La crisis económica sirvió como reveladora de todos los desvíos de las finanzas. Después de los productos ultrasofisticados, que prometían el oro y el moro antes de arrastrar en su caída al conjunto del sector financiero, apareció la forma más primitiva del fraude: las cadenas piramidales. Bernard Madoff, hoy condenado a 150 años de prisión, fue el gran maestro de esta estafa, que elevó a una magnitud gigantesca.
Más que efectuar malas colocaciones, los promotores de este tipo de operaciones no se sobrecargan con inversiones. Se contentan con sustraer el dinero de los depositantes o, más exactamente, utilizan las sumas aportadas por los últimos inversores para pagar a los anteriores, y se embolsan lo que queda.
Pensábamos que conocíamos todos los resortes de esos juegos de Ponzi, que parecían confinados a los sistemas financieros más rudimentarios o a las comunidades que todavía no habían descubierto las prácticas bancarias modernas. Sus arquitectos eran habitualmente embaucadores surgidos no se sabe de dónde que, a fuerza de grandiosas promesas, desvalijaban de sus ahorros a clientes crédulos. Esas pirámides se derrumbaban bastante rápidamente porque cuanto más se agranda una cadena, más importantes son las sumas a recoger: los crédulos terminaban faltando y el fraude era desenmascarado...
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