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¿Y dónde está la DC? Por Tomás Reyes Sepúlveda

Reflexionar sobre la DC no es una tarea fácil. Fue el conglomerado insigne de la política nacional en los 60’s que, en el marco del camino del partido único, logró situarse como una alternativa de centro, socialcristiana y con convicciones respecto a la promoción popular. “No cambiaré una coma de mi programa ni por un millón de votos”, afirmaba el entonces abanderado Eduardo Frei Montalva. Su posición política en el centro le ha permitido codearse tanto con la derecha como con la izquierda, siendo el periodo de la UP el mayor ejemplo de esta situación. Al igual que la mayoría de los partidos, fue silenciado por la dictadura y resurgió liderando la Transición desde mediados de los 80’s, impulsando plataformas multipartidistas en aras de la democracia. Este liderazgo le permitió administrar el país en el primer decenio de la Transición y, posteriormente, apoyar a los gobiernos concertacionistas desde los ministerios y el Congreso.

Sin embargo, tras el desgaste de la Concertación, la flecha roja de la DC ha ido a la baja en términos político-electorales, marcado por debates internos en su militancia y por pugnas directivas en la directiva. Esto se agudizó con la concreción de la Nueva Mayoría y la respectiva inclusión del PC a la coalición, puesto que, históricamente, la DC ha sido reacia a participar y colaborar activamente con el comunismo, más aún si recordamos la ácida crítica del sector a la administración concertacionista durante los veinte años que ésta gobernó. La cuestión comunista ha sido un tema inherente a la identidad demócrata cristiana.

A pesar de aquello, su marca siguió latente en el devenir político nacional, participando activamente en ministerios y manteniendo -pese al descenso nominal- una buena cuota de representantes en el Congreso, aunque muy lejanos a la época de oro del partido. Sin embargo, este relato se ha quebrado con el gobierno frenteamplista de Gabriel Boric, el cual -ya alejado de los grandes proyectos de transformación- planteó un giro concertacionista, materializado por el cambio de gabinete que incluyó al PPD y al PS, mas no a la DC.

En efecto, el peso político del conglomerado no solo quedó opacado por sus otrora aliados, sino que su descenso fue reafirmado por los resultados de las elecciones del domingo pasado, donde marcó un 3,78% en tanto partido y un 8,95% en tanto pacto (acompañado por el PR y el PPD). Estas ínfimas cifras condicionan el futuro del partido, tanto en cuanto a su existencia como a su influencia en el devenir político del país. Pese a ello, al calor del auge conservador, hace unos días el propio oficialismo fue a la sede de la DC a fin de labrar un nuevo bloque que actúe como oposición al poderío republicano y un futuro gobierno de José Antonio Kast. A pesar de la fuga masiva de militantes y la asunción de nuevos conglomerados que vienen a disputar el centro político, como Amarillos por Chile y Demócratas, la marca de la DC sigue latente en el juego político nacional. Al parecer, no es necesaria una actualización de su visión de mundo ni de su identidad para marcar la pauta de una gobernabilidad posdictatorial que, increíblemente, sigue requiriendo a la DC.

Tomás Reyes Sepúlveda
Observatorio de Historia Reciente de Chile y América Latina, UDP.

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