Ya no es ninguna sorpresa ni novedad la conclusión anual acerca de los resultados de las pruebas de acceso a la universidad. Los datos siguen y seguirán arrojando señales de desigualdad social, además de la obvia inequidad en las oportunidades para acceder a la educación superior. Sigue siendo posible ubicar y predecir geográficamente dónde están los resultados más favorables, considerando el capital económico, social y cultural de los diferentes sectores de la ciudad.
Considerando lo anterior, me gustaría posicionar la discusión en torno a las expectativas de la juventud acerca de su propia formación. Sabemos sus resultados, pero no necesariamente su proyecto de vida, ni mucho menos si realmente pueden formular uno. Qué es, finalmente, eso que llamamos vocación.
Etimológicamente, la vocación refiere a un llamado, sentirse convocada o convocado, tener una inclinación ante una carrera o profesión, en este caso. Sin embargo, los resultados discutidos cada año permiten observar que la decisión de seleccionar una carrera universitaria no es tan propia como parece. La famosa libertad de elegir que pregona el modelo económico neoliberal no sería capaz de soportar aquello, en su afán de mantener el status quo mediante la instalación del mito de la meritocracia. En otras palabras, los cupos de las diversas carreras están reservados para quienes pueden ocupar su lugar. El resto de las personas se catalogan como los que no lo lograron, porque no se esforzaron lo suficiente, o no tienen la capacidad financiera para elegir un programa sin adjudicarse beneficios estatales. No es raro, por lo tanto, que los aspirantes decidan su carrera profesional una vez que tienen el puntaje de las pruebas estandarizadas en sus manos. La vocación, entonces, sería destinada a la carrera que les alcanza.
La expectativa de la juventud sobre lo que quiere estudiar la atraviesa su capacidad de financiamiento, necesidades familiares, la presión social ante la obligación de tener un título profesional cuanto antes, incluso la lucha de las universidades y su millonaria publicidad para hacer visible su oferta académica, además de la oportunidad de conocer el ecosistema profesional en el mundo capitalista contemporáneo. La pregunta “¿para qué estudiar?” activa una secuencia de percepciones compartidas con grupos sociales directos (familias, comunidades escolares, entorno directo), y un sentido de urgencia por ingresar a la alta competitividad del medio laboral. La fría realidad me permite pensar en dos posibles macro respuestas, que eventualmente se ramifican en categorías de casos específicos, de acuerdo con la diversidad de contextos: mantener un status o salir del actual. Frente a esta dinámica, por supuesto, la oferta académica se acota violentamente.
Ahora bien, si nos permitimos mirar la tendencia de la publicidad de las casas de estudio, nos encontramos con la paradójica idea de que la vocación es connotada como pasión. Las representaciones, no sólo textuales, sino visuales, sonoras e infraestructurales que derivan de esta acepción, interpelan la capacidad de elección, de acuerdo con lo atractiva que puede ser una oferta académica, considerando la capacidad de inversión que tiene una Universidad para competir por los aspirantes.
Si aceptamos que la construcción de las expectativas de la educación superior es la consecuencia del funcionamiento de estos significados, ¿quién podría guiar la decisión sin encontrarse con una serie de piedras en el camino? Quizás otra persona con vocación de servicio, capaz de visibilizar los factores que inciden en la entrada del círculo. En cualquier caso, sería necesario saber hacia dónde se dirige el esfuerzo, idealmente mientras se realiza la preparación de las pruebas de acceso. El preuniversitario, dentro de esta ecuación, termina siendo un deber en la trayectoria formativa de un estudiante secundario. Un lujo que no todos los estudiantes pueden sostener.
En conclusión, parece que la vocación es una especie de resiliencia frente al desarrollo de identidad profesional, condicionada por la posición en la estructura social, económica, política y cultural de un lugar y tiempo determinados. Es un llamado a resistir las injusticias de la sociedad. Cada joven podrá resistir más o menos, de acuerdo con una serie de características y valores sobre los aportes en un mundo reinado por la competitividad y la hiperinformación.
Camilo Arredondo Castillo, músico y Jefe de carrera de Pedagogía en Educación Artística UCSH