Presidente del Movimiento por una Hungría Mejor, el Jobbik, Gábor Vona, de 35 años, usa a veces una kuffiya palestina alrededor del cuello –una manera de vestir poco común para el dirigente de un partido clasificado de extrema derecha–. Así lo hizo en noviembre de 2012, en Budapest, durante una manifestación contra una operación militar israelí en la Franja de Gaza. Vona había presentado en el Parlamento una resolución que denunciaba el “genocidio de Gaza”. El diputado encargado de las relaciones internacionales del partido, por otra parte vicepresidente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Parlamento, Márton Gyöngyösi, estimaba entonces que “con la humillación cotidiana del pueblo palestino, Israel aviva el recuerdo de los períodos más oscuros de la historia”. Algunos días más tarde, exhortaba al gobierno de Hungría a romper con el Estado hebreo, y a establecer además una lista de los diputados y de los miembros judíos del Parlamento “que representan un riesgo para la seguridad nacional de Hungría”.
El escándalo tuvo fuertes repercusiones, tanto en Hungría como en el exterior. Pero la hostilidad respecto de Israel no lo explica todo. Desde su ingreso al Parlamento, en mayo de 2010 –el Jobbik obtuvo entonces el 16,7% de los votos y 47 de los 386 escaños–, el partido expresó regularmente su simpatía por el mundo musulmán. Vona se confiesa incluso fascinado por el islam, que percibe como el último bastión del tradicionalismo contra la globalización: “El islam es la última esperanza de la humanidad en las tinieblas de la globalización y del liberalismo”, afirmó en una visita a universidades turcas, en noviembre último…
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