Francia asiste a una radicalización político-religiosa que deriva en el continuo reclutamiento de jóvenes yihadistas en su territorio. El silencio de la comunidad musulmana francesa y el enfoque policial del Estado no hacen más que agravar la situación. Es hora de repensar las políticas de contra-radicalización.
Francia alberga a las tres mayores diásporas de Europa, la judía, la armenia y la musulmana. Esta última, estimada en cinco millones de personas –el 7% de la población–, es proporcionalmente superior a la que se encuentra presente en los demás países de la Unión Europea o Estados Unidos (el 1% de la población). La población musulmana francesa es muy heterogénea, y la parte de origen magrebí sigue estando animada por un sentimiento victimista heredado del pasado colonial. Las facilidades del comunitarismo que adoptaron otros países están prohibidas y claramente lo que debe establecerse en Francia es una política global de contra-radicalización.
La radicalización, es decir la legitimación o el recurso a la violencia, altera todos los grandes monoteísmos (y no solamente al islam), pero también el ámbito social (Black Blocks...) y evidentemente la esfera política (identitarios, separatistas…). El radicalismo musulmán abarca en lo esencial al salafismo yihadista, ampliamente alentado por el wahabismo de Arabia Saudita para luchar contra los Hermanos Musulmanes. Prevé el pronto fin del mundo, con la guerra en Siria como signo anunciador, batalla del Armagedón prevista por los profetas y retomada por el Corán...
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