Con 6.400 militares muertos cada día, y una cantidad similar de civiles, la Primera Guerra Mundial fue una de las más mortíferas de la historia. Para resistir esa situación los soldados franceses se refugiaban en el alcohol, con la venia de la jerarquía, que se preocupaba que nunca les faltara el vino, el famoso “pinard”, que llegó a tener el estatuto de “bebida patriótica”.
“Entre todas las vituallas que se enviaba al ejército durante la guerra, el vino era sin duda la más esperada, la más apreciada por el soldado. Con tal de conseguir tintorro, los peludos enfrentaban los peligros, desafiaban los obuses, eludían a los gendarmes. Aprovisionarse de vino adquiría para él una importancia casi igual a aprovisionarse de municiones. El vino ha sido, para el combatiente, el estimulante benefactor de sus fuerzas anímicas tanto como físicas. Por eso, a su manera, contribuyó ampliamente a la victoria.”
El homenaje que aquí se rinde al vino, en un libro publicitario editado diecisiete años después del final de la primera guerra mundial, no tiene entonces nada de anodino. A modo de epígrafe de un opúsculo maravillosamente ilustrado por Raoul Dufy, el breve texto lleva la firma de Philippe Pétain, cuyo nombre, en aquel entonces, resuena como el de un héroe nacional. Pero detrás de esas palabras teñidas de cierto lirismo, se encubre una realidad infinitamente más violenta: la de la vida diaria de millones de hombres hundidos en el corazón de una conflagración sin precedentes y para quienes el “tintorro” jugó un papel esencial...
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