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Ciudadanos al rescate de estafadores

Nacionalizar la banca

Al cabo de décadas de un laissez faire delincuencial, la banca mundial se encuentra en bancarrota y reclama el auxilio de los Estados. Los remedios que se ensayan para resolver la crisis son tradicionales: usar el dinero de los contribuyentes para resolver los problemas (las estafas, serían mejor decir) de los banqueros. Pero ¿no debería el Estado quedarse con los bancos?

La enfermedad que carcome a las finanzas está afectando a la médula del sistema, la economía mundial. Cuando un banco se desmorona, otro lo compra, garantizando así que el Estado acuda en su rescate, ya que habrá devenido too big to fail (demasiado grande para dejarlo quebrar).

En todas partes, con el cuchillo en la garganta y de manera precipitada, los contribuyentes desembolsan miles de millones de dólares para socorrer a las instituciones financieras. Sin embargo, nadie sabe aún cuántos «activos tóxicos» siguen guardando en sus entrañas ni cuánto va a ser necesario seguir pagando para comprarlos.

En otros tiempos, la profesión de banquero parecía fácil. Tomar dinero al 3%, prestarlo al 6% y luego ir a jugar al golf. Ese oficio no necesitaba de un batallón de matemáticos armado de modelos econométricos. Pero en los años ’80 del siglo pasado todo cambió. La «diversificación», la «toma de riesgo», la «liberalización», se pusieron a la orden del día. La ley de 1933 que prohibía a los bancos invertir en la Bolsa, esa antigualla heredada del New Deal, fue abolida en el estruendo alegre de la nueva economía.

De acuerdo con la modernidad, los bancos cesaron de depender de la confianza de sus ahorristas (1) y se lanzaron a invertir en nuevos productos «derivados», a partir de créditos que ellos mismos habían titularizado… Los propios banqueros puede que no hayan comprendido la complejidad del tema (haría falta un manual de 150 páginas), pero supieron muy bien cuánto les hacía ganar tanta innovación. Prestar cada vez más, de manera opaca y poniendo cada vez menos fondos propios en riesgo, eso (...)

Artículo completo: 812 palabras.

Texto completo en la edición impresa del mes de abril 2009
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Serge Halimi

Director de Le Monde diplomatique, París.

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