El presidente Sebastián Piñera ya tiene su reforma. O al menos, un proyecto. Proyecto torpemente predecible, en cualquier caso. Y es que la reforma laboral llamada de “Modernización Laboral para la Conciliación, Trabajo, Familia e Inclusión” es un proyecto que no tiene capacidad de respuesta ante una pregunta simple y vieja, pero que es el eje de la discusión del trabajo durante el siglo XX: se le consulta insistentemente ¿cómo usted va a apostar todas sus medidas a la capacidad de negociación de la persona que trabaja, que hoy como ayer, no tiene poder para hacer valer sus intereses y necesidades, sean estos personales, de familia, estudiantiles o de cualquier tipo?
En el proyecto presentado por el gobierno no encontramos nada moderno, ni menos innovador. No encontramos nada: sin poder negociador la reforma abre al empleador nuevas posibilidades de duración y distribución de la jornada, descansos y formas de contratación.
Una de las reformas más sonadas del proyecto es la propuesta de jornada de cuatro días, durante doce horas consecutivas, con un descanso de tres días (nuevo Art. 22 del Código del Trabajo). De “nuevo” tiene poco, ya que la reforma al derecho sindical de la ex presidenta Michelle Bachelet de 2016 permite hacerlo por medio de un pacto de adaptabilidad con el sindicato (art. 374 del Código del Trabajo). Se ha criticado que desde la entrada en vigencia de la norma -septiembre de 2016- se han celebrado muy pocos de estos pactos: 15 según los datos de la Dirección del Trabajo...
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