En su gran oficina de Gaborone, en Botswana, Per Erik Bergh escruta las imágenes satelitales del tránsito marítimo frente a las costas de África Oriental. Entre las decenas de puntitos que se desplazan en su pantalla, hay uno que retiene toda su atención.
Hace más de veinte años que este robusto noruego de pelo blanco persigue a los barcos de pesca industrial que vienen a explotar los recursos haliéuticos del continente africano con total desprecio por las leyes y las reglamentaciones. Año tras año, intenta alertar a las autoridades locales, a menudo reticentes o subequipadas, para que intervengan contra estos criminales de los mares que se llevan en sus redes millares de toneladas de pescado ilícito.
Gracias a las informaciones suministradas por las fuerzas navales de la Unión Europea presentes en el Océano Índico, que coinciden con las fotografías de sus fuentes locales y los planos transmitidos por satélites y radares, Bergh y los diez miembros de su equipo –todos empleados de la organización no gubernamental Stop Illegal Fishing (SIF: Detengamos la pesca ilegal)– no tardan en identificar al sospechoso: el Greko 1...
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