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Un siglo de Trabajo Social en Chile: la salud que el Código Sanitario aún no reconoce. Por Maritza Ortega Palavecinos

A 100 años de la creación de la primera Escuela de Servicio Social en Chile y LATAM, la profesión que nació en el corazón de la salud pública sigue fuera del Código Sanitario. Esta omisión histórica no solo desconoce su aporte técnico y ético, sino que afecta directamente la atención integral de las personas y el derecho a una salud con humanidad.

Hace exactamente un siglo, Chile fue pionero en América Latina al crear la primera Escuela de Servicio Social, bajo el alero del Servicio Nacional de Higiene y la visión del doctor Alejandro del Río. La profesión nació en un hospital, no en una oficina ni en una facultad de ciencias sociales. Surgió como respuesta a la crisis sanitaria y social de la época: mortalidad infantil, hacinamiento, pobreza y enfermedades que no se resolvían solo con medicina, sino con intervención social y cuidado humano.

En las “Gotas de Leche”, en los consultorios de beneficencia y en los hospitales públicos, las primeras visitadoras sociales - mujeres jóvenes con formación técnica y vocación de servicio - acompañaban a las madres, organizaban redes, hacían educación sanitaria y promovían derechos antes de que existiera el concepto mismo de salud pública o determinantes sociales. Ese fue el verdadero origen del Trabajo Social chileno: una profesión sanitaria y feminista antes de su tiempo.

El siglo XX consolidó su rol en la salud pública. Las visitadoras sociales se transformaron en agentes claves del modelo preventivo, colaborando en la creación de políticas materno-infantiles, programas antituberculosos y campañas de vacunación. La Escuela “Dr. Alejandro del Río” formó generaciones que combinaron ciencia, ética y compromiso social. Las llamadas "Alejandrinas" no solo aplicaban protocolos: investigaban, escribían y comprendían que la salud no se reduce al cuerpo, sino a las condiciones sociales que lo habitan.

Sin embargo, la dictadura fracturó esta historia. La reestructuración institucional de los años ochenta desplazó al Trabajo Social del ámbito sanitario, fragmentando equipos y subordinando su función a una mirada asistencial, clínica o administrativa. Desde entonces, la profesión ha debido sostener su legitimidad desde la práctica, resistiendo silenciosamente en hospitales, servicios de urgencia, unidades sociales y programas de acompañamiento.

100 años después de su nacimiento, el Trabajo Social continúa siendo parte esencial del cuidado hospitalario, pero permanece ausente del Código Sanitario. Paradójicamente, una profesión creada en el corazón de la salud pública carece hoy del reconocimiento legal que la integre a los equipos de salud en igualdad de condiciones con otras disciplinas. Esta exclusión no es solo normativa: tiene consecuencias concretas. Limita la participación en comités clínicos, restringe liderazgos - gestión y debilita la autoridad técnica frente a decisiones sobre alta, derivación o acompañamiento de pacientes.

Más grave aún, no hacer esta incorporación va en desmedro de las personas usuarias. Mantener la exclusión del Trabajo Social significa negar la integralidad de la atención y desconocer el peso de las determinantes sociales de la salud, aquellas que definen la vida y la muerte mucho antes de que alguien llegue a un hospital. Implica seguir pensando la salud desde una lógica biomédica fragmentada, donde la pobreza, la vivienda, la educación, la violencia o la ausencia de redes quedan fuera del diagnóstico, aunque sean precisamente esas las causas que enferman y condicionan los tratamientos.

Al invisibilizar la dimensión social del proceso salud-enfermedad, se debilita la respuesta del sistema público frente a las desigualdades y se afecta directamente la continuidad de los cuidados. Una persona no se sana solo porque recibe el alta médica: necesita redes, apoyo y condiciones dignas para sostener su bienestar. Ignorar esa verdad es atentar contra la esencia misma de la salud pública.

Los trabajadores y trabajadoras sociales en salud también salvamos vidas, aunque no con desfibriladores. Lo hacemos al prevenir abandonos hospitalarios, articular redes, contener crisis familiares y proteger a niños y niñas en riesgo. Lo hacemos cuando diseñamos modelos sociosanitarios integrados, gestionamos la continuidad del cuidado a través de la coordinación Intersectorial o acompañamos a las familias frente a la muerte. Ese trabajo, esencial para la humanización de la salud, no se traduce en reconocimiento normativo ni en condiciones laborales equitativas.

No se puede hablar de salud integral e interdisciplinaria si la dimensión social sigue siendo tratada como un complemento.

El país que en 1925 comprendió que la salud y lo social eran inseparables hoy debe volver a mirarse al espejo de su propia historia. Reconocer al Trabajo Social en el Código Sanitario no es un gesto corporativo, ni antojadizo, sino una decisión política y ética. Significa devolver a la salud pública su carácter humano, interdisciplinario y justo. Incluir a las trabajadoras y trabajadores sociales en la legislación sanitaria es actualizar el pacto fundacional del sistema: el de una salud que no solo cura, sino que cuida, comprende y acompaña.

A 100 años de la Escuela Alejandro del Río, Chile tiene una oportunidad histórica. No se trata de nostalgia, sino de coherencia.

El futuro del Trabajo Social está - como hace un siglo - donde comenzó: en el hospital, en la comunidad y en el cuidado de la vida.

“Humanizar la salud no es un eslogan; es una tarea compartida.”

Maritza Ortega Palavecinos
Trabajadora social - administradora pública.
Jefa Departamento de Intervención Psicosocial del Hospital Dra. Eloísa Díaz Insunza de La Florida.
Investigadora y autora de diversas obras sobre humanización, derechos y modelo sociosanitario en Chile.

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