En las elecciones presidenciales nicaragüenses de este 5 de noviembre, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), con la candidatura de Daniel Ortega, aparece como favorito. Pero muchos sandinistas y nicaragüenses reprochan a Ortega –que ya fue derrotado por la derecha en tres oportunidades anteriores– numerosos hechos de corrupción y sus pactos espurios con la derecha política y eclesiástica.
La derrota del sandinismo en 1990, once años después de su esperanzadora victoria, en julio de 1979, se inscribe en el contexto del profundo desgaste provocado por la guerra contrarrevolucionaria. La población anhelaba la paz y ésta sólo podía llegar de la mano de un gobierno que no confrontara con Estados Unidos. La presidenta Violeta Chamorro (1990-1996) terminó el conflicto armado y restableció la economía de mercado según las reglas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), produciéndose un dramático abandono de la responsabilidad estatal en la salud y la educación y en el apoyo a la pequeña y mediana empresa, lo que agravó la ya difícil situación de la mayoría de la población.
Aquella derrota sandinista coincidió en el tiempo con el reflujo de las ideas y las experiencias revolucionarias en todo el mundo. Y aunque la mayoría de los sandinistas se propuso resistir la restauración de la derecha, esta voluntad nunca fue expresada por el FSLN, ni en un programa ni en una estrategia, ni siquiera en tácticas a seguir. Esto provocó un proceso de dispersión y de acomodamientos que se ha prolongado hasta hoy.
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