Nosotros los latinoamericanos somos expertos en crisis. No porque seamos más inteligentes que los demás, sino porque las hemos sufrido todas. Y las hemos gestionado terriblemente mal, pues sólo teníamos una prioridad: defender los intereses del capital, a riesgo de hundir a toda la región en una prolongada crisis de la deuda. Hoy miramos con preocupación cómo Europa toma a su vez el mismo camino.
En los años 70, los países latinoamericanos entraron en una situación de endeudamiento externo intensivo. La historia oficial afirma que esta situación fue el resultado de las políticas aplicadas por gobiernos “irresponsables” y los desequilibrios acumulados como consecuencia del modelo de desarrollo adoptado por el subcontinente después de la guerra: la creación de una industria capaz de producir localmente los productos importados o “industrialización por sustitución de importaciones”.
Este endeudamiento intensivo, en los hechos, fue promovido –e incluso impuesto– por los organismos financieros internacionales. Su supuesta lógica pretendía que gracias al financiamiento de proyectos de alta rentabilidad, que en aquel momento abundaban en los países del tercer mundo, se alcanzaría el desarrollo, mientras que el rendimiento de esas inversiones permitiría reembolsar las deudas contraídas...
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