lleva el más ilustre de los venezolanos, quien además fue chileno – nacionalizado por gracia—.

Bello, debe ser el hombre que mayor cantidad de marchas ha visto desde su sillón en plena Alameda y ser la escultura preferida por las palomas santiaguinas. Todo frente a la universidad laica y primera de tendencia liberal en Chile. Aunque lo asociamos con un intelectual del liberalismo, el profesor venezolano fue traído a Chile por un militar conservador que fue presidente de Chile, el general Bulnes. El aporte de Don Andrés fue trascendental y hoy estaría orgullo de contemplar a una mujer sentada en la rectoría de la tradicional casa de estudios.

Nació en el siglo XVIII, pero sigue vigente. Para muchos, es la mente más destacada de Hispanoamérica en la era finisecular. El espíritu del sello del billete es exacto, lo muestra serio y tranquilo. Así fue, pues, era introvertido y tímido, aunque fue un maestro estricto. Entre sus alumnos destaca Simón Bolívar y se codeaba con Francisco de Miranda en Londres. Cuando no escribía de forma empedernida en gacetas, boletines o trazados, escalaba con Von Humboldt y se quedaba horas embelesado en un museo como un niño con un caramelo. Al cierre, Bello no solamente aportó con la creación de la Universidad de Chile, sino que también inspiró cambios en la educación y escribió el código civil. Últimas palabras. Aunque no es un billete, siendo Chile un país con un sincretismo rico en razas y culturas, no podemos dejar de lado a la “Mujer Mapuche” presente en la moneda de cien pesos o popularmente conocida como la “Gamba”. La imagen de la moneda bien podría representar a Guacolda – la esposa de Leftraru —. Gualcolda encarna la sabiduría ancestral del pueblo, el valor obstinado hacia el amor a la tierra, al cuidado del medio ambiente y al equilibrio con la naturaleza que la mujer mapuche siempre ha respetado en honor a la Pachamama.

La popular gamba también podría ser Fresia, la esposa de Caupolicán, quien sufrió en silencio – como los sabios - lo indecible pero nunca se entregó al poder español. Estas actitudes son equivalentes a los poemas homéricos cuando se trata de educar el carácter del pueblo. La Heroína de la moneda nos enseña también a los chilenos las costumbres de la joyería mapuche tan hermosas como tradicionales que se han confeccionado por generaciones, siendo piezas únicas. Un billete de Lautaro sería el homenaje perfecto al pueblo que nos defendió primero de los Incas y luego de los españoles. Newen para todos, energía profunda cada vez que tengamos esta delicada pieza de metal en nuestras manos.

Los billetes junto con las monedas son elementos que nos ayudan a mantener viva la memoria colectiva de personas que van tejiendo con sus vidas la fisionomía del país. Ciertamente estos personajes que hemos analizado no son excluyentes a tantos otros que han estado en tiempos pasados en el dinero antiguo. “El efectivo” con imágenes de doctores, profesores, mineros, pescadores, mapuches, aimaras, pascuenses y tantas otras profesiones y ocupaciones serían igualmente significativos y valiosos. Como para ir pensando en ser más inclusivos.

Álvaro Vogel Vallespir

. Historiador.

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