“Tengo ganas de salir a la calle con carteles y encontrarme en multitudes para cambiar la vida”, tejía en sus escritos rebeldes Julieta Kirkwood en los años 80. Como si de una suerte de epifanía se tratara, cuatro décadas después, un nuevo pueblo salió a las calles impulsado por los mismos anhelos de cambio que cobijaba una de las feministas más lúcidas de este país. Ahora que se cumple un año desde que Chile despertó, sus palabras parecen resonar con más fuerza que nunca: si el pasado 18 de octubre salimos, cacerola en mano, a tomarnos las plazas y las calles, fue precisamente porque queremos cambiar la vida, porque queremos construir un nuevo paradigma donde nuestras vidas sean dignas de ser vividas.
A estas alturas del partido resulta indiscutible el rol fundamental de los movimientos de mujeres en defensa de la vida y de la dignidad frente a la ofensiva neoliberal, una tendencia que se ha venido agudizando durante este siglo: ahí donde el sistema aprieta más fuerte, las mujeres se levantan y se organizan, desarrollando nuevas prácticas y formas de lucha. Así ha ocurrido en lugares tan distantes como Turquía, Chiapas, Bangladesh, Brasil, Kurdistán o Ecuador, y por supuesto que en Chile. Tratar de analizar el levantamiento popular del 18 de octubre desde una mirada que prescinda del feminismo sería, sencillamente, un acto de hipocresía.
Sin embargo, a pesar de la importancia del feminismo en el nuevo escenario, el lugar que las mujeres vamos a ocupar en el nuevo Chile está aún en disputa, al igual que lo está el escenario mismo. Si, tal y como está previsto, el 27 de octubre se celebra el plebiscito que permite derogar la Constitución de la dictadura, estaremos ante una oportunidad histórica: en el caso de que se apruebe, podremos finalmente cambiar las reglas de un juego que beneficia solo a unos pocos. Y las feministas estaremos, nuevamente, en primera línea dando la batalla para que todas y todos quepamos, en condiciones de igualdad, en el Chile que está por nacer.
Si dentro de la jerarquía de todo ordenamiento jurídico moderno, la Constitución se sitúa en la cúspide de la pirámide normativa, subordinando así a todas las demás normas, resulta clave lograr que la nueva Carta Fundamental tenga un enfoque feminista. La aprobación de la Convención Constitucional Paritaria puede ser un buen primer paso en esa dirección. En un país que -salvo contadas excepciones- ha sometido históricamente no solo a mujeres y disidencias sexuales, sino también a la clases populares y pueblos originarios, es urgente construir, desde la nueva Constitución, un nuevo paradigma feminista, antineoliberal y antipatriarcal.
Más feminismo para mayor justicia
En un país que, en lo que va de año registra 36 femicidios consumados (1), siguiendo una tendencia que en los últimos seis años no baja de los 34 femicidios anuales -por lo que es muy probable que la cifra siga en aumento hasta final de año- resulta tarea urgente e ineludible erradicar todo tipo de violencia contra las mujeres. Y para ello es necesario que toda la institucionalidad, considerando la violencia contra las mujeres como parte de un proceso estructural e institucionalizado, incorpore una perspectiva de género a la hora de llevar a cabo sus respectivas labores. No es casual que aquella performance en que Las Tesis apuntaban “el Estado opresor es un macho violador” naciera en Chile para luego dar la vuelta al mundo. El Estado, y los poderes que lo integran, ejecutivo, legislativo y judicial, no pueden no incorporar una perspectiva de género en el nuevo Chile.
Si el actual Gobierno no ha dejado de dar un triste espectáculo en materia de mujeres, violencia y violación de los derechos humanos, tampoco hemos visto muchos avances por revertir la situación por parte de legisladores y poder judicial. Este último, en particular, se mostró en los últimos meses como un conglomerado compuesto mayoritariamente por hombres poderosos, privilegiados y patriarcales que imparten, casi sin excepción, justicia en sus mismos términos: para los hombres, para los poderosos y para los privilegiados; una justicia, en fin, funcional al patriarcado. Casos recientes que conmocionaron a todo el país, como el de Antonia Barra o el de Ámbar Cornejo, dan buena cuenta de estas afirmaciones.
Pero además de la justicia, tenemos otras muchas materias que abordar en términos feministas en la nueva Constitución. Transformar el modelo económico y productivo -un imperativo en la actual coyuntura- incorporando una perspectiva feminista, implica poner en el centro de las prioridades de la sociedad el cuidado de la vida, de forma que se proteja de manera efectiva el trabajo reproductivo, y no solamente el trabajo productivo. Considerar la centralidad de lo reproductivo supone, entonces, un cambio radical de paradigma que permitiría superar el actual modelo neoliberal que descansa sobre la invisibilidad y precariedad de las tareas reproductivas y de cuidados, al punto de ser incapaz de funcionar sin ellos. La actual pandemia no ha hecho más que agudizar y evidenciar que sin cuidados, el sistema social y económico colapsa.
El Buen Vivir
Sistemas de economía colaborativa que abogan por un modelo antiextractivista son propuestas que desde la economía feminista llevan años planteándose y que, sin duda, redundarían en un sistema más justo y equitativo para todas y todos, así como para un planeta que, a todas luces, no da más de sí (2). En este sentido, las formas de vida alternativas que desde las epistemologías del buen vivir se han venido desarrollando y consagrando constitucionalmente en países como Ecuador y Bolivia -que parten por el respeto y cuidado de la Tierra o Pacha, en contraposición al modelo de acumulación capitalista- pueden ser un buen modelo a seguir para la nueva Constitución de Chile. Reconocer el Kume Mongen (3), el buen vivir acorde a la cosmovisión del pueblo mapuche, e integrarlo como un principio orientador del nuevo texto constitucional, se entrelazaría así con una alternativa de economía feminista, pues ambos reconocen que, en el centro del desarrollo, debe ponerse la vida.
De igual manera, es posible y necesario repensar todos los demás aspectos del contrato social que deban normarse para reformularlos en clave feminista en la nueva Constitución: desde los derechos y deberes fundamentales de los ciudadanos y ciudadanas hasta las relaciones internacionales, pasando por el modelo fiscal, el modelo sanitario, el modelo territorial y por supuesto el educacional. Es más que alentador pararse a pensar e imaginar cómo sería el Chile que soñamos si es que incorpora una mirada feminista y antipatriarcal. Por ejemplo, en educación, además de redignificarse -teórica y formalmente- la profesión docente, se deberían entonces destinar muchos más recursos que posibiliten una educación inclusiva para todas y todos sin excepción; esto es, pública, gratuita y de calidad capaz de formar a nuevas generaciones que se relacionen en términos de igualdad y justicia, superando el actual sistema diseñado para segregar y favorecer, por sobre todo, a futuros patriarcas de buena familia cuya idea del éxito es siempre a costa de los desfavorecidos. Podríamos, bajo sus respectivas especificidades, repetir la analogía en otras muchas materias, y así lo hacen montones de feministas desde diversas disciplinas (arquitectura y urbanismo, sociología, arte, ciencia feminista, etc). Las conclusiones parecen confluir: en una sociedad feminista mejora la vida de todas y todos.
Ahora que nos encontramos ad portas de escribir una nueva Constitución, estamos ante una oportunidad histórica de repensar todas las áreas de la vida poniendo en práctica el feminismo. Instalar este paradigma que permite correr los márgenes de lo posible para construir sociedades más justas e inclusivas es también nuestra responsabilidad histórica. No debemos olvidar tampoco que, cuando hace un año salíamos en multitudes, fue para defender la centralidad de la vida y que por eso, en los carteles con los que soñaba Julieta Kirkwood, se le leía una y otra vez “hasta que valga la pena vivir”. Y que así sea.
1. Datos de la Red Chilena Contra la Violencia Hacia las Mujeres, actualizados a fecha 15.09.2020
2. El 22 de agosto, se agotó la capacidad de recursos de todo el planeta para este año, según datos de la organización Global Footprint Network (GFN).
3. Otra vez hoy la tierra se levanta. Hacia un mundo del Kume Mongen (Buen Vivir), Diego Ancalao Gavilán, 2020.
*Periodista.