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Belgrado y Pristina instados a llegar a un acuerdo

En Kosovo, dos naciones espalda contra espalda

La guerra de Ucrania presiona a Occidente para encontrar un estatuto menos precario para Kosovo. El acuerdo alcanzado el 18 de marzo entre su primer ministro y el presidente de Serbia debería conducir a una “normalización”. Pero, presentado como un “soberanista de izquierda” cuando fue elegido en 2021, Albin Kurti ha reavivado un conflicto ya muy arraigado.

El 17 de febrero de 2023 fue un día de fiesta en Pristina—Prishtinë para miles de albaneses de Kosovo que convergieron en el bulevar Madre Teresa, la arteria central peatonal de la capital. Desde abuelos con boina hasta niños pequeños con sus mejores ropas, muchas familias fueron a celebrar los 15 años de la “independencia” de lo que fue una provincia autónoma de Serbia en tiempos de la Yugoslavia titista. En el estrado, el primer ministro Albin Kurti dedicó la mayor parte de su discurso a elogiar a las fuerzas de seguridad, cuyo presupuesto aumentó un 52% el año pasado y un 20% este año. Tras el desfile de soldados y policías, continuó un acto genuinamente popular donde se repartieron dulces, con bailes balcánicos y conciertos improvisados hasta altas horas de la noche. Sin embargo, solamente la comunidad albanesa festejó.

Varias escenas muestran el carácter singular del acontecimiento y de este país de casi 1,7 millones de habitantes. Vehículos, edificios y calles se engalanaron con la bandera oficial, inventada en 2008 en los tonos de la bandera de la Unión Europea, pero en todas partes dominaba el águila bicéfala negra sobre fondo rojo: la insignia de la vecina Albania. El estrado oficial acogió al gobierno y al cuerpo diplomático, pero solamente dos personalidades extranjeras hicieron el viaje: la vicepresidenta de Bulgaria y el presidente albanés. Aunque más de cien países reconocen a Kosovo, no es el caso de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), ni de grandes países como China y Rusia, ni cinco miembros de la Unión Europea (España, Eslovaquia, Chipre, Grecia y Rumanía), ni muchos países “no alineados”.

Encima del estrado oficial, una enorme foto de Ibrahim Rugova (1944-2006), fundador de la Liga Democrática de Kosovo (LDK), recordaba la larga resistencia no violenta y el coraje de este intelectual de la política durante la década de opresión que siguió a la llegada al poder en Belgrado del nacionalista serbio Slobodan Milošević en 1989. Pero en todas partes, el mismo eslogan “Liria ka emër: UÇK” (“La libertad tiene un nombre: UÇK [Ejército de Liberación de Kosovo]”). Sin embargo, los abusos de esta milicia contra las minorías o los albaneses moderados de la LDK durante la guerra de 1999 entre serbios y albaneses (1) y los años siguientes están bien documentados. Aun más inquietante: los retratos gigantes de Hashim Thaçi y Kadri Veseli en el bulevar. Estos dos líderes del UÇK ocuparon los más altos cargos del nuevo Estado: primer ministro y luego presidente el primero, jefe de los servicios secretos y luego presidente de la Asamblea el segundo. Tuvieron que dejar sus cargos en abril de 2020 para ser detenidos en La Haya (Países Bajos), donde están siendo procesados por crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra cometidos entre 1998 y 2000. Las cámaras especializadas para Kosovo –una estructura ad hoc de la justicia penal internacional– deben examinar a partir de este mes de abril las denuncias de 137 familias de víctimas y las pruebas.

En ocasión de esta celebración y de las negociaciones determinantes en curso con Serbia para la normalización de las relaciones, las autoridades despliegan sin descanso su relato, que recoge la prensa occidental: “Kosovo es la ‘success- story’ de una intervención internacional –afirma la ministra de Relaciones Exteriores, Donika Gërvalla-Schwarz–. Del otro lado está Serbia, que es el ‘apoderado’ de Rusia”. La alianza del partido liberal de Gërvalla-Schwarz, Guxo! (¡Atrevete!), con el movimiento soberanista de izquierda Vetëvendosje! (¡Autodeterminación! o VV) triunfó en las elecciones legislativas de febrero de 2021. Esto le dio confianza en las negociaciones con Belgrado: “Tenemos el apoyo de la población, con más del 50% de los votos en las elecciones. Nunca habrá tanta estabilidad política y un gobierno tan dispuesto no solamente a hablar, sino también a lograr un resultado. Los hechos están ahí: la República de Kosovo es un Estado soberano. No estamos discutiendo nuestro estatus, sino la normalización de nuestras relaciones”.

Los incidentes graves se multiplican

Al salir de la capital, se respiran las finas partículas de las dos centrales eléctricas de carbón de Obilić, que suministran electricidad al país y hacen de Pristina una de las metrópolis más contaminadas de Europa. El paisaje urbano está asolado por anuncios y carteles gigantes hasta la antigua ciudad industrial de Mitrovica. Dos días antes, los habitantes del norte de esta ciudad celebraban una fiesta muy diferente: el Día del Estado, que conmemora el levantamiento de 1804 contra la ocupación otomana. En los cuatro municipios del norte de Kosovo, una población predominantemente serbia vive en estrecho contacto con la Serbia fronteriza, a la que considera su país. Aquí, el serbio se habla en la administración y en las calles, las escuelas y los servicios de salud dependen de Belgrado, y la gente sigue pagando en dinares –los albaneses de Kosovo utilizan el euro–. En esta antigua ciudad obrera, cerca del moribundo complejo minero de Trepča, las calles están cubiertas de colores serbios hasta el Río Ibar, que divide la ciudad en dos. Para llegar a la orilla sur, poblada mayoritariamente por albaneses y llamada Mitrovicë, el puente principal permanece cerrado al tráfico de automóviles. Está custodiado por carabinieri italianos de la Fuerza de Mantenimiento de la Paz en Kosovo (KFOR), que cuenta actualmente con 3.700 soldados de 27 países.

Estas tropas se desplegaron tras la adopción de la resolución 1244 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el 10 de junio de 1999, después de dos meses de bombardeos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte destinados –sin mandato alguno– a conseguir que el presidente Milošević abandonara la lucha armada contra la insurgencia independentista de los albaneses. Una vez retiradas las fuerzas yugoslavas, la ONU autorizó el despliegue de “presencias internacionales civiles y de seguridad con equipos y personal adecuados”, que incluían principalmente soldados occidentales bajo el mando de la OTAN, pero también ucranianos y rusos hasta 2003. Al tiempo que pedía una “autonomía sustancial y una auténtica autoadministración en Kosovo”, el Consejo de Seguridad reafirmaba “el compromiso de todos los Estados miembros con la soberanía y la integridad territorial de la República Federal de Yugoslavia”. Lejos de ser desarmado como preveía esta resolución, el UÇK tomó el control del país con la ayuda de fuerzas especiales británicas y estadounidenses, y luego tomó las riendas de un Estado en construcción que declaró su independencia en 2008.

“La diferencia entre 1999 y la actualidad es que no hay un conflicto abierto entre los pueblos serbio y albanés. Pero el pueblo serbio sufre violencia institucional, la desconfianza alcanza nuevas dimensiones”, afirma Igor Simić, vicepresidente de Srpska Lista (La Lista Serbia), que ocupa los diez escaños reservados a los (...)

Artículo completo: 3 796 palabras.

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Philippe Descamps y Ana Otasević

De la redacción de Le Monde diplomatique (París) y periodista, respectivamente.

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