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Racismo en la Frontera. Por Damián Gálvez

«El racismo está latente, por desgracia, y hay que denunciarlo, porque es el típico caldo de cultivo del cual se sirven para desviar de sus verdaderos problemas al pueblo los demagogos de Derecha.
Jorge Teillier.»

 

Hace exactamente medio siglo, en el invierno de 1970, Jorge Teillier escribe el artículo Nuestro oculto racismo. En este texto breve, pero profundo, el poeta de Lautaro acusa la indiferencia y la soberbia hipocresía de la sociedad chilena frente a la compleja situación, tanto social como material, que vive el pueblo mapuche en la extensa Frontera del sur. Esto es fácilmente apreciable en párrafos como este: “en busca de trabajo se van miles de mapuche todos los años a la Argentina y son miles los que desesperados por la estrechez de su tierra, cercada por el latifundio, emigran a Santiago donde se desempeñan en trabajos duros y mal pagados, como el de panadero, por ejemplo”[1].

 

El tono de Teillier deja entrever la sostenida explotación del mapuche como mano de obra barata en los mercados del trabajo. Al mismo tiempo, el relato permite notar las consecuencias negativas que tuvo el proceso de reducción y división de tierras. Él era consciente de que la, así llamada, “Pacificación de la Araucanía”, fue, en realidad, un proceso sangriento e injusto que costó bastante más “que mosto y mucha música”, como pretendía el Coronel Cornelio Saavedra[2]. De hecho, Teillier tiene un poema en el cual poematiza el testimonio del lonko Pascual Coña para mostrar las transformaciones de la sociedad mapuche una vez concluida la ocupación militar del ejército chileno en los umbrales del siglo veinte. Coña dice, en efecto, que: “Me aborrecieron por causa de mis tierras / Los huincas por mi suelo no más pasaron / Me ponían cercos en medio de mis terrenos”[3].

La historia mapuche ha sido frecuentemente aplastada por el silencio que imponen los ‘vencedores’. Por eso, afirma el poeta, en la mayoría de las narrativas, incluyendo los textos escolares, se presenta el periodo de la ‘pacificación’ de la Araucanía y su incorporación a Chile como un acontecimiento que seguía el clásico modelo decimonónico de la civilización luchando contra la barbarie. Sin embargo, y como ha sido ampliamente documentado, durante esa época ruinosa los mapuche sufrieron la colonización de su territorio y, con posterioridad, el acoso del Estado y de los agentes que trasladó a la Frontera, perdiendo buena parte de sus tierras, cultura e identidad[4].

 

Según Teillier, una conclusión rápidamente descubierta es que la mentalidad racista adopta múltiples formas y opera en diferentes niveles, dependiendo el contexto donde se use. Por ejemplo, a través del lenguaje cotidiano (el indígena como sinónimo de inferioridad); el funcionamiento de las instituciones públicas (discriminaciones en base al apellido o al color de piel); los estereotipos que difunden los medios de comunicación de masas (representaciones exotizantes de los cuerpos); la negación de la lengua propia (acelerada pérdida del mapudungún).

 

Citando un lúcido trabajo de la antropóloga Ximena Bunster, publicado por la Universidad de Chile, Teillier concluye su artículo señalando que, tristemente, para la mayoría de los habitantes del sur, el indígena es “borracho, flojo y ladrón”.

 

Pues bien, cincuenta años después de su publicación, y a propósito de los recientes hechos de violencia que tuvieron lugar en Curacautín, Victoria y otras localidades del Wallmapu, el texto de Teillier testifica que el problema del racismo sigue vigente en nuestros días, aunque con características diferentes, claro está, pues le ha sido necesario renovarse dadas las condiciones materiales del presente inmediato.

 

La conflictiva relación del Estado y la sociedad chilena con el pueblo mapuche tiene un carácter histórico, sin embargo, su situación actual debe ser atendida a la luz de la coyuntura de crisis que desveló la noche del sábado 1 de agosto. No sólo por la participación de grupos civiles armados en el desalojo de cinco municipios que se encontraban tomados en apoyo a la huelga de hambre de los condenados y procesados mapuche que demandan –entre otras cosas– la aplicación del Convenio 169 de la OIT, o porque marca otro fracaso de la acción gubernamental para destrabar un conflicto interétnico de largo aliento, sino también, y quizás más preocupante aún, por las abiertas expresiones de odio racial que tienden a legitimar discursos de exclusión y la complacencia explícita de las fuerzas policiales en un contexto de toque de queda por la emergencia sanitaria nacional del coronavirus.

 

Pero por desgracia, lo acontecido no es un hecho aislado, es parte de un problema más vasto que ha venido pasando ininterrumpidamente en territorio mapuche: el estado de excepción como regla. Numerosos hechos pasados refuerzan esta suposición: la violencia practicada por la policía militarizada, la usurpación de tierras, la criminalización de la protesta, el allanamiento de comunidades, la devastación ambiental, o la persecución de sus dirigentes y jóvenes asesinados en las últimas décadas, como Alex Lemún en 2002, Matías Catrileo en 2008, Jaime Mendoza Collio en 2009, Rodrigo Melinao en 2013 y Camilo Catrillanca en 2018.

 

En este orden de cosas vale la pena recordar un estudio realizado por el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), publicado el año 2014, donde señala que los conflictos del Estado chileno, comunidades mapuche y empresas privadas (pesqueras y forestales), lejos de atenuar han ido en aumento[5]. La mayoría de los actores que participaron del estudio concluyeron en que este tipo de conflictividad no es sólo un problema de violencia, sino un fenómeno que tiene profundas raíces históricas en torno a demandas no resueltas por el Estado en torno al territorio, la propiedad y los derechos colectivos de los pueblos originarios.

 

En la misma dirección, un informe publicado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), sostuvo que la violencia policial en general y la aplicación de la Ley Antiterrorista en particular, representan verdaderas dificultades en la relación del Estado con el pueblo mapuche[6]. Esto adquiere especial importancia si recordamos el “Caso Norín Catriman y Otros vs Chile”, en el cual la Corte Interamericana de Derechos Humanos, por motivos de la aplicación de la Ley 18.314, resolvió a favor de ocho dirigentes mapuche que habían sido acusados de conductas terroristas, recomendando al Estado “eliminar los efectos de las condenas por terrorismo impuestas” y, simultáneamente, “adoptar medidas de no repetición, para erradicar el uso de prejuicios discriminatorios con base en el origen étnico en el ejercicio del poder público y, en particular, en la administración de la justicia”[7].

 

Ciertamente, se debería reconocer que el racismo es un fenómeno que atraviesa todas las esferas de la vida social. Como dice Frantz Fanon, es la pieza de un rompecabezas muchísimo más grande: el de la subordinación estructural de un pueblo oprimido. La sensación de falta de reconocimiento es muy patente en la subjetividad de aquellas personas que han sido inferiorizadas por su condición étnica. Por esto se deben plantear las preguntas y respuestas que ataquen sus causas y consecuencias, y con ello, conseguir “la descomposición interna de la comunidad instituida por el racismo”[8].

El racismo, como decíamos, se ha ido transformando con el paso del tiempo. En sus expresiones más contemporáneas, es visto como una construcción discursiva históricamente situada, no como una forma biológica objetiva. En el fondo, tal como ha mostrado Étienne Balibar con bastante exactitud, vivimos ahora en la época del “racismo cultural”, un verdadero “hecho social total” que se inscribe en una red de prácticas, de discursos y de representaciones. En palabras del filósofo francés: “un racismo cuyo tema dominante no es la herencia biológica, sino la irreductibilidad de las diferencias culturales; un racismo que, a primera vista, no postula la superioridad de determinados grupos o pueblos respectos a otros, sino ‘simplemente’ la nocividad de la desaparición de las fronteras, la incompatibilidad de las formas de vida y de las tradiciones”[9].

En el contexto de Chile y América Latina, la discusión teórica sobre estas nuevas modalidades del racismo ha estado relacionada –principalmente– a las limitaciones de las políticas del reconocimiento centradas en la diversidad y a los discursos multiculturales del neoliberalismo que surgieron durante los últimos treinta años[10].

A partir de lo planteado es posible afirmar que, si bien resulta indispensable el reconocimiento constitucional de los grupos culturalmente diferenciados, el diálogo intercultural, en el sentido amplio de la expresión, supone también considerar los valores aportados por el mundo indígena, vale decir, comprender sus formas de pensamiento y admitir sus puntos de vista en el espacio público. Probablemente, el ejemplo más palpable que emana de esta idea general, es que muy rara vez se escucha lo que dicen los mapuche sobre ellos mismos (idioma, alimentación, costumbres, creencias, instituciones, historia política, expresiones artísticas, organización social). De ahí la relevancia crucial del momento constituyente actual: conocer, entender y comprender a plenitud el derecho a la autodeterminación de los pueblos indígenas.

Hoy, la Frontera, esa importante región del país que surge “de la mezcla de tres sangres”, se ha convertido en el telón de fondo de la agitación racista bajo el amparo o la negligencia del poder estatal. En último término, el prejuicio racial oculto que Teillier critica, así como el clasismo cuasi crónico que suda la sociedad chilena, demuestra que el objetivo político-normativo del reconocimiento de la pluralidad étnica sigue siendo una tarea urgente para la construcción de relaciones interculturales más justas e igualitarias.

 

Damián Gálvez

Freie Universität Berlin

Investigador doctoral del CIIR.


[1] Jorge Teillier, Prosas (Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1999), 402.

[2] Jorge Teillier, “La Araucanía y los mapuches según tres viajeros del siglo pasado”, en Boletín de la Universidad de Chile 58 (1965), 4.

[3] Jorge Teillier, Para un pueblo fantasma (Santiago de Chile: Ediciones Universitarias, 1978), 116.

[4] Jorge Pinto Rodríguez, La formación del Estado y la nación, y el pueblo mapuche. De la inclusión a exclusión (Santiago de Chile: Dirección de Bibliotecas y Museos, 2003).

[5] INDH, Estudio exploratorio. Estado de Chile y pueblo mapuche: análisis de tendencias en materia de violencia estatal en la Región de La Araucanía (Santiago de Chile: Instituto Nacional de Derechos Humanos, 2014).

[6] CEPAL, Desigualdades territoriales y exclusión social del pueblo mapuche en Chile: situación en la comuna de Ercilla desde un enfoque de derechos (Santiago de Chile: Comisión Económica para América Latina y el Caribe, 2012).

[7] Disponible en: http://www.corteidh.or.cr/docs/casos/articulos/resumen_279_esp.pdf.

[8] Étienne Balibar, “¿Existe un neoracismo?” En Raza, Nación y Clase, Immanuel Wallerstein y Étienne Balibar (pp. 31-49) (Madrid: IEPALA Textos, 1988), 34.

[9] Balibar, ¿Existe un neoracismo?..., 37.

[10] Patricia Richards, Racismo. El modelo chileno y el multiculturalismo neoliberal bajo la Concertación 1990-2010 (Santiago de Chile: Editorial Pehuén, 2016).

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