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Una disyuntiva bipolar: Arturo Alessandri Palma, Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende Gossens. Por Bernardo Subercaseaux Sommerhoff

En Chile, como en casi todos los países de América Latina, en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX, los sectores populares y de capas medias pasan de ser sectores sociales a actores sociales y políticos. Se hacen por lo tanto visibles en los medios y micromedios de comunicación, en el espacio público o en movimientos de reivindicación social, tanto en provincias como a nivel nacional. En Europa el debate entre la segunda y la tercera internacional y la revolución soviética, son hechos que dibujan, en un escenario de transformación de la sociedad,una disyuntiva entre un proyecto de reforma -cambio gradual dentro del sistema- o de revolución, -cambio del régimen y del modo en que se organiza la sociedad. Disyuntiva bipolar que va a estar presente como imaginario político en todo el siglo XX, tanto en Chile como en la mayoría de los países de occidente. Es este contexto se hacen presente en nuestro país algunas figuras significativas que encarnan estos polos a nivel del poder ejecutivo.

Figuras

Estamos conscientes que la historia no la hacen los individuos aislados, por muy relevantes que ellos sean. Sí hay, empero, algunos individuos que desempeñan un rol significativo, sobre todo cuando su discurso, sus proyectos y su acción interpretan necesidades, intereses y movimientos sociales amplios, cuando sintonizan con la escenificación del tiempo histórico nacional y con las ideas y los imaginarios políticos en boga. También cuando están dotados de coraje, de genio, de carisma y de imaginación para postular lo deseable y lo posible. Individuos que además de surfear las olas de la historia, son capaces de agenciar la dirección que éstas toman. Desde este punto de vista, los personajes políticos más relevantes del siglo XX a nivel del poder ejecutivo, en el caso de Chile, son, en una perspectiva democrática, y no sin tropiezos:Arturo Alessandri Palma (1868-1950), Eduardo Frei Montalva (1911-1982) y Salvador Allende Gossens (1908-1973).

Los tres tienen varios rasgos en común, pero también -dentro del espectro bipolar en que se desplazaron- grandes diferencias. Alessandri fue elegido diputado por Curicó en 1897 y al año siguiente, cuando todavía no cumplía los 30 años, Ministro de Obras Públicas, en pleno parlamentarismo. Más tarde regresó a la Cámara ejerciendo como diputado durante 18 años, antes de asumir la presidencia de la República por primera vez, en 1920. Luego, en la década del cuarenta fue senador, y al fallecer, en 1950, era presidente del Senado. Frei fue en 1945 Ministro de Obras Públicas del gobierno de Juan Antonio Ríos, cuando solo tenía 34 años; en 1949 fue elegido senador por Atacama y Coquimbo; en 1958 fue candidato a la presidencia por primera vez, luego ganó las elecciones en 1964. Después de dejar la presidencia fue elegido senador por Santiago con primera mayoría, en 1973. Allende fue elegido diputado por Valparaíso en 1937. Un año más tarde, cuando solo tenía 31 años, fue Ministro de Salud del gobierno de Pedro Aguirre Cerda. En 1945 fue elegido senador por provincias del sur, en 1953, por Tarapacá y Antofagasta, en 1958, candidato a la presidencia de la República, en 1961, senador por Valparaíso y Aconcagua, en 1964, nuevamente candidato a la presidencia, en 1969, senador por Chiloé y Aysén y, finalmente, elegido Presidente en 1970, como candidato de la Unidad Popular. Se trata, por lo tanto, de políticos con una larga experiencia parlamentaria o en funciones de gobierno, una trayectoria que en conjunto abarca desde fines del siglo diecinueve hasta casi fines del siglo veinte. Los tres tuvieron vínculos con el Partido Radical y con el centro político. Alessandri resultó elegido e hizo su primer gobierno con el apoyo -y con las ideas- de ese partido. Allende y Frei fueron ministros de gobiernos del Frente Popular liderados por el radicalismo, y un sector del Partido Radical fue parte de la Unidad Popular.

La pasión por la política y este cúmulo de experiencias en un mundo que ellos querían cambiar les dio a los tres una gran capacidad de maniobra. Alessandri fue considerado uno de los políticos más hábiles de su tiempo; Frei obtuvo rotundas victorias electorales como senador y Presidente (la más contundente del siglo veinte), y de Salvador Allende se llegó a decir que tenía una “muñeca (política) de oro”. Gracias a estas habilidades fueron también innovadores en un mundo en que primaban los modos de hacer política del pasado, capaces de ir promoviendo un orden nuevo al interior del tradicional. Alessandri en su primer gobierno abrió el sistema político a sectores no oligárquicos de la sociedad (su ministro del interior fue Pedro Aguirre Cerda, un personaje que para la oligarquía bien pensante de la época era probablemente un “roteque”), reafirmó el papel del Estado y del poder ejecutivo, estableciendo constitucionalmente la separación de la Iglesia, creando el Banco Central, y sentando las bases para un incipiente Estado Social y Benefactor.

Frei impulsó decididamente la reforma agraria, la sindicalización campesina, la participación popular, la primera etapa en la nacionalización del cobre y también formas asociativas en el ámbito de la sociedad civil como el cooperativismo, las juntas de vecinos y los centros de madres[1]. Su gobierno contribuyó desde el Estado a generar tejido social en las ciudades y en el campo, entre campesinos y pobladores, amplió también la acción del Estado desarrollista hacia algunos sectores industriales como la petroquímica y el acero. Con el rótulo de “revolución en libertad”, la propuesta de la democracia cristiana apuntaba a transformar la realidad hacia lo nuevo, y efectuaba también un guiño al clima de ideas predominantes en la década de los sesenta. Fue un proyecto que, amparado en la doctrina social de la Iglesia, pretendía corregir el sistema, en ningún caso destruir sus bases, un proyecto al estilo de los gobiernos socialdemócratas europeos, pero a diferencia de ellos, con un sustrato católico y con bases económicas y productivas bastante débiles.

Allende intentó abrir el camino al socialismo sin partido único y dentro de un Estado de Derecho, en que se respetaran las garantías democráticas, proyecto no solo inédito en el país, sino en el mundo. Continuando lo iniciado por el gobierno de Frei[2], amplió la democracia política y social, completó la nacionalización del cobre (con apoyo unánime del Parlamento), y en una línea desarrollista pero de aumentando la democracia económica y el rol de los trabajadores, incrementó el rol del Estado en la economía, ampliando el sector social de la misma. Todo ello en un clima de creciente polarización interna, agravado por posturas no siempre convergentes al interior de la propia coalición gobernante, en un país que -como documentó en el Senado norteamericano la Comisión del senador Frank Church- llegó a ser el escenario de las fuerzas más oscuras de la Guerra Fría[3]. En definitiva, una situación que fue generando un ambiente de caos y de desorden generalizado, en gran medida promovido por sectores y partidos de contrarios al gobierno de la Unidad Popular apoyados financieramente por el gobierno de Estados Unidos. Para algunos -como la empresa El Mercurio- se trataba de un caos destructivo, antesala del comunismo y del fin de la democracia, una situación que era propicia entonces para la intervención de los militares; para otros, en cambio, se trataba de un caos creativo que contribuyó a activar el tejido social, convirtiendo al movimiento popular y sus partidos en sujetos de la historia (es la visión que se desprende, por ejemplo, del documental La batalla de Chile, de Patricio Guzmán); un caos propio de los momentos parteros de la historia como lo fueron el fin de la monarquía en la Francia de 1789 o el fin del régimen zarista en la Rusia de 1917. Se trata de lecturas u ópticas interpretativas diversas, que tensionan hasta el extremo los polos de reforma y revolución, cortando casi el hilo que los imbricaba (decimos “casi” porque posteriormente la Concertación y el triunfo del NO, en 1989, fue zurciendo algunos de esos hilos). Son puntos de vista sobre los cuales se puede especular, pero que nunca podrán ser zanjados plenamente, por una parte porque desconocemos lo que habría ocurrido si el camino hubiese sido el del plebiscito que se proponía convocar el presidente Allende, y, por otra, porque ignoramos el futuro, porque no sabemos qué ocurrirá en la historia de larga duración, por ejemplo, ante la eventualidad de que el día de mañana la constelación del mercado y la globalización entren en una crisis profunda. Lo que sí sabemos con certeza es que lo que ocurrió tuvo un costo significativo en términos de derechos humanos, de Estado benefactor, de democracia y de tejido social, de solidaridad y espíritu colectivo, un costo con respecto a lo que venía construyéndose desde las primeras décadas del siglo en el marco de un imaginario bipolar de transformación de la sociedad. Un pasado que, sin embargo, persiste en la memoria y, sobre todo, en la figura de Salvador Allende, icono por excelencia del imaginario de emancipación, un icono que a estas alturas vuela con dos alas, una de reforma y otra de revolución.

Alessandri, Frei y Allende fueron comunicadores de masas en sentido moderno, capaces de discursos agitativos y de persuasión; los tres instalaron en política una marca que se proyecta más allá de sí mismos, en personeros que llevan y le deben su rol político en parte a sus apellidos. Tanto Alessandri como Frei y Allende fueron defensores de la democracia o de lo que ellos entendían por tal, desde una óptica liberal el primero, social demócrata el segundo y desde un socialismo renovador el tercero. Los tres contribuyeron a ampliar el círculo de inclusión social y acortaron -sobre todo Frei y Allende- la brecha entre las instituciones políticas y la vida efectivamente democrática de la mayoría. No es casual, entonces, que hayan tenido que enfrentarse a amenazas o a golpes de Estado, por parte de unas Fuerzas Armadas de frágil convicción democrática, de instituciones que se percibían a sí mismas como gendarmes de la patria por sobre los otros poderes del Estado. Cuando el ruido de sables llevó a Alessandri a dimitir y salir del país, el Presidente tuvo un ofrecimiento de los militares para hacerse cargo de todo el poder y llevar a cabo los cambios que se proponía, sin interferencias del Parlamento, ofrecimiento que rechazó en aras del Estado de Derecho y de la democracia[4]. Frei, en 1973, situándose en la óptica de la reforma, percibió el proceso de la Unidad Popular como una destrucción del Estado de Derecho. En carta a Mariano Rumor, presidente de la Unión Mundial de la Democracia Cristiana, de noviembre de 1973, justificó la intervención militar en aras de salvar a la democracia, error de apreciación que posteriormente reconoció en los hechos, al desempeñar hasta su fallecimiento un rol importante en la lucha contra la dictadura. Hasta una muerte en la que no estuvieron ajenas -según ha sentenciado la Justicia- las fuerzas más oscuras del gobierno militar.Allende, con el apoyo de un amplio sector de la Unidad Popular, hizo esfuerzos por conducir su gobierno en un marco de libertades democráticas (“revolución a la chilena”), tratando incluso de persuadir a sectores de su propio partido y del MIR. En su último discurso y en su propia muerte confluyeron los valores de la democracia y del socialismo, de la reforma y la revolución, aunados simbólicamente por el modo en que eligió morir. “Pagaré con mi vida -dijo- la defensa de principios que son caros a esta patria”.

Así como estas figuras tuvieron aspectos en común, tuvieron también grandes diferencias. En el plano biográfico, mientras Alessandri y Allende fueron librepensadores, declarado el primero y militante el segundo (Allende ingresó a la masonería en 1929), Frei, en cambio, fue un católico ferviente; Alessandri y Frei abogados, y Allende, en cambio, médico; Alessandri y Allende estudiaron en la Universidad de Chile, mientras Frei lo hizo en la Universidad Católica, lo que en esos años implicaba culturas muy diferentes; la poetisa predilecta de Frei fue Gabriela Mistral, de Allende, en cambio, Pablo Neruda. A Alessaandri lo imaginamos como un italiano de chispa que escuchaba y tenía amistad con las mujeres del vanguardismo aristocrático (Iris Echeverría y las hermanas Morla, entre otras); a Frei como un Sacerdote sin sotana serio y culto, como un hombre de familia,como un Don Camilo flaco y altísimo, y a Allende como un caballero galante que usaba colleras pero era capaz de dar la vida por sus ideas. Un bachicha, un suizo y un porteño. Son antecedentes, preferencias y convicciones que incidieron tanto en sus vidas privadas como en sus estilos, en sus amores y filiaciones intelectuales. Pero más allá de estas características personales, el factor fundamental que los distancia y que permite hablar de fisuras históricas fue el lugar que ocupó cada uno de ellos en el imaginario bipolar de transformación de la sociedad.

Arturo Alessandri fue, tal como lo demostramos latamente en otro texto[5], una figura que contribuyó a instalar el nuevo imaginario político en el espacio público, asumiendo -sobre todo en su primer gobierno- con declarada parcialidad, el polo de la reforma (su gran tesis política fue, “llevar a cabo una reforma para evitar la revolución”). Más tarde, en su segundo gobierno y ante la crisis y movilizaciones de la década del treinta, retrocedió en sus ideas. Así lo evidencian el affaire Ross-Calder, su quiebre con el Partido Radical, la relegación en 1935 de Salvador Allende al puerto de Caldera,cuando éste era secretario regional del Partido Socialista en Valparaíso, también la matanza del seguro obrero, el episodio de Ranquil, y el lenguaje arcaico de político decimonónico que empleó en las conversaciones que sostuvo durante su segundo gobierno con Armando Donoso (1934).

Allende desde muy temprano se instaló discursivamente en el polo de la revolución, pero con una óptica que afirmaba la independencia del Partido Socialista con respecto a los planteamientos de la Tercera Internacional. En una intervención parlamentaria de 1939, Allende dijo:

“El partido socialista, leal a la dialéctica marxista, se ha constituido como partido de clase, resuelto a empujar la lucha hasta la conquista del poder por los trabajadores, manuales e intelectuales, y la implementación de un régimen socialista. Condena los errores de los partidos de filiación internacional: la beligerancia suicida de las fracciones obreras, el agresivo desprecio por las clases medias o pequeños burgueses y la práctica de teorías universales, que no contemplan la realidad indoamericana”

Se trata de un ideario que se proyectará en su trayectoria por más de tres décadas, que está presente en 1970, en la Unidad Popular, e incluso en sus “Últimas palabras”[6] Durante casi cuarenta años, Allende se mantuvo en el polo de la revolución, pero siempre participando paralelamente del Parlamento y de un ámbito que el marxismo ortodoxo consideraba como un espacio burgués, en la medida en que camuflaba el dominio y el conflicto de clases. Aun cuando el Partido Socialista en el Congreso de Chillán de 1967 fustigó las ilusiones electoralistas y coqueteó con la estrategia de la lucha armada, no fue Allende el que lideró esa postura. Más que de clase contra clase, su postura fue siempre una de alianzas y coaliciones en democracia (Frente Popular, Frente del Pueblo, FRAP y Unidad Popular), que se situaba en el polo de la revolución (pero a la chilena, con empanadas y vino tinto, dentro del Estado de derecho, con vía electoral reforzada por movilización popular). De allí la imbricación constante en el pensamiento de Allende, a veces de modo tácito y a veces de modo explícito, con el polo de la reforma, concebida ésta como una táctica para abrir el camino del socialismo en el país, pero como un medio -la democracia- que resultaba en sí mismo un fin[7]. Según Carlos Altamirano, máximo dirigente del Partido Socialista en 1973, la adhesión “a las leyes y a las libertades públicas de Salvador Allende era profunda, honesta (aunque) excesiva”[8].

“El allendismo del período de la Unidad Popular -dice Sergio Grez- fue la expresión de una tentativa abortada por resolver, en una síntesis dialéctica, la disyuntiva entre reforma o revolución que el contexto histórico de los años 70 -ahora lo percibimos con claridad- no permitía solucionar”.[9]

Frei se sitúa, en cambio, desde la creación del Partido Demócrata Cristiano en 1957, y aún desde antes, desde la época de la Falange, en el polo de la reforma. Entre 1964 y 1970, las pulsiones antisistema del programa de “revolución en libertad”, de acuerdo con sectores críticos de su propio partido, se fueron quedando a medio camino. Los llamados sectores “rebeldes” de la democracia cristiana terminaron por retirarse del partido y constituir otros referentes (los partidos MAPU e Izquierda Cristiana), desde donde plantean que el gobierno no llevó a cabo la “revolución en libertad”, y en más de una ocasión ejerció la represión contra movilizaciones populares. Consideraban que no se había cumplido con un programa que para ellos y para un sector importante de la juventud demócrata cristiana, equivalía a una vía no capitalista de desarrollo y a la construcción de una sociedad comunitaria.Entre estos “rebeldes” se destacan Jacques Chonchol, Julio Silva Solar, Rafael Agustín Gumucio y Alberto Jerez, alguno de los cuales tendrán un rol destacado en el gobierno de Salvador Allende. Dentro de las propias filas de la democracia cristiana se fue produciendo, entonces, una escisión que hizo patente las pulsiones bipolares de transformación social en una época en que el plano internacional la balanza -con el ejemplo de Cuba y de Ernesto Che Guevara- se inclinaba hacia las utopías y al polo de la revolución. En la década de los sesenta, Frei planteaba una integración latinoamericana de cuño desarrollista y cepaliana, con el trasfondo de un panamericanismo, Allende, en cambio, estaba permeado con la idea de que en América Latina se vivía una situación inminente de definición histórica, en términos de independencia y soberanía, con un trasfondo antiimperialista.[10]Frei fue una figura internacional en el ámbito de los intereses estadounidenses y de la Alianza Para el Progreso, representando la opción reformista de América Latina frente a Fidel Castro, que encarnaba (para los latinoamericanos) la opción revolucionaria y (para el gobierno de Estados Unidos), la opción comunista o prosoviética. Este rol lo llevó a desempeñar un papel significativo como líder natural del Partido Demócrata Cristiano, con respecto a los sectores medios y al derrocamiento de la Unidad Popular. Durante el gobierno de la Unidad Popular, en la medida en que el polo de la revolución se fortaleció y se hizo carne en una democracia participativa, la postura reformista, en medio de un clima crecientemente polarizado, se fue radicalizando y aliando con sectores de derecha, hasta (casi) cortar el hilo del imaginario bipolar de transformación social, dialéctica que se dio no solo en Chile, sino también en otros países de América Latina. Por cierto, Alessandri, como figura política, no alcanzó a participar de estos dilemas, pues fue solo una figura que incidió en la instalación de un imaginario bipolar y en los inicios de un tiempo histórico de transformación social del cual él no participó plenamente.

Mirando hacia atrás puede señalarse que el imaginario político bipolar de cambio y transformación social fue un régimen de representaciones que incidió en la construcción de sentidos e indujo a pautas de acción que operan en todos los órdenes de la realidad, tanto en sujetos individuales como colectivos. Se trata de un régimen de representaciones que incidió también en la focalización retrospectiva de la memoria, en las narrativas de futuro y en los relatos de la nación. Un imaginario político de transformación social implica, por ende, no solamente ideas, sino también, y de modo fundamental, construcción de sentido, representaciones, proyectos y un horizontes de cambio. Confluye con el concepto de visión de mundo, en la medida en que afecta a diversos comportamientos: individuales, políticos e intelectuales. El imaginario bipolar no solo incidió en destacadas figuras y en los partidos políticos, sino también en movimientos sociales e instituciones, como por ejemplo, en los militares (recuérdese la República socialista de Marmaduque), en el movimiento poblacional, en el gremio del magisterio en sus distintas etapas, en el movimiento femenino (recuérdese la creación del Movimiento Pro emancipación de la Mujer o Memch, en 1935 y su alianza con el Frente Popular), o en la Iglesia (recuérdese los Cristianos por el Socialismo, y los sectores católicos que en la década de los sesenta se autopercibían como agentes de cambio y revolución).

El imaginario bipolar de transformación de la sociedad incidió también en el campo intelectual, académico y artístico; en corrientes como el desarrollismo, la sociología de la dependencia, la teología de la liberación, el cooperativismo y la promoción de la educación popular, que fueron energizadas por uno u otro polo. También en fenómenos o movimientos artísticos como la generación literaria del 38, el muralismo de distintas brigadas, la nueva canción chilena, el cine transformador o la idea del artista comprometido, movimientos artísticos que se proponían en algunos casos transmitir lo que había sido ya preformulado desde la política.

Seguramente, teniendo en cuenta lo que viene, el imaginario bipolar que hemos recorrido,reaparecerá -en un contexto diferente- cuando se discuta una nueva constitución, oportunidad en que será necesario tener presente y meditar sobre las experiencias del pasado.


[1] Cristián Gazmuri, Patricia Arancibia y Alvaro Góngora, Eduardo Frei Montalva (1911-1982), Santiago de Chile, 1996

[2] Propuestas presentes en la candidatura en 1970 de Radomiro Tomic, del ala progresista de la democracia cristiana.

[3] En 1975, la Comisión Church emitió el Informe “CovertActions in Chile: 1970- 1973”, que documenta ampliamente la intervención de la CIA y del gobierno norteamericano con el objeto de desestabilizar al gobierno de la Unidad Popular.

[4] Armando Donoso, Conversaciones con don Arturo Alessandri Palma, Santiago de Chile, 1934.

[5] Bernardo SubercaseauxHistoria de las ideas y la cultura en Chile, Volumen III, Editorial Universitaria, 2014.

[6] “Últimas palabras”, en Salvador Allende. Obras escogidas, 1908-1973, Gonzalo Martner (compilador), Santiago de Chile, 1992.

[7] Armando Donoso, Conversaciones con Don Arturo Alessandri, Santiago de Chile, 1934. “Intervención parlamentaria. Cámara de Diputados. Sesión 8a . Miércoles 7 junio 1939”, en Salvador Allende. 1908-1973. Obras Escogidas, op.cit.

[8] El original dice “y excesiva”. El “aunque” es nuestro.

[9] Sergio Grez “Salvador Allende en la perspectiva histórica del movimiento popular chileno”Revista Universum Nº 19 Vol.2 :180 - 185, 2004.

[10] Gabriel Salazar, Conversaciones con Altamirano, Santiago de Chile, 2010. Sergio Grez, “Salvador Allende en la perspectiva histórica del movimiento popular chileno”, op. cit. Luis Moulian y Gloria Guerra, Eduardo Frei, Biografía de un estadista utópico, Santiago de Chile, 2000. Eduardo Frei Montalva, América Latina tiene un destino, Santiago de Chile, 1967.

Bernardo Subercaseaux Sommerhoff
Universidad de Chile

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