Las crisis representan, siempre que son verdaderas, una oportunidad. Estas no son en sí mismas algo deseables, ni menos un punto de llegada. Las crisis representan la maduración de una realidad que interpela a la sociedad entera para disputar lo que vendrá luego de ésta. Es un momento de tensión que convoca a hombres y mujeres para actuar, acorde a sus principios, en la resolución de la crisis misma. Y esto es importante decirlo, ya que nadie medianamente sincero podría negar que hoy muchos elementos constitutivos de nuestra sociedad pasan por una notable crisis, ya sea esta en el plano de nuestra educación, de nuestro sistema tributario y, sobre todo, en el plano de nuestra institucionalidad política, entre otras cosas más.
Ahora bien, todas estas dimensiones actualmente en crisis conservan un elemento común. Todas ellas, sin excepción, fueron intervenidas y reorientadas de manera sistemática por las máximas neoliberales en los momentos más escabrosos de la dictadura en nuestro país. De lo que damos cuenta, entonces, es de claras expresiones de crisis del neoliberalismo en Chile, el cual había enorgullecido -y aún enorgullece- a los más rancios acumuladores de riquezas que anunciaron con bombos y platillos la victoria inapelable del modelo instalado. Nos dijeron que la historia había terminado, pero los porfiados hechos les están enrostrando otra cosa...
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