Las democracias de la abstención

Minimizada, la alta tasa de abstención que registraron los comicios para representantes europeos el pasado mes de junio, constituye sin embargo un dato central de las elecciones en los países democráticos occidentales. El desinterés electoral concierne particularmente a las clases populares. Del 59,5% en Francia al 75,5% en Polonia, este fenómeno creciente pone en cuestión las bases mismas del sufragio universal.

Domingo 7 de junio de 2009, en la mesa electoral. Son las catorce horas. Y sólo hay tres electores: un viejo señor de traje y corbata y dos señoras de cabello blanco muy bien peinadas. Una de ellas parece confundida por las boletas. En esta región de Francia hay 24 listas. Tratando de ayudarla, el presidente de mesa le explica que basta con tomar dos boletas para entrar en el cuarto oscuro. Ella toma tres. La impresión es que asistimos a un ritual un poco anticuado del que todavía participan algunos adeptos: el sufragio universal.

La institución se ha vuelto incierta, como en sus comienzos en 1848 cuando, adoptada para poner término a la insurrección parisina de febrero, sus promotores se preguntaban si los hombres –ya que en ese entonces se trataba sólo de ellos– irían a votar, y si lo harían en orden. En efecto, ¿qué razones tendrían para dejar sus trabajos y sus pueblos para designar representantes para un Parlamento lejano? ¿Cómo reaccionaría ese pueblo que acababa de tomar las armas, y cuya multitud volvería a reconstituirse en torno a las mesas de votación? Con sólo algunos miles de electores, las anteriores elecciones censitarias movilizaban casi nada y suscitaban violentas riñas. Entonces, la instauración del sufragio universal parecía entrañar muchos peligros… Pero con más del 80% de participación y menos trastornos de los previstos, la votación fue un éxito, que desencadenó el entusiasmo de los contemporáneos...