Un inmigrante judío bávaro, Marcus Goldman, luego asociado a su yerno, Samuel Sachs, echó las bases en 1869, en Nueva York, de lo que con el correr del tiempo se convertiría en uno de los bancos más poderosos del mundo. Guiado durante su larga etapa fundacional y de consolidación por los principios tradicionales de la gestión financiera –prudencia, sensatez, apuesta por el largo plazo y respeto a la palabra empeñada–, con la orgía desreguladora desatada en la década de 1980 Goldman Sachs multiplicó sus beneficios de manera asombrosa, mientras se entregaba con desenfreno a las formas más extremas de la especulación, hacía añicos sus antiguos mandamientos morales e incursionaba en todo tipo de negocios oscuros, hasta convertirse en uno de los mayores taumaturgos del actual cataclismo económico mundial.
El 15 de julio pasado el Senado estadounidense aprobó lo que se ha convenido en llamar “la más amplia reforma del sector financiero estadounidense jamás operada desde la Gran Depresión”. La ley, más modesta que el proyecto inicial de Barack Obama, representa un éxito político del Presidente quien, tomando la delantera frente a un lobby bancario debilitado por la crisis, también supo aprovechar el affaire Goldman Sachs, con su contenido de revelaciones sobre los usos y costumbres de Wall Street...
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