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El Partido Comunista Chino cumple 100 años

El “comunismo”, ¿herramienta de renovación nacional?

Según su Constitución, “la República Popular China es un Estado socialista [...] dirigido por la clase obrera y fundado en la alianza de obreros y campesinos”. Nadie se asombra de que la Constitución de un país no se corresponda exactamente con su realidad. Pero en este caso, la distancia es abismal. Actualmente, la sociedad china presenta todos los rasgos de una variante del capitalismo: el trabajo es una mercancía, la sociedad de consumo hace de garante de la estabilidad social y de motor del crecimiento, las desigualdades se cristalizan a través de mecanismos de reproducción social fundados en el dinero, el capital escolar y las relaciones entre pares. Irónicamente, las clases populares están esencialmente constituidas por aquellos que deberían ser los amos: los campesinos y los obreros.

Este abismo entre la narración y la realidad es característico de la historia del Partido Comunista Chino (PCC). Desde su nacimiento, en julio de 1921, éste imagina una sociedad que no existe, con el fin de desarrollarse, de mantenerse en el poder, pero también de transformar el país. Fiel, en este sentido, a los ideales revolucionarios de principios del siglo XX, logró modernizarlo, enriquecer a una parte no menor de la población y reforzar la nación. Sin duda, esta es la razón del apoyo popular del que goza. El control de la reciente pandemia de Covid-19 contribuyó a alimentar el sentimiento de que el PCC sigue siendo, a pesar de sus defectos y de sus errores, irremplazable. Para China, el comienzo del siglo XX fue el momento de todos los fracasos. Fracaso de los intentos de reforma del Imperio bajo la dinastía Qing (1644-1911); fracaso de la República proclamada en 1912, víctima de los señores de la guerra; fragilidad de la economía. La mayor parte de los nacionalistas chinos llegaron entonces a la conclusión de que sólo un Estado fuerte, dominado por un partido único, podía modernizar China y permitirle imponerse frente a las potencias imperialistas.

Contorsiones teóricas
La Revolución de Octubre de 1917 en Rusia no hizo más que reforzar esta convicción. El microscópico PCC tenía ciertas ventajas sobre su competidor, el Kuomintang (1): se apoyaba en una teoría (el marxismo), en un modelo (el bolchevismo) y en un Estado (la Unión Soviética). Pero no dudó, cuando lo juzgó necesario, en romper con su principal apoyo (a partir de los años 1950), con el modelo e incluso con la teoría.

Las contorsiones teóricas arrancan desde el principio. Primera dificultad: el PCC no es el partido de la clase obrera. La escasa industrialización limita el número de obreros, que no representan más del 0,5% de la población en 1949. Estos no forman más que el 8% de los miembros del Partido en 1930 (entre los cuales 2% son obreros de fábricas). La cuasi totalidad de los dirigentes son personas instruidas, fruto de las clases intermedias (campesinos acomodados, sabios de provincia, empleados) (2). Si bien algunos combates se llevaron a cabo de manera conjunta, sobre todo a principios de los años 1920, la clase obrera siempre tuvo una vida separada, apoyándose en sus propias organizaciones: sociedades secretas, redes de solidaridad con base geográfica, sindicatos (3). Después de 1949, la industrialización llevó a un fuerte aumento del número de obreros, que serían cerca de 150 millones en 1995 (8% de la población y un poco más del 10% de los miembros del Partido).

El nuevo regimen proveyó a una parte de los mismos condiciones de vida y de trabajo muy ventajosas: empleo de por vida, protección social, vivienda, consumo colectivo. Convertidos en la vidriera del regimen y en la herramienta de su política de industrialización, estos “empleados y obreros” titulares de sus puestos defendieron sus intereses de clase, a veces contra el Partido. En 1957, por ejemplo, muchos se opusieron a la introducción de métodos de trabajo científicos y al reino de los pequeños jefes socialistas. Predicaban el igualitarismo entre obreros (4) y, durante la Revolución Cultural (1966-1976), reclamaban el mantenimiento de sus privilegios materiales y su extensión a los trabajadores temporarios (5).

Segundo problema: el Partido consideraba la creación de una sociedad nueva como un simple medio para restaurar la nación y asentar su poder. El análisis en términos de clases no estaba esencialmente destinado a plasmar la realidad social sino a movilizar a la población. Así, las necesidades de la unificación nacional o de la toma del poder suponían la unidad con otras fuerzas, como durante la guerra contra Japón (1937-1945), o entre 1945 y el (...)

Artículo completo: 2 338 palabras.

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Jean-Louis Rocca

Profesor en Sciences Po, investigador en el Centre de Recherches Internationales (CERI), autor de The Making of the Chinese Middle Class: Small Comfort and Great Expectations, Palgrave Macmillan, Nueva York, 2017.

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