Los territorios son habitados por personas que portan identidades en el mundo de la vida, entendido como aquel espacio donde los/las sujetos/as viven, piensan, actúan y construyen sentido intersubjetivamente, lo que le otorga un significado y comprensión sobre sus actos, vivencias y pensamientos, lo que experimentan como realidad en sus vidas cotidianas (Husserl, 2008; Agüero, 2018). Estos territorios, producto de su historicidad despliegan posibilidades de constituirse en espacios sociales, geográficos y humanos, por tanto, excede con creces la cartografía física, para trasladarse discursivamente, hacia praxis cargadas de contenido, formas, experiencias y sentidos. Un dispositivo central que opera en el territorio es la participación que, en perspectiva de la democracia refiere a la acción colectiva con responsabilidad social, aportando a la dinamización de los territorios activos que amplifica voces ético-políticas, entendidas como acciones con opciones y posicionamientos ideológico-valóricos, articuladas de conocimiento, prácticas, experiencias y expresiones que agregan valor y fuerza a lo vivido.
Las voces y su acción surgen frente a las experiencias vividas y habitadas, es por ello, que se observan voces que presentan una discursiva frente a su habitar en territorios favorecidos en cuanto a la integración social con privilegios adosados, pero también se visualizan voces que se levantan para dar cuenta de territorios segregados, explotados, extractivados no solo en sus espacios materiales, sino incluso en sus sueños por promesas de discursividades políticas partidistas que buscan capitalizar el sufragio, para luego olvidarles. Estos territorios los entendemos como zonas de sacrificio, donde, desde una verticalidad extractivista se ha desoído, desobedecido e incumplido la promesa de la inclusión y la integración mediante la participación efectiva.
Precisamente son estas últimas voces, de aquellos que habitan las zonas de sacrificio, las que se han levantado, poblando los espacios de demandas o reclamaciones, articulándose en una sociedad civil que se materializa y se torna viva en los movimientos sociales o colectivos para exigir de acuerdo con las necesidades sentidas de la ciudadanía. Sus lenguajes se pueblan de palabras, signos y manifestaciones que, desde lógicas contestatarias, tratan de develar formas otras de abordar los problemas sociales, basadas en la experiencia, el aprendizaje cotidiano y en las prácticas del hacer colectivo, las que transcurren en carriles diferentes y muchas veces paralelos a los métodos formales e institucionales, tanto en lo ideológico como en sus praxis.
Es en esta forma, que en último tiempo surgen y se visibilizan los fenómenos sociales emergentes, los que recirculan en circuitos epocales, en los que aparecen, reaparecen y explotan cuando la ciudadanía se organiza a través de distintos medios para amplificar las demandas ciudadanas. Es una organización que pareciera a veces dormida, pero que se mantiene imbricada en los espacios cotidianos como si fuese un entramado tejido en los circuitos circulares de la política y de las políticas públicas, juntando sentidos, pertenencias y cobrando fuerza, para hacerse presente con sus reivindicaciones como un gatillante para instalar sus demandas y deudas históricas en la agenda pública por medio de los movimientos sociales.
Las expectativas de esta fuerza viva, que se apropia de sus territorios y habita en sus prácticas, hacen referencia a políticas públicas universales en perspectiva de derechos. Lo anterior se excluye de la lógica que desde los años ochenta en adelante opera, sustentada en una racionalidad economicista, a través de políticas sociales hiper focalizadas en lógica de inclusión –exclusión y de corte principalmente asistencial. Pensar en lógica de derechos no solo implica abordar derechos redistributivos, sino que considera tener el norte de la justicia social, en donde los derechos de reconocimiento y representación (Fraser, 2008), permiten hacer visibles a las identidades que se han invisibilizado y deje escuchar su voz en el espacio público
Desde nuestra perspectiva podemos señalar que lo social se pronuncia en proclamas sociales y políticas que expresan las demandas de la sociedad civil, proceso que comienza a articularse lentamente y a veces sin mucha visibilidad, pero que terminan emergiendo con fuerza por hartazgo, debido a la falta de respuestas desde la clase política y del ejecutivo, es decir, explotan por saturación. Así lo expresa claramente la frase que fue muy citada al inicio del estallido social y que precisamente ilustra lo anterior “No son 30 pesos, son 30 años”, refiriéndose a treinta años de incumplimiento de promesas respecto a respuestas dignas en clave de garantización de derechos. Estos movimientos sociales, que emergen desde los territorios habitados son múltiples y de diversos tipos, articulándose de manera horizontal en base a valores y experiencia comunes y en una lógica distinta a la institucionalidad formal. Participan espacios, comunicacionales, educativos, culturales y sociales que provocan efectos multiplicadores, sumado a voces simultáneas que excede el territorio geográfico y se instala en los territorios simbólicos compartidos como una convención implícita. Surge entonces de esa articulación la conciencia de que habitar espacios públicos es una manera de hacer visible ese tejido invisible, que se conforma en un cuerpo colectivo con una sola voz donde muchas voces confluyen al apropiarse de un espacio común y propio de la sociedad civil. Habitar el espacio público de manera compartida permite construir participación de manera más global, abierta y simbólica. Otorga la posibilidad material de derribar algunos paradigmas estructurantes y crear otros acuerdos, nuevos tratos, en que dialoguen ideologías y esperanzas comunes.
La participación en ese sentido se transforma en un imperativo ético, en una necesidad y en un legado donde prácticas y discursos se trenzan para provocan cambios profundos en la sociedad. Al respecto, no es posible ni ético olvidar que la participación como praxis política fue fisurada abruptamente en los procesos de dictadura en la región, dejando cicatrices y huellas imborrables de muerte y prisión, en donde lamentablemente el resultado fue que muchos ciudadanos/as fueron detenidos/as e incluso dolorosamente desaparecidos/as, situación que pesa en la memoria histórica de nuestro país como una cicatriz que nos recuerda silenciosamente la necesidad de no olvidar y aprender, de buscar y hacer efectivas maneras otras de convivir y habitar los espacios territoriales en democracia. Lo anterior, no precisa una solución superficial y protocolar, en este sentido, los marcos reguladores serán siempre solo una parte de respuesta, ya que se precisa que los acuerdos sean construidos en consenso, con participación activa y escuchando la voz de todas y todos. Esto es complejo en una sociedad que se ve atrapada por los tentáculos poderosos del modelo neoliberal, que detenta valores contrarios a la democracia participativa y no representativa, como lo son el individualismo, la competencia y el consumo exacerbado. Es ese contexto la participación territorial de los últimos 30 años se constituye en prácticas contraculturales y de resistencia a lo que el modelo pregona, es decir, que el éxito y logros se alcanzan en espacios individuales, competitivos, excluyendo la participación como motor de transformaciones sociales. En esa lógica aparece también como contracara de la participación, la indiferencia social, a veces por cansancio y al no alcanzar las soluciones a las demandas en clave individual, surge la apatía y la resignación frente a la ley del más fuerte. Consuelos como aceptar los designios divinos o del destino que nos toca enfrentar aparecen como consuelos ante la idea de que no es posible el cambio con justicia social, acompañados de apatía y desesperanza.
Participar es acompañar al otro y acompañarse en su proceso de cambio social en perspectiva de sujeto/a de derecho. Desde la hegemonía del modelo capitalista, colonialista y patriarcal, nos contaron un cuento de que cada uno se salva, dado que se ha acorralado la participación en discursos y prácticas egoístas.
Romper esa inercia requiere motivación, movimiento en perspectiva de causas movilizadoras de conciencias y cuerpos. La pasividad, por el contrario, detiene el movimiento y encorseta la vida, atrapa las expectativas y tiende a la inercia. La Participación es un motor de movimiento, significa colocar en diálogo mundos muchas veces impensados en donde si alguien se resta, imposibilita la construcción de mundos nuevos y de posibilidades otras. La participación es el espacio, el territorio en donde se materializan las vinculaciones más impensables y desde donde emergen los eurekas sobre un mundo y una convivencia social digna. Es el territorio y a la vez el espacio sin límite material que permite encontrar puntos de encuentros y andamiajes de posibilidades para aprender a vivir juntos/as, construir puntos medios o puentes donde la idea y las relaciones se construyen desde las diferencias. Un hito relevante y punto de inflexión que resitúa la participación en nuestro país de la manera antes dicha es la revolución pingüina. Este movimiento social emplazó al Estado para colocar en la agenda pública las necesidades sentidas de un horizonte de educación de calidad. Pero no solo logró lo anterior, sino que logró poner en perspectiva el derecho a la reclamación. Desde ese momento, el Estado ya no es intocable y la ciudadanía, activa y deliberativa, logra hacer visibles sus necesidades e instalar sus demandas en la agenda pública. Es un hito que marca el despertar con una actitud colectiva que permite salir del miedo y del individualismo.
Si bien la fuerza del movimiento social y sus aprendizajes están presentes, los desafíos no se acaban quedando camino por recorrer. La democracia que ejercemos hasta ahora es representativa, dentro de la cual se ha entendido que el deber ciudadano solo se circunscribe al voto y luego a esperar con esperanza que se cumpla la expectativa de que las/los elegidos sean personas éticas e idóneas. Es pertinente entonces hacerse la pregunta ¿para quienes gobiernan los políticos en un contexto en que la participación ha sido relegada y no invitada a esta fiesta democrática, y en donde los cuoteos políticos se tornan más relevantes que las soluciones a las demandas ciudadanas? Frente a ese escenario no hay caminos aun definidos, solo está clara la expectativa de un pueblo despierto que reconoció en la participación territorial colectiva la clave para ser escuchados/as y poder reescribir los espacios democráticos.
Es imperativo por tanto transitar hacia una democracia participativa para construir una sociedad más justa y equitativa. De esa forma la ciudadanía podrá no solo acceder con equidad y justicia a un patrimonio material y económico, sino que además cultural y social, lo que seguramente vendrá acompañado de ventajas comparativas y efectos colaterales inusitados. El lograr lo anterior requiere de disciplina, organización y constancia. Se construye y aprende desde los dolores biográficos de una nación que logra crear y reinventar una ciudadanía activa que en la actualidad está levantando una constitución desde una conformación inédita, en donde las voces del pueblo, con equidad y paridad de género, se apropian de sus espacios y procesos. (Brito, Basualto, Lizana, 2020).
Dra. Sonia Brito Rodríguez. Trabajadora Social
Dra. ©. Andrea Comelin Fornés. Trabajadora Social
Mg. Carmen Román Montecinos. Trabajadora Social
Lic.Ingrid Melipillán Muñoz Trabajadora Social
Marcela Ortiz Varas. Trabajadora Social
Dra. ©. Paola Rojas Marín. Trabajadora Social
Dra. ©. Isabel Montecinos Romero. Trabajadora Social
Mg. Hugo Silva Espinoza. Trabajador Social
Referencias Bibliográficas
Brito, Sonia, Basualto Lorena y Lizana Verónica. (11 de noviembre 2020). Mujeres constituyentes desde una perspectiva de equidaridad. Le monde Diplomatique edición chilena. Recuperado de https://www.lemondediplomatique.cl/paridad-de-genero-mujeres-constituyentes-desde-una-perspectiva-de-equidaridad.html
Agüero, Juan. (2018). El mundo de la vida en el trabajo social: La comprensión de los sujetos sociales y sus mundos de vida para una intervención social significativa y emancipadora en el trabajo social. Buenos Aires: Prometeo.
Fraser, Nancy. (2008). La justicia social en la era de la política de identidad: redistribución, reconocimiento y participación. Revista de Trabajo, 4(6), 83-99.
Husserl, Edmund. (2008). La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental. Buenos Aires: Prometeo Libros