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Las mujeres invisibles en la historia del cine

El regreso de las pioneras

En 1896, un año después del nacimiento del cinematógrafo, la francesa Alice Guy, de veintitrés años, filmó La Fée aux choux (El hada de los repollos). Esta película de 51 segundos la convierte en la autora de la primera ficción fantástica de la historia del cine y, al mismo tiempo, en la primera cineasta mujer. Guy prosiguió su actividad durante unos veinte años, en Francia y en Estados Unidos, donde junto a su marido Herbert Blaché, fundó su propia productora cerca de Nueva York. Realizó centenares de cortos y algunos largometrajes antes de tirar los guantes, arruinada, por no haber comprendido a tiempo que el futuro estaba en Hollywood. Durante muchos años fue, como mínimo, desestimada, olvidada, y hasta desposeída de su obra, como puede verse en la obra del historiador del cine Georges Sadoul, quien ni siquiera la menciona. Tras haber hallado en Francia, por fin, algo de público –desde 2017, un premio que lleva su nombre recompensa a las realizadoras, para paliar su falta de visibilidad en las ceremonias–, es actualmente el objeto, en Estados Unidos, de un documental de Pamela R. Green, Be Natural, subtitulado La vida oculta de Alice Guy-Blaché, entusiastamente comentado por actrices feministas como Jodie Foster (1). Sin embargo, este reconocimiento no modifica en nada la idea predominante acerca del mundo del cine: un universo de hombres, en el que Alice Guy sólo pudo inmiscuirse gracias a sus excepcionales cualidades.

La época del cine mudo
Sin embargo, esa visión es discutible: entre 1908 y 1920, hubo bastante más que una sola pionera entre los pioneros del séptimo arte. Más incluso que las ocho catalogadas por una simple nota al pie de página en The Parade’s Gone By (El desfile ya pasó) (2), obra maestra del realizador e historiador Kevin Bronlow sobre el cine mudo hollywoodense. En el estado actual de las investigaciones, se han detectado a varias decenas, a las que pueden atribuirse cerca de 200 películas o serials, esos folletines muy populares donde cada semana podía seguirse un nuevo episodio de las aventuras de un personaje tumultuoso. En 1918, de las no más de cien películas producidas por el estudio Universal, unas veinte fueron filmadas por mujeres. Las mujeres también participaron de forma masiva en la escritura de guiones y adquirieron una competencia y destreza en la materia que les sirvieron cuando el largometraje pasó a ser la norma. Participaron entonces ampliamente en la edad de oro del cine mudo y, de hecho, algunos nombres se volvieron legendarios: June Mathis con Los cuatro jinetes del apocalipsis, dirigida por Rex Ingram (1921) o Ben Hur, de Fred Niblo (1925); Anita Loos, con Intolerancia de David Ward Griffith (1916), y Los caballeros las prefieren rubias, de Malcolm St Clair (1928), primera adaptación de su novela (1925), que luego versionaría Broadway, y de la que Howard Hawks produciría, en 1953, una versión que se hizo famosa; Frances Marion, con El hijo del caíd (1926) de George Fitzmaurice, interpretado por Rodolfo Valentino, El viento (1928) del gran Victor Sjöström, etc. Hasta el muy retrógrado Cecil B. DeMille, quien lamentaría esta feminización, tenía a su lado una guionista de gran eficacia, Jeanie Macpherson (La estafa, Macho y hembra…), quien impulsó en gran medida su renombre.

A menudo, las que pasaron a la dirección provenían del guión. Como es el caso de Frances Marion (1888-1973), quien dirigió tres películas. Importantes contribuciones en todos los casos, que fueron ampliamente menospreciadas por los historiadores; lo que no resultaría muy difícil, ya que en la década de 1920 las mujeres serían drásticamente apartadas de la realización. Para muestra, basta con observar la carrera y posteridad de la notable Lois Weber (1879-1939). Marcada por las ideas evangélicas y el espíritu misionero de la Church Army Worker (equivalente del (...)

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Jean-Michel Morel

Escritor.

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