La crisis financiera y económica desatada en Wall Street en septiembre de 2008 parece no haber servido de lección alguna. Mientras la izquierda propone remedios timoratos, los banqueros amenazan a los Estados y los tienen de rehenes.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) acaba de reconocerlo: Tras la crisis financiera, “la confianza en la estabilidad del sistema bancario global aún debe restablecerse completamente” (1). Pero lo que el presidente de la Reserva Federal estadounidense, Ben Bernanke, calificó como la “peor crisis financiera de la historia mundial, incluyendo la Gran Depresión [de 1929]” (2) no generó ninguna sanción penal en Estados Unidos. Goldman Sachs, Morgan Stanley, JP Morgan habían apostado al derrumbe de las inversiones de riesgo que recomendaban fervientemente a sus clientes… Zafaron, en el peor de los casos con sanciones, la mayoría de las veces con bonificaciones. A fines de los años 80, como consecuencia de la quiebra fraudulenta de las cajas de ahorro estadounidenses, ochocientos banqueros fueron puestos tras las rejas. En lo sucesivo, la influencia de los bancos, incrementada aun más por reestructuraciones que concentraron su poder, parece garantizarles impunidad ante Estados debilitados por el peso de la deuda pública. Los próximos candidatos a la Casa Blanca, con Barack Obama a la cabeza, ya mendigan los aportes de Goldman Sachs a su campaña; el director del BNP-Paribas no duda en amenazar a los gobiernos europeos con una suspensión del crédito en caso de que éstos decidan regular seriamente a los bancos; la agencia de calificación Standard & Poor’s, que había otorgado su mejor calificación de riesgo (AAA) a Enron, Lehman Brothers, Bear Stearns así como a toda clase de “bonos basura” (junk bonds), planea retirársela a la superpotencia estadounidense si ésta no reduce más rápidamente su gasto público. Tres años de reuniones del G20 tendientes a crear una “nueva sinfonía planetaria” mantuvieron intacto un sistema que mezcla (…)
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