%b%Los ataques al World Trade Center y al Pentágono realizado el martes 11 de septiembre recién pasado por un grupo hasta el momento no identificado ha provocado un sorpresivo vuelco en el escenario internacional, creando, de hecho, una situación inédita y precipitando al mundo en una dinámica de consecuencias imprevisibles. Se trata ?es bueno subrayarlo? de un atentado que ha dejado una pérdida de vidas humanas que, a estas alturas de la historia, ninguna ideología, ninguna religión, ni ningún otro pretexto puede intentar justificar, de un acto que debemos repudiar abiertamente y con la misma fuerza con la que repudiamos la preparación de acciones militares cuyas consecuencias serían todavía más terribles.
Es esta doble consideración la que organiza la reflexión sobre el porvenir inmediato de nuestro mundo.%b%
Si en las próximas horas Estados Unidos recurre a la Ley del Talión generando un espiral de violencia que, por mucho que sea presentado como una operación «quirúrgica» ?al igual que durante la guerra del Golfo?, provocará, sin lugar a dudas, un altísimo costo en vidas humanas, significa que estamos ad portas de una catástrofe.
Y, lo que es peor, esta catástrofe está siendo preparada concienzudamente.
En una ofensiva diplomática, la Casa Blanca viene trazando la línea divisoria entre buenos y malos y presentando sus propios intereses como el ethos de la civilización occidental. «Aquellos que no estén con nosotros ?dice Georges Bush con arrogancia maniquéa digna de un mal western? estarán con los terroristas» (2), mientras la cadena CNN manipula el legítimo dolor que provoca el atentado y logra acumular para la política norteamericana un respaldo interno de casi el 90% de la población, la cual ?tal como narraba para la TV francesa Sebastian Vibert, en Envoyé spécial?, comienza ya a actuar con un racismo ciego y burdo, eligiendo sus víctimas sobre la sola base de su apariencia externa (3), y mientras en el terreno militar, Estados Unidos dispone de 40 mil millones de dólares puestos a su disposición por el Congreso para movilizar tropas y armamento, entre los cuales ya se encuentran en el escenario de operaciones los portaaviones Theodore Roosvelt, Enterprise y Carl Vinson, embarcaciones que permiten una ofensiva de más de dos centenas de cazas bombarderos (4).
Con todo, la reacción del gobierno de Estados Unidos no hace sino mostrar que el ataque del World Trade Center y al Pentágono ha golpeado duramente al Imperio. (…)
Texto completo en la edición impresa del mes de octubre 2002
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