Ícono pop y glamour de la cultura moderna, el personaje de James Bond fue creado por Ian Fleming en 1953, en Goldeneye, su residencia jamaiquina. Periodista de la agencia de prensa Reuters, luego cambista de un banco de inversiones, Fleming, nacido en 1908, fue reclutado por el servicio de inteligencia británico durante la Segunda Guerra Mundial. Inspirándose en su propia experiencia como agente de enlace se lanzaría luego a escribir novelas de espionaje. Escrita en dos meses y publicada por un editor londinense, Casino Royale, primer episodio literario de la saga, fue adaptada para la televisión estadounidense por el canal CBS en 1954, con el actor Barry Nelson, luego adaptada para el cine en 1967 en una parodia firmada por John Huston con el dúo David Niven/Peter Sellers, y finalmente en el vigesimoprimer film de la saga en 2006, que relanzó la serie con Daniel Craig, a la fecha el último actor en el papel protagónico.
La novela Casino Royale presenta al personaje de 007, agente secreto del MI6, el servicio de inteligencia británico -algunos años más tarde, John Le Carré también instalará allí a sus espías, pero en un estilo totalmente distinto…-. Para crear a su héroe, Fleming se inspira en dos géneros tradicionales. Por un lado, la investigación policial estadounidense del período de entreguerras, el relato hard-boiled de detective privado “duro de roer”, del cual El halcón maltés (1930) de Dashiel Hammett es el primer modelo. Por otro lado, la novela de aventuras geopolíticas inglesa, que, como Los treinta y nueve escalones (1915) de John Buchan, disfruta evocando la amenaza que ejercen sobre el país los complots de peligrosas sociedades secretas. Con doce novelas y dos compilaciones de nouvelles, Fleming va a imponer a su (súper) héroe, aventurero sin miedo y seductor irresistible.
James Bond tiene todo para conformar el símbolo perfecto de la Gran Albión, desde el punto de vista de la upper class (“clase alta”). Ex alumno del colegio Eton, escuela de la elite fundada por el rey Enrique VI, tiene el grado de Commander de la Navy (Marina) y posee el título de Caballero de la Orden Militar de San Miguel y San Jorge. La película Al servicio secreto de Su Majestad revela su escudo de armas: desciende del baronet de Peckham, sir Thomas Bond, muerto en 1734, y su divisa familiar en latín es Orbis non sufficit, “El mundo no alcanza”. Su nombre es un collage entre Bond Street, calle de la alta costura y de las galerías de arte de Londres, y de St James’s Street, en Piccadilly, que cuenta con el club de gentlemen más antiguo de la capital.
La primera escena en la que aparece en la pantalla en El satánico Dr. No transcurre en el Círculo de los Embajadores, un salón de juegos privado de Londres. Chic y desenvuelto, moviéndose entre los dispositivos tecnológicos y los efectos especiales, el esmoquin siempre impecable, Bond parece un cliché inalterable, mundano y jugador. Sin embargo, cada uno de sus intérpretes le aporta su toque personal, ligado a su propio recorrido: así, con el escocés Sean Connery, surgido de la clase obrera, primero marinero, luego repartidor o albañil, 007 representa el éxito y el triunfo. A la inversa, el inglés Roger Moore adopta el estilo aristocrático. Su humor excéntrico pone en ridículo el espíritu de los serios, se burla de sí mismo y de las convenciones. El galés Timothy Dalton americaniza el personaje. Su 007 corresponde a los códigos del liberalismo económico y a la globalización de los años 1980… En cuanto al último intérprete, Daniel Craig, conjuga proezas físicas y melancolía inédita, para un héroe sombrío y frágil… Pero en todas sus variantes, Bond es la personificación de la integridad del sujeto británico y de la lealtad hacia la Corona.
Pérdida de influencia
En sus misiones despliega a menudo la Union Jack (la bandera del Reino Unido): en un paracaídas en La espía que me amó, en un (…)
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