La reelección de Luiz Inácio Lula da Silva como Presidente de Brasil el pasado 29 de octubre permitirá a ese país seguir siendo un actor central en la búsqueda de una mayor integración sudamericana. A este desafío regional se añade otro para el jefe de Estado: atacar las raíces de la pobreza.
Después de haber desarrollado una estrecha asociación con Estados Unidos en tiempos de la presidencia de William Clinton, el ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso (1995-2002) siguió manteniéndola cuando en 2001 George W. Bush llegó al poder. Esta alianza favoreció tanto el proyecto de Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) como las tesis sobre el continente de la Organización Mundial de Comercio (OMC), del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM). Al mismo tiempo, gracias a Clinton y Anthony Blair y aunque sus políticas no hayan significado ninguna ruptura con el núcleo duro del neoliberalismo simbolizado por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, Cardoso accedía a los cenáculos de la “tercera vía”.
Desde el momento en que entró en funciones, en 2003, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva redefinió los ejes prioritarios de la política exterior brasileña, centrándola en el Mercado Común del Sur (Mercosur) y las relaciones Sur-Sur. En ese entonces el Mercosur atravesaba una crisis mortal, víctima de las políticas de cambio muy diferentes establecidas por Cardoso y el presidente argentino Carlos Menem respectivamente; políticas agravadas por la bancarrota argentina de diciembre de 2001 y sus posteriores consecuencias. Estas tensiones disminuyeron sensiblemente con la elección de Néstor Kirchner, abriendo un período de mayor colaboración entre los dos países.
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