Durante mucho tiempo los graffitis, pinturas murales y otras intervenciones callejeras fueron vilipendiadas, pero en los últimos años han adquirido un nuevo estatus, un reconocimiento oficial. Algunos artistas se han incorporado al sistema y otros siguen actuando en los márgenes, rechazando toda recuperación.
“Ni siquiera me dolió”, exclama el afiche pegado a las paredes, que reproduce el famoso “Beso del Hôtel de Ville” fotografiado por Robert Doisneau en los años cincuenta. Salvo que dos manchas rojo sangre salpican ahora la imagen icónica de esa juventud despreocupada y feliz. Desde los atentados del 13 de noviembre de 2015, graffitis, stencils, collages, cerámicas y fotografías invadieron los alrededores del Bataclan, en el distrito once de París. Fachadas, paradas de autobús, carteles de señalización: ningún espacio fue olvidado. Con letras blancas sobre fondo negro, la divisa histórica de París, “Fluctuat nec mergitur”, (“Flota pero no se hunde”), fue incluso pintada con aerosol sobre la valla de una obra por un colectivo de graffiteros local, el Grim Team.
Una vez más, las paredes muestran esas voces que dejaron de oírse. Una constante en el medio urbano. Si los pinceles anchos y chatos tan apreciados por la Sûreté bajo la Tercera República para tapar inscripciones y dibujos sediciosos desaparecieron, los graffitis permanecen. Más aun, hoy conquistan hasta los muros virtuales de las redes sociales…
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