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Tá Mario Benedetti

Tá, se dice en uruguayo cuando se trata de afirmar con énfasis y Tá respondió Mario Benedetti cuando la decencia preguntó si había que jugarse por los pobres, por los débiles, por los condenados de la tierra, por lo que no tenían derecho a la alegría, por los que soñaban con una existencia justa, por la palabra mañana llena de sentido. Tá, respondió Mario Benedetti cuando la vida misma preguntó si había que tomar partido y ser la voz de aquellos que se pudrían en un penal llamado tristemente “Libertad”. Ahí, entre tantos, estuvieron quince años el dramaturgo Mauricio Rosencoff y el poeta Carlos Liscano, pero durante esos quince años fueron nombrados cada día por Mario Benedetti, donde fuera que estuviese, sus primeras palabras eran para exigir la liberación de los compañeros.

A los poetas se les ama y admira, a los hombres como Mario Benedetti simplemente preguntábamos: “¿y si nos vamos al boliche dos del mercado de la abundancia para ponernos al día con la vida?” Y el tá de su respuesta era el inicio de una gran fiesta de recuerdos, de vino clarete, de preocupación porque Mario se preocupaba por todos y mientras alguien le informaba de “ese muchacho que sigue preso en Lima” sus ojos seguían los movimientos de una niña vendedora de jazmines.

Jamás he conocido a otro hombre tan sencillo, tan generoso, solidario y que, como dice el poema de César Vallejo, parecía vivir en representación de todo el mundo. A los hombres como Mario Benedetti se les canta y sin que importe la rima de sus versos, se les encuentra en los barrios populares, en los boliches frecuentados por gentes de otras tierras, en el fragor de las luchas más justas, en las pancartas con faltas de ortografía pero perfectas de razones, en los estudiantes que tras la barricada toman la mano de su novia, descubren entonces que no están solos, sin que importe la lengua que hablen sus corazones laten a ritmo uruguayo, se convierten en la flor de la banda oriental, y se miran a los ojos antes de la carga represiva para decir: si te quiero es porque sos/ mi amor mi cómplice y todo/ y en la calle codo a codo/ somos mucho más que dos.

Nunca un Poeta llenó los estadios de fútbol como los llenaba Mario Benedetti. Nunca otro hombre entró a un bar y a la pregunta respecto de qué quería beber respondió: un traguito, del más humilde. Nunca otro escritor nos convocó para que no perdiéramos el rumbo ni la alegría en los peores momentos de dudas y desilusiones: un torturador no se redime con el suicidio, pero algo es algo.

Escribo estas líneas con bronca, porque sé que ya la vida no será la misma con la ausencia de Mario Benedetti. Hoy por la mañana muy temprano sonó el teléfono, era otro Mario, el escritor Mario Delgado Aparaín. “El Negro”, gran amigo de Benedetti, me anunció simplemente: se nos fue Marito, hermano, con los muchachos estamos tomando unos mates y hablando de vos, porque a Mario le encantaba hablar de vos. Sé que a Benedetti no le gustaban los homenajes, o mejor dicho, le agradaban ciertos homenajes, como que a su invitación a tomar unos mates respondiéramos llevando unas buenas facturas para acompañarlos. A los otros homenajes respondía escabulléndose, mostrando su carnet de tímido militante o exclamando; “déjense de macanas”.

Mientras escribo esto que no es un homenaje, sé que Montevideo no será la misma ciudad que amo cuando vuelva, sé que en Madrid me faltarán los paseos por El Retiro junto a un Mario Benedetti maravillado con los titiriteros, sé que el café Rossi en Roma se quedará con una silla vacía y soportaré solo el atraso eterno de los compañeros de Il Manifesto, sé que un vacío infinito abre sus fauces y me sumo a la multitud de hombres y mujeres que lloramos apretando un atado de libros.

Pero una mano de Mario Benedetti me remecerá un hombro y habrá que salir a la calle, a defender la alegría como una trinchera.

Tá, Mario, ¡Tá!.

Luis Sepúlveda, Gijón 18 de Mayo 2009

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