Federico García Lorca es una de las figuras principales de la intelectualidad hispanoamericana. Su identidad granadina y su filiación hispanoamericana son notorias. Sirva como testimonio el recuerdo de que la escritura de la “Tercera Residencia” de Neruda y la “Última Niebla” de María Luisa Bombal son producidas en las correrías bonaerenses junto al poeta español. Una historia menos conocida es el reconocimiento que le otorga el poeta-filósofo Jorge Millas en su libro de homenaje a la República española “…y así venía tu muerte y por la lluvia de España entre fusiles de frío y humedad de fiebre helada…”. Por cierto, la influencia de García Lorca en el mundo intelectual latinoamericano es mucho más extensa reconociéndosele la impronta en varias generaciones del pensamiento iberoamericano., lo cual no es menor para aquella época dado su reconocido homosexualismo y sus posiciones de rebeldía frente a las dictaduras.
La influencia de García Lorca no se limita al ámbito intelectual, varios de sus versos son reconocidos popularmente, por ejemplo “Verde que te quiero verde”, “A las cinco de la tarde”, etc, van saliendo a modo de coro desde la memoria prístina de nuestra infancia. Estos versos han atravesado relatos cotidianos en el seno familiar en distintas épocas, quizás lejanas, pero no olvidadas.
“Muchacho de luna” es una puesta en escena que acierta en colocar la escritura en la actuación expresiva siguiendo una de las convicciones propias del poeta granadino. El monólogo realizado por Paulo Brunetti no es una muestra centrada en la declamación poética. La fortaleza del espectáculo está en las distintas manifestaciones expresivas que se van transmitiendo escena tras escena en ese viejo pacto entre el cuerpo y la palabra. El cobijo de buen nivel arquitectónico del Teatro Camino en Peñalolén se convierte en un lugar relevante para la intimidad entre el artista y los espectadores, colaborando efectivamente en la creación del ambiente que nos envuelve, donde la Luna se nos aparece como una imagen ambivalente siempre más cercana a la oscuridad y a la muerte, que a la blanca claridad con que se le suele asemejar y a la que recurre Barney Finn al personificarla en un ser etéreo y enigmático que aparece y desaparece reforzando imágenes con las que surge una y otra vez el diálogo existencial del protagonista. El montaje es enriquecido dado el conocimiento y la experiencia de la atmósfera lorquiana que Oscar Barney Finn ha demostrado reincidentemente en su trayectoria profesional. Esta representación teatral tributa la persistencia, o tal vez obsesión, de este artista visual.
La obra teatral es de buen nivel y es notable la experiencia de asistir a un monólogo continuo de expresión poética por más de una hora. La poesía, en este caso, no resulta abrumadora y es entregada como una donación que interpela a la sensibilidad y a los sentimientos que sobrepasan la amargura de la muerte, en palabras del poeta-dramaturgo: “Que lo que no me des y no te pida será para la muerte, que no deja ni sombra por la carne estremecida”. Asistir a esta obra es una buena posibilidad de reencuentro con uno de los principales poetas que enriquecieron la lengua impuesta en la Colonia.
Paquita Rivera.
Alex Ibarra Peña.
Colectivo Música y filosofía:
“Desde la reflexión al sonido que palpita”.