El “Brexit” hizo recordar que las fronteras de la Unión Europea no eran intangibles. En momentos en que muchos países son candidatos a integrar la UE surge la interrogante ¿cómo construir la integración política de un espacio que no cesa de recomponerse?
En un contexto de divergencias políticas internas y de temibles desafíos externos, los indispensables debates sobre el futuro del proyecto europeo ganarían en eficacia si la memoria de las sucesivas situaciones geopolíticas que hicieron posible ese proyecto permaneciera lo suficientemente viva.
“Europa” es un nombre inestable y el espacio que designa no tiene límites claros preexistentes –no es ni Australia ni Canadá–, de manera que su definición sigue abierta. Esta incertidumbre representa una dificultad –¿dónde están los límites de “Europa” (Unión, mercado, continente)?– y una ventaja, ya que genera dinamismo; la política de los europeos es la que traza la geografía del conjunto que forman. Tal política generará tal delimitación: ¿quién pertenece a la zona euro? ¿Qué pasará después del Brexit? ¿Dónde se deben ejercer los controles migratorios? Tal límite (Europa ampliada en forma continua o Europa diferenciada) implicará tal configuración: unión de Estados y pueblos o federación de Estados-nación...
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