Ideólogo prolífico, trabajador empedernido, unificador carismático, Mehdi Ben Barka no podía desaparecer tan fácilmente. Al menos, no en las conciencias de generaciones de militantes.
La muerte del opositor marroquí no podía borrar la vida de una figura fundamental e intachable del movimiento antiimperialista, víctima de uno de los crímenes políticos más significativos del siglo XX.
El hombre secuestrado en París el 29 de octubre de 1965, aquel que el poder colonial francés calificaba de “temible agitador”, sigue hasta el día de hoy gravitando en el tablero político del Reino de los jerifes. Única fuerza opositora hasta mediados de los años 80, la izquierda marroquí estuvo largamente dividida entre los defensores de una “revolución democrática” y los de “la opción revolucionaria”. La memoria de Ben Barka trazaba un guión entre esas dos tendencias, pero también fue objeto de una disputa de apropiación. La acogida de los miembros de su familia o de su abogado Maurice Butin, así como los mensajes de su hijo Bachir, siguen constituyendo una cuestión simbólica, para los socialistas marroquíes que se definen como los “derechohabientes” de la herencia política e intelectual de quien fue el interlocutor de Gamal Abdel Nasser, Mao Zedong, Ahed Ben Bella, Kenneth Kaunda o Ernesto “Che” Guevara...
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