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Valparaíso en cuarentena. Por Rodrigo Pérez Jorquera

Ya se cumple una semana desde que, a nivel central, se tomó la decisión de decretar cuarentena obligatoria para las ciudades de Valparaíso, Viña del Mar y San Antonio. Frente a esto, cabe en primer lugar plantearnos la siguiente pregunta: ¿estábamos preparados?. Como comunidad era sintomático ver semana tras semana que las cifras de contagiados aumentaban, llegando al punto que eran sobre cien contagiados diarios en la región, cifra que siguió un par de semanas preocupándonos para que finalmente el 10 de junio sea decretada la cuarentena obligatoria con un total de 5.614 contagiados en total y un aumento diario de 223.

Estas cifras alarmarían a cualquiera, sin embargo, tuvimos que esperar unas cuantas semanas, ya que desde el 26 de mayo las cifras diarias de contagiados a nivel regional iban al alza. Sabemos que esta medida ha sido decantada de manera gradual hasta llegar a ella. Con todo, queda por cuestionarnos si el aislamiento social sea la única manera de contrarrestar los dañinos efectos de la actual emergencia sanitaria por la que estamos pasando a nivel global. Sabemos que por la arquitectura de Valparaíso, ciudad construida sobre un plano y montañas cuya cantidad de habitantes es exponencialmente mayor a la luz de la última emergencia sanitaria del siglo pasado, tiene escasas posibilidades, no nulas por cierto, de llevar a la práctica de forma efectiva.

Esto nos lleva a reflexionar como ciudadanos acerca de cómo impacta y seguirá impactando el confinamiento obligatorio en nuestra comuna. Son muchos los ámbitos, por no de decir todos, que se han visto alterados desde el comienzo del Estado de Excepción Constitucional de Catástrofe, decretado el 18 de marzo del presente año y que con la cuarentena se han agudizado: salud, trabajo, educación, familia, sociedad y bienestar en general. Siendo el eje central para el sustento de cada hogar el trabajo, algo preocupante es qué pasará con el comercio ambulante, que en un porcentaje no menor es de carácter informal y no por ello menos necesario. Vamos a cumplir una semana y todo apunta a que estas formas de realizar el comercio tendrán que reformularse a un modo digital, no habiendo otra salida puesto que la meta es reducir el riesgo de contagio mientras aún estamos a la espera de una cura oficial contra el Covid-19.

Otro aspecto no menor es lo que ocurre conjuntamente en materia de salud, educación y sociedad. Hemos visto que poco a poco se ha naturalizado la noción de lo “telemático” en nuestras vidas, esta suerte de ser y estar en distintos lugares, a la vez o incluso en distintos momentos repitiendo la misma combinación de hechos. El realizar labores a distancia, es algo que existe hace muchos años, sea en materia de salud, en especial en relación con la salud mental, hace mucho tiempo ya estaba la posibilidad de tener consultas psicológicas a distancia. En ese orden de ideas, viene luego preguntarnos por la educación a distancia. En esto como profesor de Estado puedo ver que ha sido todo un desafío y nuevo espacio de aprendizaje. Transformar el salón de clases en un espacio virtual y así lograr llevar una sesión común y corriente ha sido verdaderamente un desafío tanto para alumnos y profesores, no solo por lo heterogéneo que son los lugares y condiciones en que cada uno pueda tener acceso a internet, sino también por el desgaste adicional que implica llevar una clase frente a una pantalla para luego continuar en la misma pantalla en labores de investigación o participar en jornadas académicas, también de manera telemática o incluso que para distraernos tengamos que utilizar nuestros dispositivos para ver alguna película, o tener que conversar con amigos, siempre frente a la pantalla. Resulta un tanto inquietante que seguido de la ley de teletrabajo no haya surgido otra que estableciera los márgenes actuales de base para la tele-educación de hoy, es algo no menor y que precisa de regulación para así obtener mejores resultados, pensando que esta no será la última crisis sanitaria por la que cruce la humanidad, ni Chile en particular.

Esto por el lado profesional de la educación, luego tenemos otra arista que es el factor social y que debe ir de la mano con los anteriores. La cultura latinoamericana, y en particular la nuestra, es característica de un trato más cercano con las personas. Partiendo del modo en cómo saludamos hasta la forma en cómo dentro una comunidad pequeña nos preocupa saber del otro, sea esta una relación de familia, amistad o incluso de vecindad al momento de sacar a pasear una mascota. El estar todos los días en casa sin opción de comunicarse con otras personas presencialmente sino de manera virtual por redes sociales, ha llevado a su vez el surgimiento de diversas problemáticas propias de la particularidad de cada hogar. Suponiendo que nuestro estado actual no es normal, nuevamente planteo la pregunta ¿estábamos preparados? Puede ser que la lucha contra el Coronavirus ya está en el ADN de todos nosotros, sin embargo, nos preocupa que en esta “lucha” los costos sean mayores que los beneficios y terminemos al final de esta crisis habiendo restringido gran parte, o quizás todas, nuestras libertades fundamentales, normalizando tantas cosas, al punto que incluso lleguemos a encontrar normal la hipervigilancia permitiendo a alguna aplicación en nuestros teléfonos móviles el monitorear todos nuestros movimientos. ¿Estamos realmente preparados para todo esto?

Prof. Lic. Ph.D. Rodrigo Pérez Jorquera

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