Cuando los dirigentes del G20 se reúnen para reformar el sistema financiero mundial surge una impresión de déjà vu: 1999, tras el tornado monetario asiático; 2002, tras el estallido de la burbuja internet. Se anuncian medidas “estructurales”, pero la cuestión esencial parece quedar fuera del debate. ¿Cuál es la utilidad social de las finanzas?
Los efectos devastadores de la crisis parecen haber alcanzado finalmente la masa crítica suficiente para producir algunos reordenamientos en la regulación económica y financiera del capitalismo globalizado. Cabe incluso alabar, junto a John Maynard Keynes, esa capacidad –que algunos denominan elegantemente pragmatismo– que “lleva a los hombres de Estado y administradores a limitar las consecuencias más graves de los errores derivados de los estudios en los que se formaron, al tomar iniciativas casi en contradicción con sus principios, sin ser a la vez, en la práctica, ni ortodoxos ni herético...”
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