Música virtual, dinero real

Según la Federación Internacional de la Industria Fonográfica (IFPI, del inglés International Federation of the Phonographic Industry), en 2014, el volumen de facturación mundial de la música (15.000 millones de dólares) se repartía equitativamente entre el mercado digital y las ventas físicas. Si la descarga legal sigue bajando (– 8%), el crecimiento del streaming (la escucha en línea, “en flujo”, por oposición a la descarga) genera vértigo: los ingresos por suscripciones se multiplicaron por seis en cinco años, para alcanzar los 1.600 millones de dólares el año pasado. Por su parte, el Sindicato Nacional de la Edición Fonográfica (SNEP, por sus siglas en francés) indica que Francia cuenta con dos millones de suscritos a una plataforma de streaming de audio, es decir, un aumento del 39% en un solo año. Estas cifras iluminan el horizonte de una industria musical que declinaba peligrosamente. Falta saber a quién beneficia realmente esta redistribución de las cartas.

Si la escucha en línea adquirió tal amplitud es, en gran medida, gracias al espectacular auge de las ventas de smartphones con los que dos tercios de la población francesa está equipada. Todos los operadores telefónicos están asociados a plataformas de streaming a través de abonos que incluyen suscripciones a esos sitios. Este aumento también se vincula con la mejora de servicios muy frecuentados, como Spotify y Deezer. Por 9,99 euros por mes, el internauta dispone de un acceso ilimitado a enormes catálogos, con una calidad de escucha conveniente y un trabajo editorial serio sobre las obras y los artistas (entrevistas, crónicas, etc.). De ahora en más, uno se suscribe a la música como a la electricidad; basta con activar el interruptor virtual para acceder a varios millones de temas musicales. De esta manera, el francés Deezer, líder del mercado nacional y presente en otros ciento ochenta países, propone treinta y cinco millones de títulos...