El 8 de diciembre de 1991, tres presidentes se encontraban, como conspiradores, en un coto de caza perdido en el último confín del bosque bielorruso. Sin mandato, ni de su república ni de otras repúblicas, el ruso Boris Yeltsin, el ucraniano Leonid Kravchuk y el bielorruso Stanislau Shushkevitch firmaban los acuerdos llamados de Minsk, que disolvían la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) al 31 de diciembre de 1991, y la remplazaban por la Comunidad de Estados Independientes (CEI). Las doce otras repúblicas confederadas que entonces constituían la URSS estaban invitadas a adherirse a ella.
Las tomaron desprevenidas: aunque la mayoría hablaba desde hacía meses de “soberanía”, con excepción de las repúblicas bálticas, ninguna había considerado una independencia total. El impacto se sintió particularmente en Asia Central y en el Cáucaso, con excepción de Georgia. En cuanto al presidente kazajo Nursultan Nazarbayev, consideró inadmisible que una decisión semejante hubiera sido tomada en ausencia de un representante del segundo país más grande de la URSS. Su indignación recordó a los tres presidentes mencionados que la Unión Soviética no se limitaba al mundo eslavo...
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