Por estos días, conmemoramos los 50 años del golpe militar. El relato histórico nos muestra los acontecimientos y nos invita a revisarlos con nuevas miradas, para enriquecer su comprensión y así enfrentar el futuro desde la experiencia de lo vivido, para hacer del país un lugar donde todos podamos vivir en paz.
El revisionismo histórico, ha cobrado en las últimas décadas gran relevancia, en el tortuoso camino que nos permite recomponer permanentemente los acontecimientos de un pasado inmediato o lejano. Lo productivo de este enfoque, a nuestro juicio, no se encuentra en el compromiso ideológico sesgado, crítico o autocomplaciente, posturas asumidas desde el revisionismo político respecto al marxismo. Tampoco resulta provechoso, cuando asumimos una perspectiva negacionista que intenta invisibilizar o derechamente negar acontecimientos o sucesos insoslayables, para comprender nuestro presente y las proyecciones de futuros posibles.
La revisión histórica que culmina en un relato coherente para encontrarse con otras formas discursivas que explican un campo de acontecimientos, es parte del oficio de los historiadores que, como señala Bloch, define su hacer.
Desmontar las representaciones del mundo articuladas desde la historia, sin duda, arroja luz y explica de mejor manera los sucesos presentes que, en su condición de acciones/visagra, conectan lo pretérito con un mundo por/venir que no conocemos y que situamos en el futuro.
En ese contexto, la construcción del mundo, denominación utilizada por Chartier, es revisada para comprender mejor lo sucedido, ese fragmento de narración histórica, en el que nos detenemos para rescatarla de otra manera, resemantizando los hechos, para nuevos debates y perspectivas sobre lo ocurrido. En ese trabajo heurístico y escritural caracterizado por De Certeau, encontramos nuevas verdades sobre el devenir del pasado, completando zonas borrosas de la historia y entendiendo la realidad actual de manera más integral y compleja.
A partir de lo señalado antes, nuestro interés en esta columna, es poner énfasis en el sentido de futuro que puede desprenderse del trabajo revisionista histórico. Más allá de cualquier compromiso político o ideológico, esta forma investigativa no sólo ilumina de mejor manera el pasado, sino que también conoce, en los términos de Mudrovcic la historia del presente desde la memoria. Esa base epistemológica se vuelve fundamental para esbozar el espacio inabarcable del futuro y, contiene los núcleos semánticos indispensables para proyectar de una forma un poco más cierta la historia que está por escribirse.
La historia reciente de nuestro país, es un buen caso para revisar, en su estatus de representación del pasado, como nos diría Ricoeur. Aun cuando existe una extensa bibliografía que intenta explicar los acontecimientos ocurridos hace 50 años en Chile, marcados por el golpe militar, se hace necesario volver sobre ellos con nuevas lentes aproximativas, para mejor comprender la crisis política y social que terminó de manera brutal, con un presidente de la nación sacado muerto del palacio presidencial.
Más allá de los múltiples elementos simbólicos que marcan la tragedia de Chile, por esos días de septiembre de 1973, el contexto político precedente, amerita ser revisitado en una suerte de arqueología hermenéutica, que nos entregue nuevas claves comprensivas para asumir la historia del presente y la construcción del futuro, en el que no se ponga en riesgo la vida y la dignidad humana.
Si observamos el proyecto político y social de la Unidad Popular, validado en la elección de 1970, que dio como resultado el triunfo por mayoría relativa de Salvador Allende, y cuyo gobierno fue interrumpido violentamente en 1973, resulta ser un tramo histórico fundamental sobre el cual volver, para enriquecer nuestra intelección de lo sucedido y de esa forma corregir los errores del pasado para la construcción de un futuro mejor. La andadura lenta y cuidadosa por ese camino, que conduce a las rutas del presente, nos muestra descarnadamente el conflicto vital del Presidente Allende. Formado políticamente dentro de una tradición republicana y democrática, su pretensión de llevar acabo la revolución socialista con las herramientas políticas de la democracia, aparecía como imposible en el contexto latinoamericano y mundial. En el plano regional, la revolución cubana mostraba un resultado que aparecía como exitoso, gracias al uso de las armas en un contexto de violencia política. La instalación del régimen castrista se convertía así en el referente inspirador de otros procesos revolucionarios. La izquierda chilena observaba con atención ese proceso, reconociendo y valorando el uso de la fuerza armada, para conseguir los objetivos de la revolución.
Allende comparte el proceso revolucionario encabezado por Castro y Guevara, sin embargo, insistirá en un camino institucional hacia el socialismo. Claramente su utopía se estrella contra las prácticas revolucionarias imperantes en el mundo. Para el Presidente electo, Chile será la primera nación de la tierra en transitar a la sociedad socialista en el marco de un sistema político democrático. Estos objetivos, explicitados por el gobernante y expuestos apasionadamente en todos los foros en que participa, muestran una herida que sólo se irá haciendo más grande con el paso de los meses y los años. Un mandatario que se declara marxista piensa que el pueblo asumirá el poder sin violencia ni derramamiento de sangre. Su fe está puesta en un Congreso que concentra el poder legislativo y que permitirá el tránsito democrático desde la legalidad capitalista hacia una socialista, sin que se violente la juridicidad ya establecida.
A las presiones del mundo político nacional, encabezadas por la derecha política, empresarial y latifundista, más los requerimientos para la estabilidad democrática, exigidos por la Democracia Cristiana, se sumaban los conflictos permanentes con el propio Partido Socialista, que instaba al Presidente a tomar el camino de la violencia armada para consumar el proceso revolucionario.
En el plano internacional, Estados Unidos se mostraba alarmado por la instauración de regímenes comunistas en América Latina y el caso chileno revestía especial importancia, ya que pretendía valerse de la democracia como sistema político, para hacerse de un poder total en el país. Por esta razón el gobierno de Nixon intervendría con recursos humanos y financieros para derrocar a este Presidente revolucionario y democrático.
Este escenario, sólo profundizaba las contradicciones vitales de Allende. Con el paso del tiempo, comienza a tener la certeza de que el final será trágico y que su proyecto utópico revolucionario no podría realizarse. Su admiración por Castro, el Che Guevara y Ho Chi Minh se mezcla con el respeto que le causaba Pedro Aguirre Cerda, considerándolo un ejemplo de demócrata valiente frente al intento de golpe de 1939. La democracia parecía no poder conducir al país a una revolución más soñada que planificada. La vía chilena al socialismo tenía sabor a empanada y vino tinto, pero carecía de las acciones reales más o menos violentas que permitirían las profundas modificaciones estructurales que dicha revolución exigía.
Desde estas posiciones encontradas, contradictorias y en ocasiones absurdas, llegamos al día que ahora conmemoramos. El 11 de septiembre de 1973 volaron por los aires de la patria, partes del Palacio de la Moneda, bombardeado por la Fuerza Área Chilena. También fueron destruidas la República y la Democracia que, con mucho esfuerzo, habíamos sido capaces de construir, durante más de un siglo de historia. La voz de Allende se apagó, sin antes, con serena firmeza, profetizar que otros hombres triunfarían en la lucha que él no pudo dar o concluir.
La revisión histórica de estos hechos debe ser realizada en clave de futuro. Las distintas fuerzas políticas nunca llegarán a una verdad única sobre lo acontecido. Sabemos que, desde un marco epistemológico, dicha verdad única es imposible. Sin embargo, el relato o relatos de la historia reciente, nos entregan núcleos de sentido que no debemos ignorar. Si de verdad, tenemos la convicción íntima de que la democracia es la mejor forma de gobierno de la que disponemos para desarrollarnos, debemos fortalecer sus bases y su forma de funcionamiento. Observamos con preocupación la polarización ideológica que cobra fuerza en el país. La falta de un diálogo sereno que posibilite los encuentros y acuerdos necesarios para arribar a las coordenadas del futuro, sólo nos plantean incertidumbre y nos introducen en un camino ciego, sin salidas hacia mejores tiempos.
La democracia debe ser cautelada y eso solo es posible desde un planteamiento moral y ético definido y coherente. Más allá de los dispositivos ideológicos específicos que movilizan a los partidos políticos, el ejercicio democrático requiere del reconocimiento de valores superiores para el desarrollo del país. Serán los consensos y no los disensos los que nos muevan hacia un Chile consolidado política y socialmente. Respecto a la clase política, es hora de postergar o erradicar las ambiciones personales, la pelea odiosa de trinchera, para pensar el Chile del mañana y a su pueblo, que exige desde el anonimato mejores condiciones de vida para sus hijos.
Referencias:
- -Farías, V. (2000). La izquierda chilena. Documentos para el estudio de su línea estratégica. CEP-UNAB.
- -Régis Debray. (1971). Conversación con Allende. ¿Logrará Chile implantar el socialismo? México D.F.:Siglo XXI.
- -Labarca, E. (2014). Salvador Allende. Biografía Sentimental. Santiago: Catalonia.
- -Amorós, M. (2013). Allende. La biografía. Santiago: Ediciones B.
- -Politzer, P. (1989). Altamirano. Santiago: Melquiádes.
- -Bloch, M. (2001). Apología para la historia o el oficio de historiador (trad. María Jiménez y Daniel Zaslavzky), México: Fondo de Cultura Económica.
- -Chartier, R. (1995). El mundo como representación. Estudios de historia cultural, 2da. Ed. Barcelona: Gedisa.
- -De Certeau, M. (1985). La escritura de la historia, México: Universidad Iberoamericana.
- -Mudrovcic, M. I. (2005). “Algunas consideraciones epistemológicas para la ‘historia del presente’,” en Historia, narración y memoria. Los debates actuales en filosofía de la historia. Madrid: Akal.
- -Ricœur, P. (2007). “Historia y memoria. La escritura de la historia y la representación del pasado” en Anne Pérotin Dumon (dir.), Historizar el pasado vivo en América Latina. Disponible en línea: http://www.historizarelpasadovivo.cl/es_resultado_textos.php?categoria=Verdad%2C+justicia%2C+memoria&titulo=Historia+y+memoria.+La+escritura+de+la+historia+y+la+representaci%F3n+del+pasado#memoria_disciplina, fecha de consulta: 9 de noviembre de 2017, s/p.Texto original “Histoire et mémoire: l’écriture de l’histoire et la réprésentation du passé” (2000) publicado en Annales. Histoire, Sciences Sociales. Núm. 55-4. París: julio-agosto de, pp. 731-747.
Dr. Jorge Brower Beltramin
Profesor Titular
Departamento de Publicidad e Imagen
Facultad Tecnológica
Universidad de Santiago de Chile
jorge.brower@usach.cl